Postales del infierno. Reseña de ´No somos una banda´ (1991) de Orlando Espósito

No somos una banda´, la primera novela de Orlando Espósito (Banfield, 1946), fue publicada por Editorial Grupo Cero a comienzos de 1991. El oficio de escritor en la vida de Espósito estuvo entrelazado con lo profesional entre impresoras, computadoras y una chacra sureña. Sus apuestas narrativas subsiguientes lo condujeron desde la Argentina post-apocalíptica a la novela negra (´El fantasma verde´, ´Los secuestradores´, ´Dejad a los niños venir´) y a relatos publicados en blogs. Con ´escenas de gran realismo en una pesadilla que no da tregua´ y a partir de un interrogante fatal -´¿cómo reaccionaría cada uno de nosotros, sin otra ley que el instinto y la lucha por la propia subsistencia?´-intentamos quitarle el polvo a este singular destello de la ciencia ficción local.

Ciento veintidós páginas. Veintisiete capítulos. Una contratapa: “´No somos una banda´ es una visión estremecedora de lo que podría haber sucedido en nuestro país; tal vez, de lo que está aún por suceder. ¿A qué extremos de salvajismo y barbarie somos capaces de llegar sometidos a presiones extremas? ¿Cómo reaccionaría cada uno de nosotros, sin otra ley que el instinto y la lucha por la propia subsistencia? ¿Qué es lo que queda de un Estado, cuando la ineficacia y la corrupción de sus dirigentes alcanzan su máxima expresión? Un país sumergido en el caos, habitado por seres en los que la civilización es apenas un recuerdo, se transforma en un mundo distinto que todos hemos temido e imaginado alguna vez. Un mundo en el que todo ha cambiado: la vida, el sexo, el amor…”.

   Y por supuesto la situación económica. La cesación de pago de la deuda de los países del Tercer Mundo han llevado al globo al borde del colapso, menos en Argentina donde el colapso ocurrió. Devastado por la hiperinflación desde hace tres años, el país naufraga sin gobierno, sin ejército y sin ley, y con su territorio reducido a la mitad por las invasiones de Chile, Brasil e Inglaterra. “Después de todo –sugiere el protagonista- era un lejano país del fondo del hemisferio, notorio… por su ingobernabilidad. Bárbaros disimulados bajo una fina capa de esmalte para quienes la democracia y las modernas nociones de Estado eran… un exceso…” [II].

   El ´linchamiento del Congreso´ fue el punto de no retorno de la revuelta: “Retengo una confusa cronología de los hechos que condujeron a la catástrofe: Los primeros saqueos a supermercados, los cortes de luz programados…, las farmacias sin medicamentos, los discursos oficiales teñidos de sorpresa y preocupación. Nadie se dio cuenta de que algo estaba empezando.” Bandas, o mejor, grupos armados se dedicaron a la depredación. “Comenzó la escasez de alimentos. Se quebró la cadena de producción y distribución. Sobrevinieron los despidos en masa. Los obreros tomaron las fábricas pero nada tenían que fabricar.” Desaparecieron la electricidad y el gas, y emergieron la ira, los rostros enrojecidos y los puños blandiendo armas. “Nada quedó a salvo de la ira, y todos los árboles, todos los postes, todos los monumentos, fueron utilizados para colgar a los funcionarios y a los políticos… imposible saber cuántos eran. Algunos más colgados que otros, pero todos colgados… Me estremece el asco y el espanto de aquellos días. El incendio de la Casa Rosada, del banco Hipotecario, de la Catedral…” [V].

  El linchamiento instaló la incertidumbre y el hambre, según su memoria siempre oscilante: “¿Qué fue lo que pasó? Tal vez, algún día, los historiadores y los sociólogos, puedan… elaborar una explicación. Hoy no tengo memoria suficiente para ver, siquiera, el pasado inmediato, y me fatiga pensar en el futuro lejano. Puedo hacer planes para mañana, para pasado mañana, quizá. Es más importante una lata de arvejas… Es más, creo que ya no sabría multiplicar ni dividir. Hasta es probable que no logre recordar las estrofas del Himno Nacional…” [I].

   Pero todavía las recuerda -´Oíd mortales…´, etcétera- y las recordará hasta agotarlas, verso a verso, en el final de cada capítulo impar, como un mantra paradójico que rubrica que las acciones que acabamos de leer sucedieron en una tierra que ya no es aquella que solía llamarse Argentina.  

   Los capítulos pares son para Rita y sus dos hijos, Andrés y Federico, quienes emigraron a Francia en un avión como refugiados cuando todavía era posible abandonar el país. Su perspectiva de exiliada contrapone la salida –“Cuando el avión sobrevoló los suburbios vio las columnas de humo y las llamas color amarillo y ocre que brotaban…, las autopistas cubiertas de automóviles amontonados, inmóviles para siempre, muchedumbres reducidas al tamaño de hormigas marchando…” [II]- con el arribo al campo de refugiados en suelo europeo: “La escalerilla daba a una zona demarcada por un vallado tras el cual montaban guardia los soldados… Grandes lámparas de mercurio encandilaban a los recién llegados. Uno tras otro debían ingresar en una casilla donde eran sopleteados con un polvo blanco que olía a DDT. Luego, entraban en el hangar donde cumplían la cuarentena. Un hombre protegido con un barbijo y guantes quirúrgicos les entregaba una ficha que debían completar con datos personales” [IV]. Detrás del olor a desinfectante quedaban la identidad y la pertenencia a un país que había perdido la confianza, la solidaridad y la idea de comunidad, sumido en el ´sálvese quien pueda´.

