El día que Videla cuidó a Perón. Nora Veiras y Página/12 en clave orwelliana

La sintética entrada de Wikipedia dedicada a Nora Veiras, desconcierta. La persona que redacta esa biografía retrotrae sin pudor a marzo del año 2002 el inicio de la tarea como periodista de Veiras en Página/12, acentuando la impronta orwelliana del singular movimiento denominado peronismo.

   Nora Veiras trabaja en Página /12 desde el comienzo, ´desde los números cero´, le cuenta en una reciente entrevista a Marcela Soberano (El Planeta Urbano, 23/06/2023).

   De un modo simétrico, así como resulta arbitrario e incorrecto datar en 2002 el inicio de sus notas firmadas, parece arbitraria la recurrencia que se desprenden de sus apreciaciones sobre una figura odiada de la historia argentina. En esa entrevista para El Planeta Urbano, frente a la pregunta por la tapa de Página/12 que más le gusta o que más recuerda, Veiras responde: “¡Uf, hay muchas! La de Videla diciendo ´Nuestro peor momento llegó con los Kirchner´; con esa frase, el representante del mayor genocidio de la historia argentina marca la diferencia entre dos modelos.”

   Conservemos la idea de los dos modelos, y retrocedamos unos veintisiete años.

   El 7 de enero de 1996 –en las páginas 12 y 13 del diario, del que hoy es directora periodística- a través de los videos sobre historia argentina que Felipe Pigna y equipo preparaban en el colegio Carlos Pellegrini (Caba), Nora Veiras recupera la foto, la imagen, la anécdota que reunió alguna vez a Videla con Perón y con Evita.

   Dice Nora en 1996: “Evita vestida de fiesta, todavía sin el típico peinado con rodete en la nuca. Perón enfundado en un smoking. Rodeados por militares y civiles, la pareja entra a una velada en el Teatro Colón. Detrás, sobresale un custodio ocasional de la guardia de caballería: Jorge Rafael Videla. La imagen ilustra la portada de [el video] Historia Argentina 3: 1955-1976.”

   Según explica el profesor Pigna, refiriéndose al video número dos (y no al tres todavía en desarrollo), se inclinaron por esa imagen para la portada, porque situaba en una misma escena a los dos protagonistas del período 1955-1976.

   Para Pigna, Videla amenaza y no custodia –como debería- a la democracia, encarnada por el presidente Perón. Para Veiras, la foto del ´custodio ocasional´ señala una “casualidad histórica”, aunque –subrayo- la conexión es algo más que casual, y Veiras lo reconoce “…veintiséis años después de esa velada, Videla derrocaría a Isabel, quien ocupaba la presidencia tras la muerte de Perón.” Se trata en consecuencia de una causalidad histórica. La escena de hecho es presentada de modo paternalista y corporativo. Veiras –o quien editorializó la nota- fusiona en el título a Videla con Perón por medio del verbo ´cuidar´: Videla cuidó a Perón.

   La foto utilizada por el equipo de profesores de historia se remonta aproximadamente al año 1950. Pigna asegura que la imagen se encuentra en el Archivo General de La Nación, y que la conocieron a través del libro de Andrew Graham-Yooll, De Perón a Videla [1989].

   Pero más allá de su espectacularidad, el cruce entre ambos militares no fue único ni especial. Hubo otros encuentros.

   En 2018, en una nota en el diario La Nación, “El día que Perón conoció a Videla” (31/01/2018), Juan Manuel Trenado exhibe una foto de 1973 en la que se advierte a Perón y a Videla frente a frente como si se estuvieran saludando. En su intervención, Trenado ignora aquel encuentro de 1950, al tiempo que suma el testimonio ofrecido por el propio Videla a María Seoane y a Vicente Muleiro, afirmando haber conocido a Perón en el Colegio Militar a comienzos de los años cuarenta.  

   Tenemos entonces tres momentos hilvanados -1940-1942; 1950; 1973-, tres hitos de una historia de horror circular. Los primeros contactos visuales suceden a inicios de la década del cuarenta cuando Videla es un jovenzuelo y Perón ha regresado de su flirteo europeo con los aprontes de líderes aguerridos y fascinantes. En un segundo momento, Perón y Evita ya han puesto aquí, allá y en todas partes el quesito para facilitar ´la ruta de las ratas´ -según la perspectiva aliadófila- abriéndoles camino a los jerarcas y altos funcionarios nazis. En un tercer momento –primeros años de la década del setenta- el acechante Videla parece saludar con agrado al promotor sonriente de la Triple A, antecedente inmediato de lo que luego su mandato dictatorial llevaría al extremo: los militares que torturaron y que desaparecieron a miles de militantes argentinxs, nutrieron su iniquidad con el imaginario de esvásticas cuya mitología anti-comunista cohesionaba a una parte importante de las FF.AA. desde hacía tiempo.

   Los analistas en tiempo presente vieron en el Perón de los años cincuenta esa tensión. Una vez derrocado el gobierno peronista en 1955, Tulio Halperin Donghi diría a través de la revista Contorno que “…Perón es un líder plenamente racional, reflexivo y consciente, capaz de consolidar el fascismo de una vez y para siempre, y a la vez un aprendiz de brujo que se ve superado por las fuerzas que desata…” -referido por María Teresa Bonet, “El quiebre de un relato, el peronismo en Contorno”. Antes que un aprendiz desbordado, Juan Domingo fue maestro de brujos y demonios.

   ´La guerra por las imágenes´ que contextualiza la recuperación del evento de 1950 responde a una lucha interpretativa. Videla junto a Evita y a Perón en Página/12, es una escena trivial, pero que horada desde su trivialidad la inconmensurabilidad de ´los dos modelos´. Pigna indicaría a propósito de la elección de esa imagen sintetizadora para su portada: “Nadie puede negar el trabajo social del peronismo pero tampoco el contenido autoritario y personalista, en el video están las dos cosas…”.

   Ante la tensión irresuelta, el copete de la nota de 1996 descarta una posibilidad concreta: “No es ciencia ficción”. El efecto es doble. La categoría literaria incide por la negativa sobre la foto de Videla, Perón y Evita (¿es o no ciencia ficción?), apelando al sin sentido con una segunda foto, a la izquierda del copete, en la que vemos a Perón en el cine, con anteojos negros, rodeado por otros espectadores, todos con sus gafas 3D. Estamos en marzo de 1954 y se estrena en el festival de Mar del Plata, “Museo de cera” de André De Toth. Perón asiste, pero mantiene su atuendo propio, sin disfrazarse como todos los demás alrededor.

   La inclusión en la nota de Veiras de esa imagen de Perón en el cine que nada tiene que ver con el núcleo de lo que se cuenta –y que además corresponde a un período posterior, cuando ya ha fallecido Evita- relativiza la foto central con un tono de comedia negra, o alienígena, generando a través de la disociación temática y del desorden de documentos, un efecto orwelliano.

   El peronismo, su historia y su narrativa, son ciencia ficción pura y dura, no en el sentido efectista del ´apláudanme incadorniano´, sino como narración de un mundo alternativo con leyes propias, que es espejo de otro mundo en el que otras personas creemos habitar.

   Entiendo que es probable que alguien quiera rectificar lo que sostengo, diciendo que en aquel momento ni ese diario ni esa periodista eran peronistas. Será esto tema de discusión.

  Es indudable, por lo pronto, que el peronismo habla una lengua extraña que reclama para aproximarse antes que intérpretes, traductores. Desde cierta perspectiva, es una narrativa que funciona con espasmos disonantes, ilógicos, como si de pronto y en este momento con el objetivo de cerrar esta breve entrada, se me ocurriera apelar a la idea de un traductor, y conectarla con la fecha de inicios del año 1996, en particular con la del dos de enero -cinco días antes que apareciera la nota de la joven Nora- cuando por causas diversas, entre ella una depresión de la que nunca se recuperó al haber sido despedido de su trabajo como periodista en Página/12, Salvador Benesdra se lanzó al vacío desde un décimo piso de un edificio en el barrio porteño de Congreso.   

Extraño modo de narrar y de conectar, ¿no es verdad? Algo por el estilo vemos desde afuera al observar al peronismo, a la militancia peronista y a la idea de los dos modelos.///

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FUENTE DE IMÁGENES:

a) tapa del libro de Graham Yooll, fuente internet,

b) diario Página/12, día 07/01/1996, archivo personal.

Ciudad Eva Perón. Los años orwellianos de La Plata

En un artículo que apareció en la contratapa de un suplemento dedicado a La Plata, hace ya varios años, Leopoldo Brizuela [1963 – 2019] arriesgaba algunas ideas sobre la conflictiva relación que mantenía la ciudad con la tarea cultural.

   Sus especulaciones concluían en una serie de rasgos que pretendían abarcar el murmullo artístico en una cuadrícula marcada desde sus orígenes por la utopía.

   El primer rasgo a considerar era el “muro casi inexpugnable” que alejaba a los habitantes locales de los transitorios o foráneos; superpuesto al inicial, el segundo rasgo era la tensión constante entre geometría y burocracia. Para Brizuela, La Plata no solo era un cuadrado perfecto, sino que sobre todo era un cuadrado perfecto que contenía en su interior otros cuadrados perfectos, en una escalada concéntrica que acababa por cercar la cápsula individual del artista -dos veces aislado, si consideramos aquel muro primario.

   ¿Incomunicación, desvío permanente, vetustez, fijeza, hibridez? No quedaba demasiado claro, en un primer momento, su hipótesis sobre ´ciudad / cultura´. Brizuela se sentía platense, pero residía en Tolosa, en los márgenes del trazado original. En particular, el sentimiento local estaba asociado en él a la prosapia familiar. Su familia de inmigrantes era un ejemplo de la conexión que existía, con mayor intensidad que en otras localidades, entre los platenses y la política –o los ´centros de poder´.