    Rita sufría con sus hijos trabajando en Francia como sirvienta y pensando cada día en la posibilidad de volver y de reencontrarse con su marido, el narrador de los capítulos impares quien desde la desolada Buenos Aires creía que su familia estaba en Brasil o en España.

   La falta de comunicación era total. La solución estaba muy lejos o en manos ajenas: “…las Naciones Unidas habían logrado establecer una zona de seguridad en el aeropuerto de Ezeiza… Los primeros contingentes de cascos azules fueron desbordados por la multitud y las toneladas de víveres, los kilómetros de vendas y los tambores de desinfectante no alcanzaron para frenar la marea humana… Los soldados… tuvieron que disparar para salvaguardar sus propias vidas.” [XV] Rita seguía el curso aproximado de las acciones por los noticieros. Los videos eran filmados por periodistas “…desde gran altura porque la gente les disparaba como si fueran enemigos.” [VIII] Se veían escenas de carnicería vacuna y también humana -si lo ameritaba la presa en disputa.

   Escapar a ese caos era entrar en ´zonas de cuarentena´, ´áreas sanitarias´, ´campos de embarque´ o irse directamente de la ex capital.

   En una escaramuza, el narrador se suma a un grupo cuyo líder, Jorge, era un viejo conocido. Esta comunidad excepcional resistía en un edificio del centro porteño y junto a ellos el protagonista consolida la posibilidad de planificar la huida hacia Uruguay o hacia las provincias. “La mayoría huyó hacia el campo pensando que allí obtendrían más fácil lo necesario para vivir…” [IX]. En la ciudad todo era desconfianza y escasez. De combustible, de leña, de carne fresca (de perros), de fósforos secos. El dinero no servía. Lo más preciado del día tal vez hubiera que robárselo a un muerto.

   El grupo comandado por Jorge había aprendido a cultivar con tachos abiertos por la mitad, a cocinarse y a calentarse con ceniza empapada en kerosén y a aprovechar los sacudones del deseo para intimar bajo condiciones adversas. “Era una mujer distinta de las que yo recordaba –nos cuenta luego de las primeras noches. Era la mujer de los años de la adversidad. Desgreñada, el pelo cortado toscamente… Estuvimos muchas horas tras de la cortina… De los dos brotaba un olor rancio, agrio. Era el olor de nuestras pieles sin jabón ni desodorante, olor humano.” [IX]

   En el mundo exterior, mientras tanto, el asesinato estaba a la orden del día. Era el salvoconducto para sobrevivir. “Desde que se generalizó la revuelta, la gente no soportaba ser comandada por nadie y los líderes terminaban con una bala en la espalda.” [IX] Todos eran enemigos, aunque no tan enemigos si tenían una bendita bala incrustada porque, aunque parezca imposible, un día todo cambió y para peor.

   Aparecieron los primeros muertos ´sin marca de violencia´. “Comprendimos que era la peste que mencionaba la radio. Adoptamos estrictas medidas sanitarias. Colocamos… acaroína en la puerta de entrada. Debíamos hundir las suelas en el líquido desinfectante antes de ingresar… Abandonamos el despojo de cadáveres y hervíamos el agua aunque fuera de lluvia.” [XIII]

   La consigna fue a partir de allí impostergable: “Tenemos que salir de la ciudad…”.  El grupo se preparó entonces para migrar, unos hacia Uruguay, otros hacia Mendoza donde hablaban de un gobierno provisional. Camino al delta se encuentran con otros mundos, “…una aldea de pescadores formada por antiguos vecinos de Vicente López”, pero los guardias los hacen retroceder del ensueño y antes de abandonarlos les enrostran cómo obtenían los alimentos. “El río estaba limpio, se había acabado la mugre”. A escasos kilómetros de la metrópolis pestilente, el pequeño poblado mantenía una vida apacible: “…huertas llenas de almácigos, plantas de tomate y ají, árboles frutales y limoneros… Un par de botes realizaban maniobras de pesca… El río tenía vida, los peces habían sobrevivido al tanino, a las cloacas, al plástico y al petróleo.” [XXIII]

   Aun cuando en los capítulos finales la novela apele a la esperanza colectiva, en conjunto deja el sabor rancio de aquel cóctel explosivo que fue la transición de los experimentos alfonsinistas a los delirios menemistas y que podría resumirse con este amargo recuerdo de Rita: “…somos peores que pordioseros. Nos engañaron. Nos dijeron que el nuestro era el mejor país del mundo, que comíamos más carne que nadie, que éramos los que teníamos mejores profesionales y técnicos.” [VIII] Esa Argentina fragmentada en bandas y bajo un nuevo orden económico era el chisporroteo de una fallida nacionalidad: “Una vez quebrada la delgada protección de la sociedad organizada, no hay peor enemigo para nosotros que nuestros congéneres.” [XXIII]

   La novela de Espósito permanece todavía hoy como un secreto más citado que leído. En 2006 Fernando Reati la incluyó en Postales del porvenir -un análisis de la ´literatura de anticipación´ en Argentina entre 1985-1999- volumen que abordaba otras doce obras: Manual de historia (1985) de Marco Denevi; La Reina del Plata (1988) de Abel Posse; Una sombra ya pronto serás (1990) de Osvaldo Soriano; Las repúblicas (1991) de Angélica Gorodischer; El aire (1992) de Sergio Chefjec; La ciudad ausente (1992) de Ricardo Piglia; Los misterios de Rosario (1994) de César Aira; La muerte como efecto secundario (1997) de Ana María Shua; El oído absoluto (1989/1997) de Marcelo Cohen; Cruz diablo (1997) de Eduardo Blaustein; Planet (1998) de Sergio Bizzio; 2058, en la Corte de Eutopía (1999) de Pablo Urbanyi.