   Dicho así con un más contundencia, la cultura platense sería entonces para el escritor ´la resultante de deambular por un laberinto de cuadrados perfectos cuya única salida es la burocracia o la política´. (“Efectos del cuadrado perfecto”, Ñ Interior, 27/11/2004)

   Esa tensión arte / burocracia estaba en los orígenes del mito.

   En 1999 el Concejo deliberante local, gracias al empeño de especialistas e investigadores, ratificaba que la idea del trazado de La Plata había sido del arquitecto Juan Martín Burgos y que el diseño del plano había correspondido a la mano del ingeniero Carlos Glade y no  -como insistió la tradición que alcanzaba incluso a Brizuela- de Pedro Benoit quien solo firmó el plano y lo envió a una exposición en París, instalando la ficción de su autoría.

   Funcional al imaginario europeizante, esta falacia local sobre el origen reforzaba de costado la perspectiva brizueliana: el burócrata, Benoit, es recordado; el artista geómetra, Burgos, borrado. Pero como tantos otros, el escritor tolosano ignoró esa impostura.

   Y con ese olvido, dilapidó la posibilidad de perfeccionar su hipótesis mediante una inversión cuya renovada ecuación diría: ´la burocracia y/o la política en La Plata es deambular por un laberinto de cuadrados perfectos cuya única salida es la ficción´.

La Plata es una ficción con tachaduras, enmiendas, reescrituras –como el mito Julio Verne y la falsa adscripción de modelo ideal urbano a France-Ville. Es sin dudas una ficción repleta de episodios inverosímiles y aunque a Brizuela se le pasó por alto el manchón fundacional, dejó en su artículo bosquejada otra escena de política / ficción ocurrida hacia mitad del siglo pasado. En La Plata –nos cuenta Leopoldo – “…se miró desde muy de cerca el estallido del 17 de octubre, todo el mundo tenía opinión formada sobre aquel General que había rebautizado a la ciudad con el nombre de su esposa Eva…” (“Efectos del cuadrado perfecto”).

  ¿´Había rebautizado´ o ´rebautizaría´?

   La redacción y las fechas son ambiguas en ese párrafo en el que, en particular, no dice ´1945´, sino ´1955´: “Mis padres son hijos de esa generación que compró, con su trabajo, su lote en aquel plano primigenio ideado por Benoit y hacia 1955 presenció el estallido de una tensión insoportable entre la realidad y aquel viejo proyecto de país: en La Plata se miró desde muy de cerca el estallido del 17 de octubre…”.

   ´Estallido del 17 de octubre de 1955´ es sin dudas extraño pero está absolutamente a tono con el fugaz registro del siguiente episodio orwelliano.

   El 9 de agosto de 1952, en memoria de una venerada Eva que había fallecido pocos días antes, se sancionó la ley provincial que indicaba que el nombre del partido y el nombre de la ciudad capital de la provincia de Buenos Aires dejaban de ser La Plata y se convertían en Eva Perón. Uno de los argumentos para esa modificación fue hacer del nuevo nombre la marca de un quiebre que dejara atrás las rencillas apelando a la unidad nacional, así como cuando fue fundada La Plata su existencia consolidó la incipiente federalización del país. Desde el otro lado, vieron a esa nueva fiebre como un apurón a contramano de la historia.

   Las modificaciones ordenadas incidieron en la geografía urbana. Las calles 7 y 13 abandonaron Monteverde y Urquiza respectivamente para adoptar los nombres de Juan Domingo y Eva Perón. El escudo de la ciudad comenzó a llevar una imagen de Eva. Los equipos locales de fútbol fueron denominados Estudiantes de Eva Perón y Gimnasia y Esgrima Eva Perón. Asimismo almanaques, libros, partidas de nacimiento, lápidas y un amplio etcétera, todo fue hecho, impreso, radicado, nacido, fallecido en Ciudad Eva Perón.

   Hubo insalvables inconsecuencias en esas reescrituras. La imagen que se reproduce a continuación de la Revista Médica tiene en tapa la indicación de Ciudad Eva Perón junto a una dirección céntrica, pero si uno recorre sus páginas, encontrará en el interior artículos que hablan todavía de los hospitales de la ciudad de La Plata.

   Aurora Venturini, por ejemplo, contó alguna vez que editó un libro por aquellos años y que enojada con la modificación pidió expresamente que el nombre de Eva, a quien ella frecuentaba en vida y respetaba, no apareciera en el pie de imprenta (InfoNews, “Cuando La Plata se llamó Eva Perón”, 26/07/2012).

   En septiembre de 1955, una vez derrocado Perón, el reflujo antiperonista arrasó con la imaginería justicialista y eso supuso la destrucción de gran parte de lo que hoy podríamos considerar documentos, pruebas, vestigios. Así como Aurora, otros peronistas vieron en aquel cambio un gesto excesivo y también ayudaron a que la arqueología cotidiana de toparse con ese material fuera escasa.

   Hay sin embargo excepciones que son insondables epifanías semejantes a las de Winston Smith en la novela ´1984´.

   La imagen del folleto que encabeza este escrito es un ejemplo de verdadero objeto orwelliano  materializado.

   Como se deduce de su contenido, otra de las instituciones que vio modificado el nombre fue la Universidad Nacional… Eva Perón. La reescritura es doble y extrema: es un programa de la Universidad Eva Perón en la ciudad Eva Perón. El folleto data de 1952, por lo tanto fue impreso entre agosto y diciembre de ese mismo año.

   Tres temporalidades cruzan las veinte páginas del programa de ´Historia constitucional´, a cargo del profesor José María Rosa (h.) [1906-1991], una de las figuras más activas del revisionismo histórico.

   El año 1952 es el de impresión del folleto y de allí la aparición de los nuevos nombres.

   El año 1948 responde a la rúbrica del programa académico, pasado reciente en el que la universidad tenía otra denominación (y época por la que Orwell escribía su novela).

   Y además está 1949, año de la reforma constitucional justicialista. El último punto de la bolilla XIV señala lacónicamente las “principales reformas de la Constitución de 1949”.

   Como si nos dejáramos llevar por un limbo, el programa impreso en Ciudad Eva Perón en 1952, fue rubricado el 22 de diciembre de 1948 en la ciudad de La Plata y contiene referencias a la nueva constitución que será sancionada el 11 de marzo de 1949 y que según nos cuentan sus ´disposiciones transitorias´ entraría efectivamente en vigencia hacia 1952.

   ¿Burocracia versus geometría? ¿Cuadrados perfectos concéntricos como quería Brizuela? ¿Cultura y Ficción? ¿El Partido? ¿Ministerios? ¿Doblepensar? ¿Neolengua? ¿Ingsoc? ¿La Plata? ¿Ciudad Eva Perón? ¿Ciudad Eva Perón? ¿Ciudad Eva Perón?

   Eva Perón, Eva Perón, Eva Perón, Eva Perón, Eva Perón.///

En el siguiente carnet de afiliación las tachaduras son de la época.

Las antenas de Wernicke: ‘Science-fiction’ (1957)

El tono lúgubre de ´Los que se van´ está ya en su epígrafe o dedicatoria: a los amigos que se han ido maltratados y confundidos por el rigor de nuestra época.

´Los que se van´ [Editorial Lautaro, 1957] de Enrique Wernicke [1915-1968] reúne veintiocho cuentos. Las dos solapas firmadas por Arturo Sánchez Riva remarcan la concisión y la ´misteriosa sugestión´ de esas miniaturas. Decir lúgubre tal vez sea excesivo e injusto. Entre la miseria, el espanto y el dolor, el libro que no supera las ciento cincuenta páginas, apela a la ternura y al humor con la distancia de un amargo cinismo. En cada relato, y en especial en “Los caracoles”,  Wernicke sostiene con un tono juguetón el brillo melancólico de un efecto fugaz, hacer que todavía creamos.
Las piezas abundan en vino, bares y borrachos más o menos iluminados y en ese declive hacia la vida gris de los asalariados se araña la locura. Alguien cree recibir cartas escritas por los personajes de su autor favorito (“Los oficiales de Chejov”); otro dice haber perdido el juicio para merecer obsequios (“Una cosa de locos”); una mujer cae enferma de rutina (“Un ligero dolor en el costado”); dos entrañables bebedores funden sus biografías para siempre (“Los Apóstoles”); otros anuncian inusitadas desapariciones (“Los que se van”); y algún solitario explica a los demás lo que ni él ni los demás saben ni entienden (“Living”).
Por momentos la voz del narrador nos lleva a un poblado entre naranjas y cañaverales (“Lucero”), por momentos a un campo en medio de un celoso melodrama (“El huésped”), por momentos a la húmeda ribera del desamor (“El bote”).
Peones, changarines y obreros son convidados frecuentes. Algunos relatos se destacan por sus personajes morenos, como “Pililo y su caballos” y “Recordando al Negro”, hábil aprendiz de fundición que en la ficción queda a cargo de Enrique (el autor en la realidad fabricaba artesanalmente soldaditos de plomo). En “Tango” un mozo delira bandeja en mano con una vida europea plagada de aventuras y en “Apunte para un retrato” la desdichada historia política local corta la vida de una persona en los bombardeos de 1955: “Este hombre ha muerto hace pocos días. Murió en Plaza de Mayo, cuando tiraron las bombas. Murió junto a un obrero, un mozo joven que vestía ´overall´.”
El derrocamiento de Perón –suceso contemporáneo al proceso de escritura- resalta la tensión entre el obrero digno y el pequeño burgués reaccionario, en “La ley de alquileres”. Un empleado –que vive en un enorme departamento por el que paga poco menos que monedas- enrostra y se ufana de ese privilegio frente a amigos, conocidos y vecinos. El fin del gobierno peronista lo arroja a la calle a festejar al grito de ´libertad, libertad´, pero su alegría muta en servilismo al reconocer su imbecilidad y su pobreza. Confiesa el narrador: “Termino esta historia y aun no se conoce la reglamentación de la Nueva Ley de Alquileres. No sé qué va a pasar con nuestro personaje y su lujoso departamento. Pero de cualquier modo, si lo echan ¡que reviente!” Por lo general, los cuentos aciertan en estilo e indagan en conflictos que luego irían de mano en mano hasta por caso Rozenmacher. Hay además un aire cortazariano con toques de Kordon.
“Las cartas” narra el desamor a partir de las misivas que van y que vienen y que no pueden palear la falta de empatía ni la ausencia de responsabilidad frente a un embarazo no deseado: “María tuvo un temblor. Juntó las manos y se tapó la cara. –¡Ché! ¡No te pongas a llorar! –exclamó Esther, sintiendo que las lágrimas le llenaban los ojos. -¡Y qué querés, Esther! ¡Qué querés que haga! –dijo María entre sollozos-. ¡La vida es un asco! ¡Cuando no es un tarado como Juan, es un lío como éste! Y se golpeó el vientre con furia.”
En cuentos como “El Gigante” (la obsesión de un joven peón por domeñar a un árbol caído para sacarle leña) y “La escopeta” (quien se venga de su dueño porque éste ha decidido comprarse otra) aparecen rastros de un animismo que también parece ser rasgo de “El suicida”, un solitario desahuciado que convida a una última cena a sus ´fantasmones´.
El suicidio es visitado a su vez por Wernicke en una breve rareza, “Science-fiction”. Entre sus virtudes, la historia de John Sixto Martelli, empleado de comercio de 42 años que se lanza de un noveno piso a la calle, anticipa en casi quince años ´Construção´ de Chico Buarque y –lo que es más importante- apela con una pirueta a la ciencia ficción cuando pocos lo reconocían. La contraposición entre los avances de la ciencia aplicados al cuerpo y la vida cotidiana sin demasiado sentido, lleva el ácido relato al borde de la sátira.