   Todos estos artefactos narrativos ofrecen en su conjunto un muestreo suficientemente amplio de la fuerza no siempre reconocida de la ciencia ficción local –Reati insiste con ´ficción anticipatoria´- para indagar en las transformaciones sociales y culturales que se expandieron como reguero de pólvora al filo del nuevo milenio.

   Novelas como ´No somos una banda´ advierten con lucidez la futura pesadilla en los rescoldos de los años ochenta atizados por los primeros coqueteos del menemismo. Alejado de los grandes imperios tecnológicos, lo que determina la explosión del país austral es un factor poco menos que metafísico: una inédita variable financiera justifica la catástrofe narrativa.

   Un cierto llorisqueo nacionalista por la pérdida de valores y por la disolución de una comunidad supuestamente unida, sugiere la tapa del libro con una lágrima que cae desde un ojo color bandera. Menos sensiblero es el devenir de los personajes y de la propia novela que por sobre todo parecen apuntar a la enjundia de la frase de cabecera que Espósito tomó de los ´Proverbios del infierno´ de William Blake y que engarza justo con este cierre: “Aquel que desea y no actúa, engendra la peste” [´He who desires but acts not, breeds pestilence´].///

{Este texto fue publicado, en una versión por momentos diferente, por Revista Colofón como Postales del infierno}

Bienvenidxs a la máquina, criaturas electrónicas [2009]

“La visión apocalíptica se manifiesta en el colapso ecológico y social que experimentamos en el mundo real y físico. Como [Alexander] Bolonkin dice: ´Tarde o temprano las enseñanzas religiosas acerca del alma, del cielo y del infierno, serán reales. Pero todo estará creado por humanos. El llamado fin del mundo tendrá también la posibilidad de convertirse en real. La interpretación religiosa de esta noción implica el fin de la existencia de toda persona biológica -traspasar todas las almas a portadores artificiales…´ Un filósofo nanotecnológico, en un artículo llamado ´Vivir para siempre´, apunta: ´La unión de humano y máquina está en camino. Casi cualquier parte de nuestro cuerpo puede ser mejorada o reemplazada, incluso algunas funciones del cerebro… En dos o tres décadas nuestros cerebros habrán sido estudiados a fondo por la ingeniería inversa: nanorobots nos permitirán una inmersión total en la realidad virtual y una conexión directa del cerebro con internet. Poco después, expandiremos vastamente nuestros intelectos al fusionar nuestros cerebros biológicos con la inteligencia no biológica´. Esta sería la sentencia final: ´Solamente podemos solucionar el problema de la mortalidad alejándonos de nuestro sustrato biológico´. Alexander Bolonkin, antiguamente en las fuerzas aéreas de Estados Unidos y en la NASA, escribe: ´Una persona inmortal compuesta de chips y materiales supersólidos (el e-man o humano electrónico) tendría ventajas increíbles en comparación con la gente común. Un ser humano electrónico no necesitará comida, vivienda, aire, dormir, descanso o ambientes ecológicamente puros. Un ser de este tipo será capaz de viajar en el espacio o de caminar por encima del fondo marino sin botellas de aire. Sus capacidades y habilidades mentales se incrementarán millones de veces. Será posible desplazar a ese tipo de personas a distancias enormes a la velocidad de la luz. La información de una persona como esa podría transportarse a otro planeta mediante un láser e implantarse en otro cuerpo. Esas personas no serán torpes robots de acero. La persona artificial tendrá la oportunidad de escoger su cara, cuerpo y piel. También les será posible reproducirse a sí mismos evitando los períodos de niñez y adolescencia, y también la educación. No será posible destruir a una persona artificial con ningún arma, ya que se podrá copiar la información de su mente y guardarla…´… Bolonkin cree que ´…esta transición a la inmortalidad (criaturas electrónicas) será posible en 10-20 años´. Al principio costará varios millones de dólares y estará sólo al alcance de personas muy ricas, gobernantes y famosos. Pero en otros 10-20 años, para los años 2020-2035, el coste del chip de equivalencia humana, juntamente con el cuerpo electrónico y los órganos de recepción y comunicación, caerá a unos pocos miles de dólares, y la inmortalidad será accesible a la mayoría de la población de los países desarrollados… Al principio será posible grabar en los chips sólo los contenidos de la mente, y proveer el cuerpo para su existencia independiente más tarde. Las consecuencias de todo esto, según Bolonkin, es que ´el número de criaturas electrónicas será creciente, y el número de personas, decreciente, hasta mantener el mínimo necesario para los zoos y las pequeñas reservas. Muy probablemente, los sentimientos de las criaturas electrónicas tendrán para con los humanos como sus ancestros se desvanecerán en proporción con la creciente brecha entre las capacidades mentales entre unos y otros, hasta que se convertirán en comparables con la actitud que tenemos frente a los monos, o incluso a los gusanos´. Bolonkin quiere desembarazarse del sexo procreativo (lo que no debería ser una sorpresa, ya que quiere desembarazarse de nuestros cuerpos): ´Otra cosa es bastante obvia: que la procreación biológica será tan cara, lenta y primitiva que se perderá en el olvido.”//

{Derrick Jensen & George Draffan, Bienvenidos a la máquina. Ciencia, vigilancia y cultura del control, Editorial Klinamen, 2009, páginas 99 y 106}

Paul Virilio [1932-2018] – Disuasión global y bomba informática [1997]

{Décadas atrás, en charlas recopiladas en Cibermundo o la política de lo peor, Paul Virilio mezclaba drones y satélites y alcanzaba las siguientes conclusiones para pensarlas en este contexto en el que la pandemia es vector de disuasión social:}

“En una sociedad globalizada, la guerra mundial produce una policía mundial –comienza Virilio. Las fuerzas armadas se convierten en fuerzas policiales. De ahora en adelante, todos los ejércitos serán los gendarmes del mundo. La ONU es una prefiguración de la gendarmería mundial que se prepara. La tele-vigilancia es uno de los elementos de la policía de las ciudades. Lo que se está preparando con los satélites de información y los drones es la mutación del Ejército nacional en policía mundial. Por un lado, tenemos la guerra electrónica -ciberguerra- la guerra de la información o de los conocimientos; por el otro, la policía de intervención para evitar que esto no degenere en la ciudad-mundo y para evitar que el caos de los pobres no llegue a ser insuperable. Las fuerzas de acción rápida ya son las fuerzas policiales… La información necesita una gestión militar, es decir, la información representa un poder tal que lo militar debe administrarla. Todo el trabajo llevado a cabo actualmente consiste en desarrollar este poder de la información para hacer de ella una verdadera arma de disuasión mundial. La bomba atómica se convierte en la bomba informática. Aquella fue útil a condición de que existiera disuasión y a condición de no utilizarla. Por tanto, se empleó en Hiroshima, en Nagasaki y en pruebas. Durante la guerra fría, para evitar la guerra atómica fue necesario desarrollar estructuras de información ligadas a la conquista del espacio. Era necesario mostrar que se era poderoso. Un arma de la que no se habla no puede ser disuasiva. La bomba informática ha nacido de la bomba atómica y de la necesidad de disuasión. Hoy en día, la disuasión por medio de la bomba atómica está fuera de lugar ante el final de la política de los bloques. Por el contrario, la bomba informática y el poder de la información adquieren proporciones considerables. El problema se plantea, entonces, en una disuasión por medio de la informática, el saber y el conocimiento. Como decía Goebbels, maestro de la propaganda del III Reich, ´el que lo sabe todo, no tiene miedo de nada´. El poder de la información puede llegar a ser un poder total. Gracias a la informática es necesario construir un poder lo suficientemente fuerte como para disuadir a aquellos que quisieran causar estragos en esta ciudad-mundo y volver a cuestionar la paz social. Sería necesario inventar, después de la disuasión nuclear, una disuasión de la comunidad social por medio de la informática. Si la informática puede saberlo todo gracias a sus drones y satélites, representará un poder tal de disuasión que los pueblos no se moverán más. Es una utopía que ilustra bien la vía de este delirio tecnológico.” //// Paul Virilio. Cibermundo o la política de lo peor. Madrid. Ediciones Cátedra. 1997, p. 99-100.

Raúl Aguiar. Cartografía de la ciencia-ficción escrita por mujeres en Cuba [2011]

// Este artículo formó parte de la edición #23 de Istmo. Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos. [ISSN: 1535-2315], julio-agosto de 2011, dedicada a la ciencia ficción caribeña (Cuba, Venezuela, Costa Rica, Nueva España) Pueden descargarlo en pdf//La historia de la ciencia-ficción escrita por mujeres en Cuba comienza en 1979, cuando Daína Chaviano ganó la primera convocatoria del Premio David para autores inéditos, en la categoría de ciencia-ficción, con su libro Los mundos que amo. Abría con esta colección de cuentos una nueva manera de enfocar el género, desde una perspectiva mucho más intimista y cercana a lo mitológico, a través de un lenguaje sensual y de alto vuelo poético, con claras influencias de los libros de von Däniken, H. R. Tolkien, Mary Stewart, Ray Bradbury y algunos escritores del boom latinoamericano, en especial Julio Cortázar. (La influencia de Cortázar se nota sobre todo en su libro El abrevadero de los dinosaurios en que a la manera de las Historias de cronopios y famas, Daína Chaviano, de una manera lúdica, ofrece un serie de minicuentos fantásticos experimentales muy al estilo cortazariano, como el que lleva por título “Instrucciones para seducir a un dinosaurio”).
    Si el relato Los mundos que amo presenta claras referencias a las especulaciones de von Däniken con respecto a los OVNIS y sus “hipótesis” del paleocontacto, en los siguientes libros de la autora como Amoroso planeta, Historias de hadas para adultos o Fábulas de una abuela extraterrestre, Daína se va perfilando como una escritora atípica de un tipo de ciencia-ficción híbrida, mezcla de ciencia-ficción con magia, erotismo, parapsicología, la fantasía heroica y los mitos celtas, bíblicos o precolombinos. En su cuento “La anunciación” escribe: 
    
    Un apagado ruido la despertó. 
    Se inclinó con rapidez para recoger el tejido y cuando alzó la vista, la sorpresa y el miedo la paralizaron. Había un hombre en su habitación; sin duda, un extranjero. 
    De alta talla, su cabello blanquísimo caía suelto sobre los hombros. Y sus ojos despedían destellos rojizos. 
    Su vestimenta resultaba aún más inverosímil que su persona. Llevaba la túnica ajustada al pecho con un cinturón de oro. Zapatos refulgentes como bronce bruñido, cubrían sus pies. Algo así como una esfera transparente, semejante a un halo, rodeaba su rostro. 
    El desconocido tomó la aureola entre sus manos y la colocó cuidadosamente sobre una silla antes de hablar. 
    –Salve, llena de gracia. El Señor sea contigo. (En Amoroso p. 116). 
    