En 1957 aparece lo que luego sería la primera parte de ‘El Eternauta’ y por esa misma época circulaba en el Río de la Plata el prólogo a ‘Crónicas marcianas’ de Ray Bradbury (Minotauro, 1955) en el que Borges hablaba de la novedad del “…nuevo género narrativo que los americanos del Norte denominan science-fiction o scientifiction…”. Es bastante probable que la miniatura wernickeana se deba a un roce sensible en sus antenas.
Entreverado con el hacer, Wernicke mantuvo una relación cotidiana con máquinas y técnicas. Dentro de su producción teatral hay títulos como ´El teléfono´, ´La bicicleta´, ´Los aparatos´, ´La picana´ (paso de comedia de una sesión de tortura que parece recordar por momentos a ´El matadero´ y que conoce una reciente versión oral a cargo de Carlos Solari).
Marginal, gruñón, fue también agricultor, periodista, titiritero, bebedor, militante díscolo del PC y autor, entre otras obras y además de las mencionadas, de ´Palabras para un amigo´ (1937), ´Función y muerte en el cine ABC´ (1940), ´Hans Grillo´ (1940), ´El señor Cisne´ (1947), ´La tierra del bien-te-veo´ (1948), ´Los chacareros´ (1951), ´La ribera´ (1955), ´El agua´ (1968), novela con la que ganó de forma póstuma un premio nacional de literatura y en la que retoma la temática isleña nacida de su apego al Tigre. Vivió poco más de cincuenta años en las orillas de casi todo. Dejó un diario de 1500 páginas -´Melpómene´- en el que, según dicen, se lamenta por su maltrecha suerte.
Sería hoy hurgar la herida que provoca toda injusticia, hablar de ´olvido´. El futuro es caprichoso e incierto. En 2011 Colihue editó los ´Cuentos completos´, pero ese gesto no torcerá la erosión. La contratapa del volumen invita al pesimismo al advertir que haber dejado afantasmar tanto su figura alcanzó la dimensión de una catástrofe.
Nunca había leído Wernicke. Conservaba en algún rincón de mi memoria su tintineante apellido y lo reencontré en una mesa de saldos al límite de ser merienda de hongos y de bichos varios. Una de las primeras frases que retuve de esas miniaturas alardeaba: “-Para mí, la dignidad es saber lo que uno es y no demostrarlo nunca.”
Sin pavonearse Wernicke incursionó a su modo en la mitología de la ciencia ficción mucho antes que muchos otros para engrosar la vernácula tradición rota de un género que parece querer horadar los anaqueles del pasado con su presencia larvaria.//

El Seba Her-naiz no leyó al Rudi Walsh

´…en 1945 adherí a la gesta popular desde la derecha…´, Rodolfo Walsh [1972]

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I.-

Rodolfo Walsh no escribió ´Operación Masacre´ y otros ensayos apareció bajo el sello 17grises editora [Bahía Blanca] en 2012. Explica, desde la contratapa, Guillermo Korn: “En este libro, que toma su título del trabajo que ganó el concurso Ensayo sobre Operación Masacre, convocado por la Biblioteca Nacional, Sebastián Hernaiz se pregunta por el lugar de la literatura en los años noventa y relee a los clásicos de la literatura argentina del siglo XX: Walsh, Cortázar, Marechal.” Ese conjunto de cuatro ensayos –sigue Korn- configura “un modo original y disruptivo de revisitar textos [internándose por] una zona ya macerada para encontrar lo no percibido o, directamente, lo negado.”

Hernaiz [1981- ], hacia 2012, era escritor, investigador, docente, formaba parte del grupo editor de la revista elinterpretador, dictaba cursos en eméritas casas académicas y, hasta donde entiendo, su ´sagaz lectura´ es un caso de mistificación ideológica que -contra la exaltación del maestro de ceremonias- inmoló en los altares de la negación, la matriz ética de su empresa hermenéutica.

El primer dato surge de la metamorfosis de la proposición ´y otros ensayos´, que clausura el título, en la más extensa ´otros ensayos sobre literatura y peronismo´, en el índice y en el interior del libro. Frente al silencio, como trueque, la imagen. Siete retratos invaden las dos terceras partes de la tapa. En rojo, en la base, aparecen Marechal (con su pipa), Martínez Estrada (si no me engaño), Walsh (tamaño doble) y Cortázar. Arriba, a la izquierda, en negro, se recortan los rostros de Menem, Perón, Kirchner. El “Prólogo” confirma esa ligazón icónica. La decisión metodológica de relacionar los textos seleccionados “y el contexto político en el que se publicaron no es un mero ejercicio académico, sino un modo de participar en los debates del presente sobre literatura y peronismo.” (p. 9).

Cinco veces utiliza Hernaiz en su prólogo el término presente, un ´presente´ que es la coagulación de un –ismo adosado a un nombre propio. “El presente es el campo de tensiones en el que estos textos encuentran su motor de escritura y no otro es su horizonte de intervención. No existirían como tales sin la experiencia de politización que signó a la sociedad argentina desde diciembre de 2001 y no serían lo [que] son sin el clima de debates y las formas de la política y la práctica intelectual que trajo consigo el kirchnerismo.” (p. 9-10) En lo personal, cierra, aquellos textos tampoco serían lo que son sin el calor amigable “de lo que no puedo dejar de sentir mi generación” (p. 10). Presente, política, universidad, cofradía, kirchnerismo. En esta cancha juega el partido Hernaiz y, en lo que respecta al ensayo que motiva este entrometimiento, con la Biblioteca Nacional como árbitro.

En cada ´presente´, aduce el crítico, la interpretación es el campo de batalla en el que las comunidades bregan por instaurar sentidos. Las identidades colectivas se constituyen y se modifican hacia el interior de esas luchas. “Pensar la historia de esas interpretaciones, pensar las determinaciones que orientan nuestras lecturas, nuestras prácticas, el modo en el que construimos sentidos para el mundo, pensar qué identidades colectivas sostienen las distintas determinaciones, pensar eso es nuestra urgencia.” (p. 14) Volátil urgencia.

El siguiente dato de interés -en ese peculiar artefacto textual dedicado a las ediciones de Operación masacre– es el escamoteo de bibliografía específica. Como epígrafe al ensayo aparece el fragmento final de la “Nota autobiográfica” que acompaña al relato “La máquina del bien y del mal”, incluido en la antología Los diez mandamientos [Jorge Álvarez, 1965]. Confesaba por aquellos años Walsh: “Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento…”. Hernaiz no cita la ´fuente´ de ese texto: ni la antología mencionada ni, más previsible, la compilación a cargo de Daniel Link, Rodolfo Walsh. Ese hombre y otros papeles personales [1995]. Esta incursión le habría permitido relativizar su fábula ejemplar al reconocer estar escribiendo desde un magma ideológico nacionalista –con sus matices, el kirchnerismo lo es, y su eventual humus, el peronismo, también- sobre un nacionalista -Walsh lo era allá por 1956 cuando empezó a escribir el libro que no escribió, según confiesa, y el propio crítico cita.

Que el nacionalismo no resulta un parámetro ajeno al joven articulista, lo reconoce en el “Prólogo” al alardear de “discutir las cristalizaciones en la forma de leer e interpretar la literatura, la historia de la literatura y la realidad nacional.” (p. 9) Su apuesta de lectura, más allá de la pompa, se sustenta justamente en la elipsis del nacionalismo de Walsh, y en la cristalización de una edulcorada épica peronista. Si para Hernaiz, “el archivo es una herramienta fundamental para entender los modos en que nuestro presente construye su forma de entender el mundo” (p. 9), en su presente de crítico institucional, su forma de entender el mundo es manipular el archivo. Esta dificultad afecta, si no a su ética hermenéutica (que igualmente la afecta), sí a su técnica. Así, distante del mero ejercicio académico, el autor se encandila con un ´Walsh de izquierda´ y arrumba el ´mero nacionalismo´. Este mirar bizco es el corazón hueco de una mistificación que alienta mi perspectiva paranoica de lectura.