    Sacado fuera de contexto, las descripciones que emergen en este ejemplo parecen provenir de alguno de los cuentos que componen las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, sobre todo en aquellos relatos donde se describen a los marcianos. Sin embargo es un relato erótico que recrea el mito de la visita del arcángel Gabriel a la virgen María, y la explicación en clave de ciencia-ficción al milagro de la “fecundación” de la madre de Jesús. 
    Gracias a Daína Chaviano el público cubano pudo leer por vez primera El Hobbit y El señor de los anillos, de H.R. Tolkien, ambos libros editados y con sendos prólogos escritos por la autora. La mayor influencia de Tolkien o de Mary Stewart en los textos de Daína se descubre en algunos de sus relatos más interesantes como “La dama del ciervo” (en Historias p. 65-99), donde aparecen muchos personajes clásicos de la literatura gótica y la mitología celta, o en su novela Fábulas de una abuela extraterrestre, con uno de los universos fantásticos más complejos creados dentro de la ciencia-ficción cubana. 
    A tal punto la propuesta de Daína Chaviano era tan diferente a la del resto de los autores que muchos (entre los cuales me incluyo, debo reconocerlo) clasificaron despectivamente esta manera de hacer como ciencia-ficción rosada, en contrapartida con la llamada por esta misma época ciencia-ficción metálica que practicaban otros narradores de los 80, centrados en la faceta tecno-especulativa de sus temáticas, y en algunos casos, los menos felices, también influidos por el realismo socialista de los escritores soviéticos. 
    En esta primera etapa, correspondiente a la década de los 80, se perciben algunas influencias de la ciencia-ficción tradicional en los argumentos, sobre todo en los de exploración espacial y el contacto con extraterrestres. Prevalece una visión utópica del futuro y exaltación de los sentimientos positivos como el amor o la solidaridad humana. Sin embargo aparecen por primera vez en la ciencia-ficción escrita en la isla elementos de magia y fantasía heroica, así como el desarrollo de los temas del paleocontacto y la recontextualización de los mitos y cosmogonías. 
    Más o menos dentro de la misma línea de Daína Chaviano se desarrollan los cuentos de Chely Lima quien, en coautoría con Alberto Serret, publicaron en 1983 el libro Espacio abierto, donde se nota también un cuidado y madurez en el lenguaje para relatar historias muy cercanas a la escritura realista, pero con la dosis mínima de extrañamiento requerido, casi en el límite del género. 
    En su cuento “La más bella envoltura” (a esto me refiero en lo formal), Chely Lima describe la aparición de un extraterrestre en el contexto del campo cubano y de cómo es alojado por una familia de campesinos:
     
    Me llamo Ra, igual que el dios del Sol. Es muy lindo, muy lindo mi nombre. Alicia lo sacó de un libro de Historia Antigua. Porque yo me parezco al sol, dice, tengo luz por debajo de la piel, y me sale por los ojos, que son lo más vulnerable del cuerpo humano. Y tengo fuego adentro, aunque es un fuego manso como la vaca del corral, un fuego que calienta y no quema. Y a ella le gusta sentirlo. Y a mí también me gusta ella, y su calor, que es más bien frío, y su olor, que huele como las orugas. No, como las orugas no, como las flores esas del potrero, amarillas igual que mi nombre: Ra. Ayer salimos temprano y fuimos caminando hasta el río. Es ancho el río. Y ella me dijo: podemos bañarnos desnudos, a mí no me da pudor. La gente debería andar desnuda por el mundo, y el mundo andaría desnudo por la gente y todo sería más lindo aún, y las gentes no se ocultarían las cosas y qué bien. Dijo. Eso dijo. Y yo me quité la ropa y ella se me quedó mirando con esos ojos tan lindos. (En Espacio p. 22-23). 
 
    Este tema, un tanto recurrente para la época, perseguía la elaboración de una “ciencia-ficción netamente cubana” y casi todos los escritores de los 80, incluyendo a Daína Chaviano (“Una denuncia absurda”, en Reloba) publicaron al menos un cuento con esta temática. El resto de las narradoras de esa generación, solo aparecen esporádicamente con algún que otro cuento en antologías o publicaciones periódicas. Es el caso de Ileana Vicente, también fundadora del taller Oscar Hurtado, Ileana Hernández y Olga Fernández, una periodista más conocida por su narrativa infantil e investigaciones históricas. 
    Un caso especial es el de María Felicia Vera, integrante del taller Julio Verne, de Playa, que ganó en 1988 el Premio David compartido con Yoss, con su libro El mago del futuro, un libro inclasificable, más cercano al surrealismo poético que a la fantasía científica, lo que demuestra hasta qué punto las fronteras del género estaban diluidas para los críticos, jurados y editores en aquel momento. Valga como muestra este párrafo de su cuento “Detrás de la puerta”:
     
    Siente algo ajeno en sus hombros. Un vaho caliente la recorre desde la cintura hasta la nuca; da un giro y de nuevo el espejo. La piel de la figura refleja, supura, se desmorona; los ojos carcomidos ruedan por el suelo. Las risas, el grito de ella, la cancioncilla, el goteo del agua, todo mezclado y ella tiembla; espera que todo sea un sueño. (En Recurso p. 86). 
    