II.-

La tesis principal de Hernaiz –cobijada por un título en apariencia polémico: el autor no escribió el libro que escribió– arguye que Walsh comenzó a escribir Operación masacre, que postuló alguna forma de leerlo, pero “que, a lo largo de sus distintas ediciones y reediciones, esta forma de ser leído postulada en sus propias páginas ha ido variando…, en una activa y encarnada relación con el presente de cada una de las reediciones.” (p. 15) Operación masacre está constituido por dos partes: una fija, la historia (los fusilamientos en un basural de José León Suárez en 1956) y otra variable, los paratextos (prólogos, introducciones, epílogos, apéndices, agregados, títulos, subtítulos, tapas y contratapas) que conforman un marco diferente edición tras edición y que modifican, regulan, condicionan el valor de la primera y que orientan su sentido. Sobre este marco variable operaron quienes continuaron escribiendo el libro iniciado por Walsh (p. 18-24).

Walsh comienza a escribir Operación masacre en un tiempo signado por el cruce de discursos referidos al contrapunto que provocó el derrocamiento de Perón. Existía la voz oficial de los militares en el poder que remarcaban la buena salud de la ´Revolución Libertadora´ (a pesar del levantamiento de 1956 y de sus fusilados); existía la voz de Borges antiperonista que celebraba el cambio, ido el ´abominable´ régimen; existía la voz de Martínez Estrada antiperonista que discutía el nuevo estadio y negaba la salud de la ´Libertadora´; y existía la voz de Walsh (p. 29 y ss), con intrincadas líneas melódicas.

Hernaiz sintetiza la mutación política de Walsh refiriéndose al recorrido “que va desde el apoyo distanciado a la Revolución Libertadora en el 56 a la participación (que no excluye fuertes críticas a las decisiones de la cúpula del movimiento) en Montoneros en los setenta” (p. 22). Reconstruye, luego, el complejo posicionamiento del escritor por esos años: está contra el régimen peronista porque supone un freno a las libertades individuales (el derecho de libre expresión, por ejemplo), apoya a la Libertadora como antídoto frente al peronismo (y como campo orégano para publicar sus escritos de investigación), pero la cuestiona por atrocidades como los fusilamientos de junio de 1956.

Hernaiz respeta el núcleo de la “Nota autobiográfica” de 1965 y lo extiende planteando una evolución ideológico-política, entre 1957 y 1972-1974, del intelectual y militante. Lo que para Walsh fue pasar del mero nacionalismo a la izquierda, para Hernaiz es el paso desde la mirada individualista burguesa a una perspectiva revolucionaria (peronista). Según esta versión, Walsh habría modificado su posición ante la violencia y las revoluciones -del antibelicismo a la lucha armada- y, en consonancia, habría modificado la pregunta motor de su práctica intelectual. Dice el interpretador: “…es inevitable leer, en las reediciones y correcciones que van desde esa primera [edición] de 1957 a 1972, un movimiento en el que cambia la pregunta que operaba de trasfondo en 1957 (¿qué es el periodismo?), por una nueva: ¿qué es el peronismo? Se reformula, así, la forma de sociabilidad…: del lugar de libertad cívica del individuo a los modos de organización que pudiesen revolucionar el estado de las cosas, en una perspectiva que con los años se iría tornando cada vez más centrada en la historia en tanto la historia de la lucha de clases.” (p. 34) Estamos ante el límpido derrotero de un converso que pasa del antiperonismo (burgués) al peronismo revolucionario (indicado por el hemistiquio marxista-leninista). Las cosas, sin embargo, nunca son tan simples.

En “Prólogo para la edición en libro” [1957] –sobre el que también trabaja Hernaiz- dice Walsh: “Operación masacre apareció publicada en la revista Mayoría… Los hechos que relato ya habían sido tratados por mí en el periódico Revolución Nacional… Ahora el libro aparece publicado por Ediciones Sigla. Estos nombres podrían indicar, en mí, una exclusiva preferencia por la aguerrida prensa nacionalista. No hay tal cosa. Escribí este libro para que… actuara…” (p. 255). Walsh reconoce luego que le han preguntado por qué un hombre que se considera de izquierda, publica en plataformas de derecha y responde apelando al coraje civil de la ´aguerrida prensa nacionalista´ de dar los textos a la luz. Ese coraje es más importante que las separaciones partidarias.

Hernaiz alega que Walsh dice no sentirse identificado ni con las ideas ni con los hombres de la ´derecha nacionalista´ e incurre, en ese movimiento, en una presunción. El disruptivo y sagaz crítico, cuando le conviene, confía en las opiniones que sobre sí esgrime Walsh y recae en la ingenuidad de asimilar los vaivenes ideológico-políticos de su tótem, sin considerar que la línea de análisis que deja de lado –el nacionalismo- antes que una rémora es un modo de explicar algo que, de lo contrario, se nos ofrece con una sospechosa cadencia. Podría afirmar (con menos imprudencia y anticipándome a una hipótesis ajena): Walsh abandonó progresivamente la derecha, pero nunca abandonó la matriz de pensamiento nacionalista. Advierte, en ese sentido, Ricardo Piglia: “Todos estos temas que se concentran en la figura de Walsh están en debate. Tenemos que evitar construir a Walsh como una especie de figura de mármol, porque fue un intelectual muy activo que estuvo siempre vivo y su obra está viva. Lo peor que puede pasar es convertir a Walsh en una figura estática donde todo parece haberse resuelto de modo armónico. Me parece que él era un tejido de contradicciones que mucho tienen que ver con las contradicciones que circulaban en aquel momento.” [En P4R+ (Operación Walsh), 1999, director G. Gordillo]

Impávido ante cualquier matiz, Hernaiz se regodea en el truco de explicar la mutación de Walsh entre 1957 y 1972 arrojando al aire ¿qué es el periodismo? y recogiendo en su galera, al armónico repiqueteo de tambores, ¿qué es el peronismo? Encantador.

La reedición 2007 de Rodolfo Walsh. Ese hombre y otros papeles personales, también a cargo de Daniel Link, incluye una carta de Walsh al investigador Donald Yates de junio de 1957. Especifica Link en nota al pie: “en ella [Walsh] se refiere extensamente a las relaciones de la literatura policial y el peronismo (del que ofrece un pormenorizado análisis) y, en particular, a la escritura y publicación de lo que será Operación masacre” (p. 31) El peronismo, analiza Walsh en esa carta, no fue una dictadura en sentido estricto, sino un régimen, el ejemplo moderno más perfecto de demagogia; Perón como militar es un ´bluff´ que odia la sangre, las batallas, las peleas y los asesinatos (aunque encarcele y torture arbitrariamente) y se opone, en esto, a Aramburu de la Libertadora; Perón eligió el uniforme militar porque ama el poder, y en estas latitudes, el uniforme lo otorga; la demagogia de Perón está basada en la palabra de igual a igual a un pueblo al que divierte y halaga y por el que poco hace en concreto; en algunos aspectos, Perón gobierna admirablemente (en lo económico, a pesar de la corrupción), en otros como un idiota (lo cultural), y el análisis sigue con la mención del aparato de propaganda oficial, etcétera. En el final, Walsh encara ´sus asuntos´ y le cuenta a Yates que ha escrito un libro sobre el caso Livraga y que, como no encuentra editor, ha decidido publicarlo por entregas en la revista Mayoría, a la que ojalá Donald reciba allá sino deberá enviarle una copia por avión…

El ninguneo a textos del período de la juventud de Walsh tiene sin dudas consecuencias en el análisis. En particular, la gambeta de Hernaiz frente a ciertos papeles está sustentada –especulo- en la salvaguarda de una tesis aséptica, simétrica, teleológica, evolucionista: del periodismo al peronismo (y del mero nacionalismo, que su análisis deja intacto, a la izquierda peronista). En general, al tratarse Walsh de un escritor heterodoxo, cualquier escamoteo adopta la forma de una censura que no por blanda, y hasta un poco burlona, deja de cumplir su cometido: que no repita lo que alguna vez dijo. Como muestra, el botón que fue ese toqueteo de Piglia quien al compilar los Cuentos completos de Walsh [Ediciones de la Flor, 2013] excluyó ´ejercicios circunstanciales e irónicas pruebas de su inicial fervor borgeano´. Ese inicial fervor está anclado en aquella juventud ninguneada. Por todo ello, distinta es la historia y otras las preguntas, si se retoma la confesión de Walsh de haber adherido a la gesta popular de 1945 desde la derecha.

III.-

“Este trabajo fue escrito en el año 2007… el cuerpo del texto no ha sido mayormente corregido –comenta Hernaiz. No se incluyen en el análisis… ediciones posteriores de la obra.” (p. 52) La bibliografía del pequeño volumen incluye, por su parte, Dilemas del peronismo de Eduardo Jozami, editado por Norma en 2009. En octubre de 2006, Norma ya había publicado del mismo autor, Rodolfo Walsh, la palabra y la acción. Hernaiz escribe su texto un año después de aparecida esa biografía. Su silencio, en consecuencia, ocurre por impericia o por estratagema.

La omisión libera al crítico oficial de dos piedras en su camino. La primera –acaso la más esperable- responde a la veleidad de mantener la pátina de originalidad de su tesis. En el apartado “Un texto en permanente reescritura”, reflexiona Jozami: “La reelaboración de Operación masacre en las sucesivas ediciones resume la evolución política de Walsh y también…los cambios en su escritura… Los sucesivos prólogos, epílogos y adiciones dan cuenta de las conclusiones que el autor va adoptando ante la falta de respuesta a su denuncia… y también de la modificación de sus ideas sobre temas tan centrales como el peronismo, la revolución y la violencia. Por eso, constituyen un documento fundamental para comprender no solo la evolución política de Walsh sino también un cambio de época en la cultura política, en la toma de posición de los intelectuales. Esos agregados poco aportan, sin embargo, al núcleo central del libro.” (p. 82-85) Hernaiz podría, al menos, haber citado ese pasaje como antecedente para, luego, rescatar en coincidencia el ´evolucionismo´ aplicado a las ideas políticas de Walsh y, a partir del ´poco aportan, sin embargo´, discutir la relativización y construir su propia choza. Prefirió el silencio.