    En el año 1990 se premia por última vez el concurso David de ciencia-ficción y el premio es otorgado a Gina Picart Baluja, por su libro La poza del ángel. Ese mismo año se sienten en nuestro país los embates de la caída del bloque socialista, y como consecuencia sobreviene una gran crisis editorial que no permite la publicación de su libro tal como estipulaban las bases el concurso. La poza del ángel viene a ver la luz cuatro años después, por la colección Pinos Nuevos. Un libro interesante, de lenguaje preciso y en ocasiones poético, nos ofrece ocho cuentos que se desarrollan en diferentes épocas históricas, y lo mismo roza el tema de la ciencia-ficción como el de los poderes sobrenaturales o la parapsicología. Dos de los cuentos más interesantes del cuaderno son “Mimesis S.A.” que se recrea en el tema del autómata indiferenciable del ser humano, y “Los delirantes”, una historia muy bien escrita que supuestamente transcurre en España, en el siglo XVI, y es contada por un médico responsable de un asilo de dementes y que al parecer cuenta bajo su cuidado a dos extraterrestres. Como se observa en el siguiente fragmento, las alusiones a estos seres son mínimas y están descriptas por un narrador deficiente, que los intuye extraños, pero no comprende la naturaleza real de los personajes: 
    
    Mis otros dos pacientes eran de la especie más rara e inconcebible que imaginarse pueda. Llegaron poco después que la mujer, traídos por un venerable sacerdote en cuya parroquia habían aparecido un buen día asustando a la gente con sus cuerpos recubiertos de una piel fina que brillaba pálidamente en la oscuridad. El sacerdote los retuvo un tiempo y a duras penas logró que hablaran algunas palabras en castellano. Trató de convertirlos a la religión de Cristo, pero los aldeanos comenzaron a quejarse de que los forasteros eran brujos que hacían morir sus vacas y rociaban granizo sobre sus cosechas. Lo que ocurrió en realidad fue una corta temporada de tormentas y una plaga del ganado producto de algún envenenamiento natural de los pastos, pero ya se sabe cuan fácilmente se exaspera la ignorancia ante los golpes de natura, así que el buen cura, temiendo un motín de la plebe enfurecida, trajo a sus protegidos hasta esta ciudad, donde alguien le habló de mi casa como el lugar más seguro para ellos. (En La poza p. 54).
     
    La segunda etapa de la ciencia-ficción escrita por mujeres en Cuba es un período crítico, agravado por la caída del bloque socialista y los problemas económicos que incidieron, entre otros muchos aspectos, en una grave crisis editorial. En estos años muchos escritores y artistas emigraron hacia otros países. Con la salida de Cuba de Daína Chaviano, Chely Lima y María Felicia Vera, las únicas tres escritoras con libros publicados, el campo de la ciencia-ficción queda con Gina Picart como única representante del género femenino durante toda la década, al menos en Cuba. Esta escritora, Gina Picart, va a preferir los elementos históricos o míticos para desarrollar sus historias, con pleno desinterés por los gadgets tecnológicos de la ciencia-ficción tradicional. Se trata de una ciencia-ficción del pasado, más que del futuro. A diferencia de las escritoras de la generación anterior, no teme escoger protagonistas masculinos para algunas de sus historias, y logra hacer a estos caracteres verosímiles y no estereotipados. También se caracteriza por un tono más sobrio en el tratamiento de las emociones y conflictos humanos. En su segundo libro, El druida, publicado en el año 2000, Gina Picart abandona la ciencia-ficción para dedicarse por entero a la recreación histórica, en este caso, de las leyendas y mitos celtas, un tema en el que demuestra poseer un amplio bagaje de conocimientos. 
    Hay que aclarar que en 1999 aparece en Argentina una antología de cuentos cubanos de ciencia-ficción titulada Polvo en el viento, cuya selección y prólogo estuvieron a cargo de Bruno Henríquez. En esta antología aparece solamente una escritora, Maité Luis Ruiz, con su cuento “Aférrate a los sueños” (p. 35-43), pero este relato más bien es de corte fantástico tradicional, cruzado por un discurso erótico lírico sin ningún elemento explícito que permita incluirlo dentro del género de la ciencia-ficción, y recuerda la forma de hacer de Maria Felicia Vera, con una temática muy cercana a lo onírico. 
    En los años que siguen al inicio del nuevo siglo, surge una nueva ola de escritoras cubanas de ciencia-ficción. Esta tercera etapa, que va desde el año 2000 hasta la actualidad, se caracteriza sobre todo en que disminuye un tanto la preocupación de las escritoras por utilizar los elementos poéticos dentro del discurso. Ellas tienen mayor interés en utilizar un lenguaje fluido, en función de la trama, que adquiere así un tempo más rápido. También presentan una visión distópica del futuro. En algunas autoras se recrean ambientaciones cercanas a las corrientes ciberpunk o biopunk, con gadgets propios de estas tendencias pero sin convertirlos en centro, solo como un recurso necesario pero menor, para desarrollar los conflictos humanos, mucho más importantes. El personaje protagónico lleva la acción principal del relato. Aparecen los sentimientos negativos de intolerancia, falta de solidaridad, cinismo, propios de un mundo deshumanizado. En muchas de sus historias, aunque no en todas, prima el pesimismo como visión generalizada de los personajes. 
    Entre las escritoras más importantes de esta tercera etapa podemos mencionar a Anabel Enríquez Piñeiro, Haydeé Sardiñas, Ida Mitrani, Elaine Vilar Madruga, Yadira Álvarez y Laura Azor, entre las más conocidas y con mayor cantidad de obras escritas del género. Otras han incursionado en la ciencia-ficción de manera ocasional con algún que otro cuento como Evelyn Pérez, Mariela Varona, Jamila Medina, Yasmín Portales, Yeny Mila, Zullin Ellejalde, Janin Ruiz y Olga Montes Barrios, por solo citar algunas. 
    Parte de estas autoras comienzan a ser conocidas vía Internet, a través de la revista virtual argentina Axxón. Este es el caso de Nora Calas, quien desde los 90 reside en Chile. Duchy Man es una pintora que comparte intereses con la fantasía, la ciencia-ficción, la cultura asiática y el gótico desde los años 90. Ha publicado también en Axxón y alguna que otra antología de fantasía y ciencia-ficción. Cuentos sobre todo de un imaginario pictórico, a leerlos nos parece estar asistiendo a una cascada de acuarelas donde la misma trama queda diluida entre colores y formas. Su cuento “Electric Geisha” es un magnífico ejemplo de ello:
     
    Abrió las treinta y dos cajas de laca, metidas una dentro de la otra hasta el infinito. La última, cubierta por un paño dorado sobre el piso negro, apenas fue tocada. Tenía los dedos pintados de rojo. Siguiendo las rígidas órdenes enunciadas desde la puerta trasera, sólo debía yacer sobre su espalda y dejar que las manos extrañas le corrieran encima. (p. 13). 
    
    Una de las voces femeninas más importantes del género en la actualidad en Cuba es Anabel Enríquez Piñeiro. Fundadora del Grupo de Creación “Espiral” del Género Fantástico, obtiene el premio Calendario de CF 2005 con su cuaderno de relatos Nada que declarar, y ese mismo año el primer premio de cuento de ciencia-ficción de la revista Juventud Técnica. Lo interesante en la obra de Anabel Enriquez es que la escritora no teme adentrarse en el aspecto especulativo-científico o tecnológico para desarrollar sus historias. De todas formas, para ella este aspecto no es el más importante, tan solo la excusa para explorar problemáticas sociales y familiares, como en su cuento “Nada que declarar” donde describe una especie de familia de “balseros” espaciales, en un futuro sombrío y muy cercano a la antiutopía o el estilo ciberpunk: 
    
    Padre entregó toda una vida de ahorros a cambio de este hueco en la cámara de reciclaje de desechos. Cierto que es mínimo el espacio. Anela, Soulness y yo sentimos calambres en los brazos, tensión en el cuello y la respiración caliente de uno sobre los otros. Pero, qué más pedirle al viejo. Sus manos, despellejadas por el azufre, depositaron temblando los dos megacréditos en las palmas enguantadas del capataz del espaciopuerto. Temblaban porque temía que se frustrara el viaje por algún imprevisto y perdiéramos toda posibilidad de un segundo intento; temblaban por la emoción de cumplir su sueño de vernos partir de aquel infierno y retornar al origen; temblaban porque la fiebre de las canteras consumía sus nervios periféricos. No pudo siquiera despedirnos. El día antes de la partida del trasbordador fue llevado junto a su cuadrilla hacia las recién abiertas minas, unos diez kilómetros al norte de la granja, donde los sismos habían reventado nuevas vetas de estaño. Por suerte ya ninguno de nosotros volverá a “lamerlas”. No tendremos que temer a las erupciones que chamuscan la piel, ni a las fumarolas de azufre que queman los ojos y pudren los pulmones en las granjas mineras de Io. (En Nada p. 57). 
    
    También de Anabel Enríquez Piñeiro es su magnífico relato “Deuda temporal”, donde encontramos el clásico tema de la paradoja de los gemelos de Einstein pero ahora visto desde la óptica femenina, en la relación de una hija y su madre astronauta, y el desfasaje temporal que se establece entre ambas. En este fragmento la hija describe como se ven físicamente, la primera va envejeciendo cada vez más, mientras la madre se mantiene joven a lo largo de los años: 
    
    Tu pelo, uno o dos centímetros más largo, quizás; tu piel ¿más bronceada que la última vez? Tersa sí, como una cáscara brillante, sin un pliegue, sin una cicatriz, sin las obligadas zanjas que flanquean los labios a los cuarenta. Mi cara, en cambio, puede servir de soporte a una carta de astronavegación. Enumerar las arrugas en meridiano y paralelos. Ubicar dónde los cúmulos globulares, dónde los agujeros de gusano, dónde los agujeros negros. En mi cara hay espacio para todo el universo. (En Nada p. 5).
     
    Haydeé Sardiñas y Evelin Pérez son escritoras que fundamentalmente se desenvuelven en otros géneros como el realismo o literatura infantil, con los cuales han ganado premios y publicado libros, pero en ocasiones se atreven a escribir cuentos de ciencia-ficción y sus historias son bastante cercanas a la corriente ciberpunk, sobre todo en su vertiente biológica, también conocida como biopunk. 
    Uno de los cuentos de ciencia-ficción más interesantes de Haydeé Sardiñas se titula “O”. En este los seres humanos han perdido la capacidad de procrear, y los escasos sujetos que pueden reproducirse son aislados como especímenes en laboratorios para extraerles los óvulos y espermatozoides y así evitar la extinción de la humanidad. El personaje principal es una de las encargadas de velar por sus vidas: 
    
    La belleza debe ser agotadora, pienso. Ellos yacen, existen como las flores (ya no hay flores) y nosotros revoloteamos como las abejas (tampoco hay abejas), alimentándolos como a bebés, extrayendo sus óvulos y espermatozoides, para intentar obtener hermosas porcelanas in vitro, y recuperar lo que fue la raza humana. Las hembras ovulan regularmente, varias veces al mes, con ayuda de hormonas que empiezan a afectar su salud. Wendy se ha convertido en una especie de masa sin forma donde solo relucen sus ojos increíbles y la princesa de las nieves, Segurochka, parece a punto de derretirse. (En Crónicas p. 30-31). 
    