La segunda piedra que evita al no citar la biografía, y al descartar al joven Walsh, como dije, es conservar una (en apariencia) aséptica hipótesis de lectura –que, en su pureza, haga de Walsh un buen periodista y escritor, que devino en mejor revolucionario.

En un diálogo espectral, el biógrafo Jozami olfatea el futuro ninguneo del crítico oficial y arenga, en la “Introducción”, en una línea semejante a la advertencia de Piglia: “La actitud reverencial hacia [la] figura [de Walsh] ha conspirado contra un análisis más minucioso de los principales núcleos políticos de su trayectoria.” (p. 15) Y se explaya: “…el lugar eminente asignado a Walsh parece haber fijado límites a la actitud crítica. Algunos lo han erigido en el antiborges, simplificando en clave política una relación mucho más compleja [por] la importantísima influencia que ejerció sobre su obra el autor de El Aleph. Pero en general se opta no discutir con Walsh… [E]s posible avanzar con una actitud menos reverencial… A quienes teman que esto pueda menoscabar el reconocimiento que la sociedad argentina hoy tributa a Walsh, sería bueno recordar que el mejor homenaje para un intelectual… es cuestionar sus opciones, criticar sus escritos, someter su pensamiento a la prueba del tiempo, ver hasta dónde sigue siendo actual.” (p. 16) El cierre del pasaje remarca el contraste entre el ´ser actual´ de Jozami nacido de las propias contradicciones del escritor, periodista y militante (el biógrafo no es ajeno al paradigma oficial, vale aclarar), y el deslucido ´presente´ del interpretador acuñado en una rocambolesca ortodoxia.

La simplificación tiene un momento alto, como supondrán, en la decisión metodológica de censurar al ´joven Walsh´. Insiste Jozami: “…casi no se ha estudiado o escrito sobre este período inicial. Esta omisión puede explicarse teniendo en cuenta que el propio autor… ha sido avaro… sobre muchas circunstancias; también porque se ha preferido no hablar sobre ciertos pecados de juventud, como la militancia en la Alianza Libertadora Nacionalista. Además, las cambiantes actitudes del joven Walsh en relación con el gobierno de Perón escapan… al patrón de conducta entonces dominante entre las intelectuales.” (p. 22-23)

La historia de las milicias, de las brigadas, de los grupos de choque nacionalistas –leo y parafraseo a Daniel Lvovich, El nacionalismo de derecha. Desde sus orígenes a Tacuara [2006, Capital Intelectual]- se remonta en Argentina a 1919, en el contexto de la Semana Trágica, con la fundación por parte de Manuel Carlés de la Liga Patriótica Argentina, milicia católica, militarista, anti-izquierdista, pero no antiliberal, abocada a enfrentar y a impedir la acción de los anarquistas (´invasores extranjeros´). A fines de la década del veinte, Rodolfo Irazusta funda, por ejemplo, la Liga Republicana, grupo anti-yrigoyenista y autoproclamado antidemagógico. Una vez sucedido el golpe de Estado contra el gobierno radical en 1930, las dos tendencias más importantes -los conservadores tradicionales con Agustín P. Justo a la cabeza, y los más radicalizados, antiparlamentarios, como el propio José F. Uriburu- entran en pugna. Frente al debilitamiento de esta segunda vía, en mayo de 1931 se oficializa la Legión Cívica Argentina, grupo nacionalista militarizado destinado a amedrentar a los ´enemigos internos´. Justo alcanza la cumbre del poder en 1932 mediante elecciones. Muchos nacionalistas se sienten defraudados. Consideran a la oligarquía conservadora un impedimento para la revolución corporativista y ven a los conservadores como traidores al pueblo, en una lenta recuperación de la figura de Yrigoyen que desemboca en el nacionalismo popular posterior a 1943. Entre 1930 y 1943, el nacionalismo de derecha argentino –bajo el impacto de Hitler, Mussolini, Franco, Salazar- se expande sin lograr unificarse. Además de la Legión Cívica Argentina (corporativista, antimarxista, pro-uriburista, con 30.000 adherentes), surgieron otros cuarenta grupos nacionalistas (como dato peculiar, Leopoldo Lugones lideró la Guardia Argentina). A mediados de la década del treinta, en la Legión Cívica Argentina retoña una agrupación estudiantil denominada Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios presidida por El Petiso Queraltó. El propio Queraltó, por ´falta de celo revolucionario´ de aquella, funda en 1937 la agrupación más importante del período: Alianza de las Juventudes Nacionalistas. Esta milicia supuso una radicalización (uso de la violencia contra entidades y personas) y sus propuestas rondaban el Estado corporativo, el catolicismo, la disolución de partidos políticos, la restricción de libertades individuales. Se caracterizó por la movilización de masas, por la insistencia en la ´justicia social´, por su interés en las medidas económicas (control del capital por parte del Estado, nacionalización del petróleo y de los servicios públicos, rechazo al capitalismo internacional, propuesta de reforma agraria y la limitación de la propiedad privada). Alcanzó los 50.000 adherentes. En los primeros años de la década del cuarenta, los nacionalistas en Argentina eran unos 300.000. Algunos pensaban en la vía democrática, otros en la imposición del gobierno por la fuerza. En la expansión del nacionalismo los componentes de clase alta se redujeron y, a la puerta del peronismo porvenir, ganaron espacio los sectores populares. En 1943, sobre la base de Alianza de las Juventudes Nacionalistas, se funda la Alianza Libertadora Nacionalista [ALN].

En esa milicia, o grupo de choque, militó Rodolfo Walsh.

IV.-

Jozami divide su biografía en cinco grandes partes. La primera –“El joven Walsh”- consta, a su vez, de cuatro apartados menores: ´Un autor entre irlandeses´ (dedicado a la infancia católica del escritor), ´Militancia nacionalista´, ´Contra Perón, a pesar de la iglesia´, ´La literatura policial´ (acerca de su incursión en el género).

Walsh –reconoce Jozami- nunca reivindicó su militancia juvenil en la ALN ni su posterior, y concomitante, antiperonismo. Marcado por su ascendencia familiar, formó parte desde joven del antibritánicos ´pelotón de los irlandeses´ de la ALN (p. 28). La posición antiimperialista –la ALN apoyó a Perón en sus primeros pasos en el poder- resume la doctrina nacionalista de Walsh quien, tiempo después, reconocería que a los dieciocho años lo atraía el tono combativo, la agitación, las corridas, las trompadas en la calle (p. 29). Los aliancistas desconfiaban de Perón –muchos veían en él a un oportunista que se había adueñado de las banderas de la ´justicia social´-, sin embargo, al momento de las elecciones, con los enemigos enrolados en la Unión Democrática y la Iglesia apoyando la candidatura, la ALN se embanderó bajo la nueva fuerza. El romance duró poco y cuando en los primeros meses de gobierno, Perón impulsó la firma del Acta de Chapultepec –que supuso aceptar el mandato jurídico estadounidense-, un gran sector de los aliancistas se sintió traicionado en su lucha antiimperialista. “Walsh, frustrado, se aleja de la Alianza, del peronismo y de la política.” (p. 33)

Ese apartado de la biografía pone en escena nacionalistas con los que Walsh mantuvo el contacto a lo largo del tiempo. Rogelio García Lupo –su compañero en Prensa Latina y, décadas más tarde, por ejemplo, prologuista de una edición de El violento oficio de escribir [1998]- le pone fecha a la última vez que vio al joven Walsh en un encuentro de aliancistas, en 1947. Otro personaje del nacionalismo católico con quien se entreteje la obra y la vida de Walsh, y que rescata Jozami, es el padre jesuita Leonardo Castellani, autor de cuentos policiales y candidato a diputado por la ALN en 1946. Se puede mencionar, en tercer lugar, a Jorge Ricardo Masetti, ex aliancista fundador de Prensa Latina, a quien Walsh prologó su libro dedicado a reflejar la experiencia de Sierra Maestra, titulado Los que luchan y los que lloran, en la reedición de 1969 (p. 33-36). Y, para cerrar esta lista incompleta, uno de los fundamentales respecto de la publicación de Operación masacre.

En su premiado ensayo, Hernaiz se refiere a “la campaña periodística en una publicación que dirigía un activo intelectual de la derecha nacionalista, con la que Walsh dice explícitamente no sentirse identificado” (p. 32). Ese ´activo intelectual´, vuelto fantasma por el interpretador, es Marcelo Sánchez Sorondo. Cito un extenso fragmento de Jozami como contrapunto a la lectura beata: “Entre fines de 1956 y 1958, aparecen diversos artículos de Walsh en publicaciones nacionalistas como Revolución Nacional, Mayoría y Azul y Blanco… El hecho de que haya recurrido a los periódicos nacionalistas demuestra que Walsh… no sentía frente a ellos el rechazo visceral que expresaban tanto los intelectuales orgánicos de izquierda como los liberales, pero no basta para afirmar que… se identificara políticamente con algún sector del nacionalismo… Walsh termina recalando en las únicas publicaciones que se animan… [Operación masacre fue] publicado por Ediciones Sigla, de propiedad de Marcelo Sánchez Sorondo, director de Azul y Blanco. Con un perfil más ideológico que Mayoría o Revolución Nacional… el periódico de Sánchez Sorondo… estaba identificado con el nacionalismo de derecha y, quizá por ello, Walsh creyó conveniente afirmar su condición de hombre de izquierda. Otros textos suyos permiten dudar de que en 1957 aceptara plenamente esta definición” (p. 38) Este retrato es sensiblemente diferente a la crédula versión de Hernaiz quien, como buen feligrés, asiente frente a las declaraciones del tótem. (La relación Walsh – Sánchez Sorondo permite comprender que Operación masacre, por una u otra razón, se publicó en la editorial de un sujeto cuyo padre fue ministro de la dictadura de Uriburu. En el lado Hernaiz de la vida, Sánchez Sorondo editor hizo buenas migas en los setenta con Perón.)

Jozami –con sus bemoles- no esquiva la disonancia, la contradicción, la complejidad del pensamiento político de Walsh y considera que el nacionalismo es una línea subterránea en el vaivén derecha – izquierda. La Carta Abierta a la Junta Militar de 1977, por ejemplo, conlleva el reclamo de Walsh por la manipulación del tema de la soberanía nacional por parte de los golpistas y genocidas en el poder. Concluye el biógrafo: “Entre su paso por la Alianza y su adhesión al peronismo revolucionario, Walsh recorre todo el arco de la política argentina, paradójicamente, sin dejar de ser nacionalista.” (p. 40)

En la continuidad de “El joven Walsh”, Jozami se concentra en el catolicismo del escritor, en cómo esta variable confesional –anudada a su nacionalismo- condiciona su mirada sobre el peronismo de aquel entonces, en el apoyo a la denominada Revolución Libertadora –que supone la publicación en la revista Leoplán de artículos que honran el coraje de los héroes que bombardearon Buenos Aires en 1955, y que fueron compilados en El violento oficio de escribir, volumen también olvidado por Hernaiz. Menos imponentes se yerguen, en consecuencia, el ´distanciado apoyo´ a la Libertadora; el pacifista que abraza más tarde la lucha armada; la metamorfosis de qué es el periodismo en qué es el peronismo; el arco temporal 1957-1972 como matriz de esa mutación. Y así se pierde a lo lejos, el silbido melifluo de prestidigitador encandilado, adiestrado en los carromatos de Puán.

V.-

“Aquí enfrente estaba la Alianza. Yo estuve dentro de ese edificio, el año 44, tal vez el 45. La Alianza fue la mejor creación del nazismo en la Argentina. Hoy me parece indudable que sus jefes estaban a sueldo de la embajada alemana. Su jefe era un individuo sin calidad, sin carisma, probablemente sin coraje, aunque eso traslució después. Se llamaba Queraltó, y le decíamos El Petiso. Medía tal vez un metro sesenta, y resultaba algo cómico en sus furores nacionalistas: un tipo simplista, remachador de eslóganes, violento, sin grandeza ni finura de ninguna especie. Sin embargo, la Alianza encarnó la exageración de un sentimiento legítimo que se encarriló masivamente en el peronismo [o ´cuya vía más correcta, menos mediatizada, encarnó el peronismo´]. La Alianza no podía conseguir eso, primero porque sus vínculos con el nazismo provocaban desconfianza aun entre los que no eran aliadófilos; luego porque era antisemita y anticomunista en una ciudad donde los judíos y la izquierda tenían un peso propio; luego, porque sus ideales eran aristocratizantes, aunque encarnaran en individuos de clase media. Los aristócratas que integraban su dirección –los Lastra Ezcurra, los Serantes Peña y algún otro- eran figuras incoloras y mediocres. Algunos intelectuales de escaso mérito completaban el cuadro: Genta, un energúmeno que se babeaba literalmente sobre las promesas del Nuevo Orden; Fernández Usaín, autor de unas obritas de teatro; y el cura Castellani, único que tenía alguna forma de talento. Los nacionalistas más influyentes –Scalabrini, Torres- eran reivindicados como propios, pero no pertenecieron realmente a la Alianza ni integraron sus listas de candidatos. Gálvez, los Irazusta, eran referencias más lejanas.”

Este suelto –transcripto en su totalidad contra la paciencia del lector y a favor del hermeneuta oficial que no dio lamentablemente con el volumen- está incluido, en continuidad al texto autobiográfico “El 37”, en Ese hombre y otros papeles personales. Apenas cuarenta palabras y un par de proposiciones se necesitan para comprender que Walsh militó en la Alianza Libertadora Nacionalista, que esta organización estaba financiada por los nazis y que, por ende, en su juventud Walsh –sin conclusiones posteriores de ninguna índole- militó en una brigada fascista. Entre el ´yo estuve dentro´ y ´le decíamos El Petiso´, la explicitación de la pertenencia. (Sobre la ALN, los nazis, Perón y los matones, Walsh –y Masetti-, Cuba, Tacuara, Montoneros, anda por ahí un retoño de la biografía de Jozami, a cargo por Rubén Furman, Puños y pistolas. La extraña historia de la Alianza Libertadora Nacionalista, el grupo de choque de Perón [Sudamericana, 2014]. Furman, sorprendido por el material entre manos, aclara en la “Noticia sobre este libro”: “…los hechos y protagonistas que acá se retratan son prueba suficiente para descalificar comparaciones disparatadas entre aquel tiempo y el actual proceso político argentino, cuyo sesgo nacionalista y democrático es tan indudable como la nueva época en la que transcurre.” La pregunta que Furman espanta como a una mosca remite, creo, a la eventual continuidad en el presente de aquellas milicias fascistas. Sin ningún lugar a dudas, los tiempos son otros, pero algo del agite y de la provocación nacionalista de Tacuara puede detectarse en el Movimiento Patriótico Revolucionario Quebracho– organización, al igual que sus antecesoras, oscilante en su adhesión al peronismo.)

Borradas de la foja de servicio aquellas pasiones juveniles, hacia mediados de los noventa, en alguna dependencia de este Arkham austral, Walsh muta en mármol. Dice Hernaiz: “En 1994, la edición documental que hace Editorial Planeta… recopilando los sucesivos ´Prólogos´, ´Introducciones´, ´Epílogos´ y ´Apéndices´, y agregando una nota de presentación del intelectual mítico Osvaldo Bayer, [cerrará] el derrotero de variaciones paratextuales… Es el mismo momento en el que Walsh comienza a ser homenajeado en tanto escritor desaparecido…” (p. 25) Esa edición de 1994, en particular, ´participa en la construcción de la imagen que circula hoy de esa obra´, y, sobre todo, en la imagen que de Walsh quiere que de esa obra se desprenda.

Si algo sorprende de los hermeneutas es la impunidad que el arma de la ficción les otorga, no porque la ficción en sí genere impunidad, sino porque el hermeneuta se aprovecha de los movimientos poéticos simple y llanamente para distorsionar en términos ideológicos. Eso le corresponde a Hernaiz –extasiado por la paradoja que anida en el título- y también, en este caso, al intelectual mítico. En el prólogo a la edición de 1994, de seis páginas y titulado “Rodolfo Walsh: tabú y mito”, Bayer instala el asunto alemán desde el inicio: “No tengo otra forma de definir a Rodolfo Walsh que tomar la frase de Madame de Staël referida a Schiller: ´La conciencia es su musa´.” (p. 7) Pero a partir de allí no incursiona en datos biográficos que rescaten las pasiones nacionalistas juveniles de Walsh. Todo lo contrario. Reafirma lo que confiesa en el final del prólogo: “Rodolfo Walsh no existe. Es solo un personaje de ficción. El mejor personaje de la literatura argentina. Apenas un detective de una novela policial para pobres. Que no va a morir nunca.” (p.12) Bayer discute la versión que la renovación democrática recreó del escritor: “Los mandarines oficiales de la cultura del 83 lo quisieron apostrofar con aquello de ´esteta de la muerte´.” (p. 7) Según Bayer, a Walsh ni la sociedad argentina establecida ni sus acólitos le perdonarán nunca la búsqueda de claridad y de brevedad para ser comprendido por lectores de novelas policiales ya que aquellos no “quieren perder el tren del poder y se sienten cómodos en sacralizar a sus intelectuales octogenarios en el suave desencanto de la vida…” (p. 8) Detrás de esos octogenarios que niegan la eterna juventud del aventurero Walsh, el cascoteado Borges.

Jozami (p. 16), es necesario repetirlo, alertaba: “Algunos lo han erigido [a Walsh] en el antiborges, simplificando en clave política una relación mucho más compleja…”. Esa simplificación de oponer Borges-Walsh la realiza Bayer de forma inesperada: “A Walsh lo han llamado ´el anti-Borges´. Qué rara coincidencia. Al joven Büchner… lo califican el ´anti-Jünger´ (y a éste, el ´Borges alemán´). Büchner era –como Walsh- un agitador…, un comunista precoz, Walsh un revolucionario latinoamericano consecuente y sin prisa. Ernst Jünger (el Borges alemán [o Borges, el Jünger argentino] acaba de ser denominado… un fascista noble de frialdad desproporcionada… Jünger, el Borges alemán ha construido los fuertes pilares del edificio teórico de la revolución conservadora… ¿Walsh, el anti-Borges? Tal vez una definición excesivamente ampulosa…” (p. 9) Más allá de esta postrera relativización, Bayer anatemiza y a través de un falaz juego de espejos ajeno.

Sin desconocer su condenable flirteo con la cúpula militar del golpe de Estado de 1976, la tesis delirante de hacer de Borges un filo-nazi tiene historia propia. Dos episodios.

Primero. 1984. El investigador chileno Víctor Farías da a conocer su artículo “La estética de la agresión. Reflexiones en torno de un diálogo de Jorge Luis Borges con Ernst Jünger”, en el que quiere demostrar, mediante afinidades literarias entre los escritores (y con un cafecito tomado en 1982), el nacionalsocialismo del alemán y el filo-fascismo del argentino. Farías va literalmente contra la biblioteca: desestima los primeros arrumacos de Borges con la Revolución Rusa de 1917; desestima el anarquismo heredado del padre y de su amigo Macedonio Fernández, anarquismo que mantuvo como parámetro ideológico hasta el final de sus días; desestima los ataques que Borges recibió de manos de los adeptos al nacionalsocialismo por considerarlo un autor demasiado interesado en la tradición judía (la cábala, por caso); desestima los ataques del propio Borges durante la Segunda Guerra al Eje; desestima la desconfianza de Borges frente al nacionalismo que es la desconfianza frente al peronismo que es la desconfianza frente al nacionalsocialismo.

Segundo. 1997. Un camino más sobrio aunque ciertamente tendencioso recorre Annick Louis en “Borges y el nazismo”. Para centrarme en un único punto, Louis comienza recordando que Borges en las primeras décadas del siglo XX era considerado por algún amigo como de ´espíritu católico´ y que, en consonancia, había publicado textos en revistas católicas con posturas que rozaban el antisemitismo y el fascismo, sin descuidar su imberbe nacionalismo (sobre el que sugiero leer el artículo de Jorge Panesi, “Borges nacionalista” [1995], para tener una noción menos sesgada del asunto). ¿Cuál sería la lectura de Louis –aceptando el contra-fáctico- si tuviese entre manos que Walsh fue explícitamente católico, que fue explícitamente nacionalista, que publicó puntualmente en plataformas nacionalistas de derecha y que militó explícitamente en una milicia o grupo de choque financiado por el embajada alemana, es decir, por los nazis?

La lectura sesgada de Bayer, pluma que largamente se refirió a los anarquistas, hace de Borges un nazi, de Walsh un revolucionario a quien compara con Arlt: así como Walsh escribió acerca de los fusilamientos de José León Suárez, Arlt pintó en su aguafuerte el fusilamiento del ácrata Di Giovanni. Lo que para la relación entre ambos textos en particular funciona, para el personaje en su totalidad es un exabrupto. Meses antes de empezar Walsh a escribir el libro que no escribió, celebraba a los pilotos que habían bombardeado Buenos Aires. En el pasaje de la biografía “Los militares y los que se animan” (p. 46-49), Jozami ubica a Walsh entre el golpe que derroca a Perón en 1955 y el instante anterior a oír ´hay un fusilado que vive´. Parafraseo: ´la nota que Walsh publica en Leoplán en 1955 narrando una acción de la aviación naval en los días previos al derrocamiento de Perón –los bombardeos de junio con centenares de muertos- da cuenta del apoyo del escritor a la Revolución Libertadora. Uno de los caídos en combate es Estivariz, amigo de su hermano Carlos Walsh, y de ahí el motivo de afecto familiar que lo impulsa a Rodolfo a apoyar al golpe, según confiesa en el epílogo de Operación masacre. La nota se destaca por su tono épico y por su actitud casi reverencial ante la institución militar. Lo más significativo del texto es que expresa un reconocimiento a valores –a los que considera superiores- por sobre la ubicación política de los protagonistas. Antes que el peronismo o el antiperonismo, lo importante es el heroísmo, y la solidaridad y la devoción del subordinado frente a su superior. De un lado, la valoración borgeana del coraje; del otro, la lealtad al superior, un rastro ideológico con ascendencia en Lugones. En octubre de 1956, Walsh publica otra nota, transcurrido un año de dichos sucesos. Si bien no hay referencia alguna al gobierno de la Revolución Libertadora, sí celebra la gesta heroica y continúa refiriéndose al golpe como a ´la revolución´. Aunque han pasado cuatro meses desde el levantamiento de junio de 1956, Walsh todavía no ha recibido la información que lo llevará a escribir el libro que le cambiará la vida. La apelación al coraje reaparecerá en la Carta a mis amigos en la que Walsh cuenta el asesinato a manos del ejército de su hija Vicky. Este complejo texto está inevitablemente asociado a las notas que homenajearon a los aviadores, pero escrito desde las antípodas. En 1976 honra a una víctima del Ejército; en 1955-1956 había ensalzado a los victimarios.´ Lo fundamental de esta reconstrucción es, según entiendo, la semejanza de argumentos esgrimidos para honrar a quienes bombardearon Buenos Aires y, posteriormente, para permitirse publicar los textos de Operación masacre en la prensa nacionalista: el ´coraje´ importa más que la identificación partidaria. Saltar la tranquera temporal -1957- que Hernaiz tiende, permite advertir ´otros´ Rodolfo Walsh entre los repliegues del oficialista maniquí unidimensional.

VI.-

Hay muchos Walsh, en Walsh. Incluso –contra todos los pronósticos que permite el dato del nacionalismo reverberando en su figura- hay un sutil Walsh anarco-primitivista. En “Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra” (Literatura argentina y política II, 1996), en pleno proceso de canonización -y en contraposición a las referencias literarias random de Bayer-, David Viñas ubica a Operación masacre en un “curso trágico”: la liquidación del ´gaucho rebelde´ (comentarios de José Hernández al degüello del Chacho Peñaloza, 1863), la eliminación el ´inmigrante peligroso´ (aguafuerte de Arlt sobre el fusilamiento de Di Giovanni, 1931), la masacre del ´obrero subversivo´ (libro de Walsh, 1957), el asesinato del ´intelectual heterodoxo´ (carta abierta a la dictadura, 1977).

Esa letanía, que Hernaiz metódicamente ignora, se remonta a los días de Walsh en el Tigre junto a Pirí Lugones, si no entiendo mal, en los años sesenta. Por esa época, a los Viñas (David e Ismael), a Pirí, a Rodolfo, a Paco Urondo, entre otros, los unía, además del vino, del amor y de la literatura, la librería Jorge Álvarez y la militancia en el MLN, Movimiento de Liberación Nacional. Durante los setenta, a las puertas de la dictadura, con parejas diversas y en casas vecinas, Pirí y Rodolfo repetirán la estancia en el Tigre.

El texto de Viñas pinta un intelectual neobárbaro defensor de ´lo elemental´, del despojo, del autoabastecimiento, del ascetismo que supone el alejamiento de la ciudad. Walsh es para Viñas –y aquí la sensibilidad anarco de esa yunta- un heterodoxo, un iconoclasta, alguien que está fuera de lugar, crítico radical y, por eso mismo, sancionado con la muerte, su asesinato. Walsh es un hereje transfigurado. En un primer momento, es el nacionalista que apenas puede ser enmascarado por el que recuerda. El de Variaciones en rojo [1953] –dice Viñas- es un Walsh “…que todavía creía que con el final del peronismo 1945-1955 se iban a recuperar las ´tradicionales virtudes patrias´.” El escritor hereje vive luego una epifanía ambigua: “Una conversión, quizás, más que un desplazamiento lineal, se puede ir verificando en otras dos comarcas de la aventura de Walsh: desde la aprobación del ´heroísmo oficial´ que publica frente a los acontecimientos de 1955, y su contramarcha en dirección a las investigaciones y denuncias de los fusilamientos de José León Suárez.” Heterodoxo, hereje, anti-institucional, en apariencia ungido: “En una última (o penúltima) instancia, si tuviera que simbolizar el itinerario de Walsh echaría mano de escenarios de la Biblia. Con una cita de Daniel…, el inicio como descifrador frente al semicírculo de los cortesanos de Nabucodonosor. Dos, hacia 1956, y mediante Operación, el camino hacia Damasco. Y tres, por último, con su carta abierta a la Junta Militar, en 1977, el sacrificio del Gólgota.” Figura crística sí, pero nunca oficial, sino la que pervivió en las apaleadas sectas de los inicios. Si Walsh se sacrifica como Cristo, lo hace en una serie heterodoxa. Daniel –sobre quien construye su detective y su alter ego- es un profeta eminentemente político (habrá o no de pervivir el imperio), pero, sobre todo, es un profeta esotérico, mistérico, al límite de lo canónico; también Saulo de Tarso, luego San Pablo –el Apóstol-, es un converso oscilante en lo que otros dictaminarán como ortodoxia; y, finalmente, el propio Cristo que, una vez repuesto del cimbronazo de la crucifixión, soportó la disputa entre quienes alabaron su resurrección de Hijo de Dios y fundaron la Institución, y quienes se contentaron con la sabiduría del hijo de algún dios desinteresado de esta vasija de tierra, y lo alabaron como a un gran chamán. Iglesia oficial versus herejías. Arremete Viñas como un teólogo, e involuntariamente, trae la cuestión desde su pasado a este ortodoxo presente: “Horacio Verbitsky es hoy el continuador más notable del periodismo inaugurado por Walsh. Con una diferencia que correspondería destacar… si Walsh, con los rasgos artesanales de su producción, representa una suerte de cristianismo primitivo dentro de este linaje periodístico, ¿Verbitsky, acaso, representa la institucionalización correspondiente al catolicismo?” Por un lado, entonces, alguien que, en sus creencias y hasta el final, rechazó ser orgánico a cualquier ortodoxia. Acota Jozami: “…la relación de Walsh con la religión fue menos unívoca de lo que podría pensarse. El escritor abominaba… de todo lo que tuviera que ver con la Iglesia, pero esta reacción de enojo exasperado con su experiencia religiosa inicial puede leerse como todo lo contrario de la indiferencia” (p. 45) Por otro lado, la contraposición periodismo heterodoxo/periodismo institucional, Walsh/Verbitsky –para quien, hoy, el Estado hace las veces de Santa Madre Iglesia desde donde también habla el novel guardián Hernaiz desesperado autor de la enésima bula ofrendada al hereje por siempre irreductible al lastimero dogma que su generación enarbola.

[Comentario al margen y a futuro. La clave heterodoxa de Viñas se derrama como un linaje entre los escribas vernáculos: del Walsh descifrador y criptógrafo al Borges cabalístico, pasando por el esoterismo de Lugones, los espectros de Quiroga, las ciencias ocultas y el Astrólogo de Arlt, la caterva de Filloy, el hermetismo de Macedonio (a quien Walsh llama ´nuestro más positivo genio), el otro astrólogo –Schultze- de Marechal, los ciegos sectarios de Sabato, la metempsicosis de Bioy, la alquimia de Puig, las utópicas cartas de Piglia y, en retorno decimonónico, los viajes astrales de Holmberg. En algunos de ellos, esa tensión provocada por la heterodoxia, el hermetismo, el ocultismo se resuelve, en política, con afinidades anarquistas, y se configura, en literatura, apelando a la ciencia ficción.]

VII.-

Se autoevalúa Hernaiz en la coda de su ensayo: “Una lectura no fetichista ni mitificadora requiere de un trabajo de lectura que reordene…” (p. 52) –y te agregaría, que no escamotee, ni ningunee. A medio camino, había dicho que no hacer lo que él hacía, era rendirse frente al fetiche: “No tener en cuenta estas variaciones [a lo largo del tiempo de Operación masacre] y su forma de incorporación en las distintas ediciones es someterse al fetiche…” (p. 26). Acierta, Hernaiz, al elegir la terminología psi-. Su caso es ejemplar en relación a los efectos del consumo de ortodoxia en un ser humano. En el “Obligado apéndice” de su ensayo, asistimos a una felicidad orgiástica sobre el escenario y con una platea insípida: “…y el hecho de que fuera organizado por una de las instituciones culturales más importantes del país y que el concurso [que él mismo ganó] se entremezclara con la conmemoración de las fechas nefastas que organizan la cronología de la última dictadura militar… podría ser pensado como el cierre del ciclo iniciado en 1994. No sería un exceso postular allí la cristalización de… un ciclo kirchnerista para la circulación del libro de Walsh, y junto a ese libro, de la figura misma de Walsh en tanto intelectual y militante: no en vano, del 2001 a esta parte la figura del militante y del intelectual encontraron formas específicas de reformularse articulándose con los cambios estatales.” (p. 52-53) A confesión de parte. Si el concurso, y el correspondiente ensayo ganador, confluyen en la ´cristalización´ del ciclo kirchnerista de la circulación de Operación masacre y de la resignificación de la figura de su autor, este estado de cosas se sustenta en una argumentación que entronca el celebrado ´presente´ con un pasado mítico repleto de héroes y de luchas bravas, cuando, en rigor de verdad, Walsh murió asesinado por los militares y militando en una organización revolucionaria que lindaba el dislate. Como ejemplo -y a esto vos, Seba, lo reconocés-, los documentos internos que como oficial de inteligencia redactó y, en vano, compartió con la cúpula de Montoneros. Para 1976, Walsh hacía tres décadas que oía acerca de ensueños nacionalistas y libertadores. Son palabras de Walsh: “A pesar de los golpes recibidos… seguimos triunfales. Decidimos el fracaso total de los planes del enemigo y seguimos subestimándolo. Esto… obedece a la incomprensión sobre nuestra propia historia. [A]l no reflexionar sobre las causas de nuestro crecimiento espectacular [pensamos que] somos geniales, y si somos geniales es accesorio que acertemos o nos equivoquemos. Esto lo notamos… en la persistente ausencia de autocrítica.”

No otro es tu horizonte de intervención, digo parafraseándote, querido Seba. La ausencia de autocrítica y, como corolario, un corrimiento en los parámetros ideológicos de comprensión de la historia y de la ´realidad nacional´ -para retomarte de nuevo, que me encanta. En el encendido ensayo que le dedicás a Marechal, incluido en el mismo librito en el que esgrimís un archivo parcial sobre Walsh, te referís en una nota al pie perdida por ahí “a la renovación [política] que se iniciaría con la revolución de junio de 1943” (p. 73, nota 3). Esta liviandad, creo, se resuelve de dos maneras: o cambiás ´revolución´ por ´golpe de Estado´ -otra cosa me parece no fue lo del G.O.U- o todos nos volamos las pelucas y les decimos revolucionarios a los golpistas nacidos de la simiente de Uriburu.

Así, y para ir cerrando este texto repleto de amor y de comprensión hacia vos, hermeneuta aprendiz, intuyo que uno de los problemas principales de tu argumentación, es justamente el fetiche frente a una supuesta dicotomía clara y evidente -´derecha e izquierda´- que, desde el presente, alcanza un pasado simétrico. Pregunto: ¿quién es capaz de distinguir derecha de izquierda en el camaleónico peronismo? Reflexiona Humberto Cuchetti en “¿Derechas peronistas? Organizaciones militantes entre nacionalismo, cruzada anti-montoneros y profesionalización” [2013]: “Si en lugar de pensar el conjunto de las organizaciones juveniles de los años 1960-1970 a partir de esquematismos ideológicos o de querer afiliar cada una de ellas a una familia política determinada, pensamos en las nebulosas militantes de las mismas, vamos a encontrar diferentes vectores asociativos, familiares, religiosos, sindicales, universitarios y partidarios que sirvieron de pasarela entre agrupaciones que tiempo después se enfrentaron de manera acérrima. En este sentido, las reivindicaciones nacionalistas… constituyeron un lenguaje del cual abrevó la totalidad de las opciones políticas peronistas de aquellos años… Un ejemplo es la apelación a la gesta montonera de los caudillos federales de la segunda mitad del siglo XIX, valor revisionista tan extendido en el militantismo peronista desde los Montoneros a la CNU –Concentración Nacional Universitaria [facción ultra-nacionalista y de ultraderecha].” (Atender el magma ideológico desde donde se desprende la dicotomía derecha – izquierda, supone reconocer la constitución de identidades marcadas, por un lado, por la autodefinición grupal y, por el otro, por las definiciones que sobre la propia identidad lanza el enemigo. Cuchetti, en un ejemplo que me interesa para sumar al picnic ácrata en el que metí a Walsh, recuerda que ´la derecha peronista acusaba a Montoneros de marxistas y de comunistas, los veía como infantiles y les enrostraba el mote de anarquizantes´).

Creo que te apresuraste, Hernaiz, a pesar de disponer de un par de años para reescribirlo. Si le hubieras dado bolilla al nacionalismo, y a su literatura, incluyendo a Walsh, habrías visto que dos características hermanadas en la aguerrida prosa nacionalista son la virulencia y la invectiva, tal como la practicaba el propio Rudi, según comenta Jozami (p. 39). De hacerlo, podrías haber intuido que el maquillaje polémico de tu título es apenas eso, carmín. Le quisiste entrar a Walsh a tus veintipico y te quedó grande (aliento de tu generación mediante). Tampoco es que tu ensayo está tan, tan mal. Bien urdido, bien entretejido… proyectaste un palacio sobre arena y para tu pésima suerte de ganador, arquitectos mayores aprobaron tu plano y lo premiaron y vino después alguien que te lo editó, y el previsible alegrón por el fetiche del libro impreso, y los grititos de placer de los tuyos, y los diversos polvos que intensificaron la celebración… Todo fue de maravillas.

Sin embargo, nunca falta un insensible que harto de la jarana entre los vecinos, comienza a golpear la pared con la intención mínima de molestarte, y máxima de que eches a tus cumpas y te vayas a dormir porque es tarde, flaco. Mala suerte. Al recoveco que está justo al lado de tu departamentito hermenéutico lo usurpó un croto, un linye, un mendigo, que entre alguna biaba y alguna curda, se le da también por interpretar. Por eso, con golpecitos en la pared –en un morse tumbero, siempre útil- voy a insistir con que -si a vuelta de posteo no podés quebrar mi argumentación, como hice con parte de la que vertebra tu ensayo campeón- agarres despacito, algunos de estos días, el premio que se te otorgó, salgas de tu depa (yo digo depto, pero me adapto), bajes por las escaleras (para que no te vean ni los vecinos, ni los de tu grupito) y lo dejes entre los desperdicios. Cuando el hambre me apure, me abocaré a la basura y, como quien no quiere la cosa, manotearé el premio institucional para sacarle algunas monedas, amigo. Y si no lo largás, voy a empeñar mi único oropel que es la estrambótica tesis del linaje heterodoxo que antes te conté, para irme hasta allá y reclamarte esto en lo cara. Es una cuestión de ética. No hay manera de ser un hermeneuta (peronista, progresista, de izquierda) sin mínimos reparos de honestidad intelectual, en particular, porque detrás de la palabra está la acción y detrás de la acción, algún tipo de modificación del status quo que te gustará llamar, supongo, ´revolución´. Algo semejante decía Walsh en la famosa entrevista que le hizo Piglia en 1970: “Vos viste –le dice- que desde la derecha no hay ningún problema para seguir haciendo literatura. Ningún escritor de derecha se plantea si en vez de hacer literatura no es mejor entrar en la Legión Cívica. Solamente se plantea el problema de este lado; entonces… tenés que decir eso con los escritores de izquierda. Hay un dilema.” Walsh habla del carácter subversivo -o no- de la literatura que es hablar de lo subversivo -o no- de la escritura. En esa declaración, en la que de paso recuerda la milicia uriburista –útero de la ALN-, cuestiona la congruencia –o no- entre palabra y acción. Y algo de eso, entiendo, sabés, porque si tu mero ensayo, y (a gatas) éste mi panfleto (¿o al revés?) están untados por ´el clima de debates y las formas de la política y la práctica intelectual que trajo el kirchnerismo´, me entrometo y digo que me parece un debate ruidoso y falaz. Cumple tu obrita con casi todos los requisitos de una mutación sobre la que algún día indagaré más: la crítica literaria, atenta finalmente al curso de los tiempos, se ha convertido en una rama de la ciencia ficción.

Y hasta acá. Quedan tantas cosas por decirte. Iba a enroscarme contándote que descifré en las últimas cuatro letras de tu apellido la marca de la bestia, pero para qué. Con lo que hay, basta. Quedo a la espera –inútil, supongo- de una respuesta. He cometido, quién lo duda, varios errores, aunque sabrás entender que escribir entre trapos y con el colchón mojado en estos días de lluvia, no es tarea fácil. De todas formas –no sé por qué saber que estoy por terminar me ceba, Seba (¡genial! ¿no?)-, ni tu enjundia, ni tu pericia para retrucarme me dejará satisfecho. Deberías guardar violín en bolsa y volver a la plaza de la adolescencia y empezar a leer de nuevo, con este lema en tu ágil baulera: hermenéutica y ortodoxia, qué mal pero qué mal que se llevan.

                                                    Tuyo,

Thomas Munk {F.C.}