    También con un interés especial por los temas “biológicos” y otros de la ciencia-ficción más tradicional, se encuentran las escritoras Niurka Alonso e Ida Mitrani, quien ya tenía un extenso currículum científico y literario, con premios y publicaciones de poesía y cuento infantil, cuando decidió incursionar en la ciencia-ficción. Fundadora de varios talleres, Mitrani decidió incorporarse al Taller Espacio Abierto como una aprendiz más del género, tratando de aunar sus dos grandes vocaciones. 
    Viana Barceló no escribe ciencia-ficción. Sin embargo su cuento “Efecto Mariposa” podría incluirse en cualquier antología del género por su aproximación a la actual teoría del Caos: 
    
    Carlos era ladrón, ratero, carterista y seis meses después de morir debió haber asaltado a Víctor Valencia en una parada desierta mientras esperaba la 473 y matarlo de una puñalada. Desde entonces Víctor Valencia espera la muerte con impaciencia. Ya tiene 153 años y ha sobrevivido a su esposa, a todos sus hijos y nietos, a cuatro bisnietos y dos tataranietos. Pero la muerte, en medio de tanto ajetreo, pasó por alto que al asesino de Víctor Valencia lo mató una mariposa amarilla que revoloteaba en un drugstore de Manhattan aturdida por el dulzor de los jarabes. (p. 37). 
    
    Con una atrayente estructura “Efecto Mariposa” es un ejemplo de los acercamientos que desde la narrativa realista rozan algunas de las temáticas afines al género. 
    Yasmín Portales, en su cuento “La noche del león y los pájaros de fuego”, de una manera un tanto críptica, ofrece una historia en paralelo donde la afición por el deporte ocupa un lugar destacado en la cultura y el amor, no importa si es terrestre o alienígena. 
    Otro ejemplo de esta vertiente sería el cuento erótico “Anna Lidia Vega Serova lee un cuento erótico en el patio de un museo colonial” de la escritora holguinera Mariela Varona en el cual, como su propio título anuncia, en el contexto de una lectura pública de un relato erótico, aparecen pantallas de videobeam por cada participante donde se emiten las fantasías sexuales que el cuento suscita en sus cerebros hasta terminar en una especie de orgía multitudinaria donde se dan cita todas las tendencias sexuales, aún las más extremas: 
    
    Ya no sé a cuál pantalla mirar. La mía es asquerosamente descarnada, cínica, sociológica y aséptica. La de las viejas es asquerosamente grosera y prejuiciosa. La de los personajes importantes es asquerosamente intelectual. La mejor, para mí, sigue siendo la de la Serova, porque es la única que invoca un placer torrencial, mientras su voz felina mantiene el hechizo que hace funcionar el resto de las pantallas. (p. 4). 
    
    Un caso bastante interesante es el de la también holguinera Jamila Medina, que nos ofrece un cuento titulado “Magic Room” construido al estilo rizoma, donde cada frase remite a múltiples conceptos, rupturas de lenguaje, líneas de fuga, enumeraciones y simbología iconográfica como posibilidades abiertas dentro del universo infinito de la narrativa post-Internet: 
    
    Sin declinar ser otra adicta, entré en la red. Los infinitos pejes y las infinitas bibliotecas virtuales y los hipervínculos hacia esa literatura y hacia los blogs que sofreían esa y cualquier literatura se dilataron en anaqueles por mis venas. Cliqueé al azar y empecé fervorosamente a saltar como un salmón de una página a otra, poniendo huevos de comentarios en todas las que lo permitían [«ha muerto kcy klbrt?, el guitarrista de Hawthorne Heights?, se le trababa la lengua (haw), quería llegar a las alturas (heights), en paz denscanse?, se murió durmiendo»]. (p. 16). 
    
    El género del minicuento se ha desarrollado con fuerza en Cuba en los últimos años, sobre todo gracias a concursos como El Dinosaurio, que premia los mejores minicuentos en múltiples categorías, y una de ellas es la de ciencia-ficción. Esto es un aliciente para que varias narradoras prueben sus fuerzas en el género, como Zullín Elejalde y Yeny Mila, quien ganó el último premio colateral del concurso El Dinosaurio con su microrelato de ciencia-ficción “Menephilus Calxys en Sajari”: 
    
    En horas de la mañana de este domingo, un ejemplar de Menephilus Calxys fue visto en las cercanías del poblado de Sajari. Expertos del Consejo de Investigaciones Científicas aseguran que esta nueva especie de insecto se alimenta de material calcáreo y le bastarían tres años para destruir toda una ciudad. Debido a la gravedad del caso, la Organización para el Bien del Hombre (OBH) solicitó el apoyo del Ejército, cuya fuerza aérea respondió con gran inmediatez y precisión. Una lluvia de misiles cayó sobre el territorio de Sajari y en solo tres horas, no quedaba lugar donde el insecto pudiera refugiarse. Según declaraciones de Falcon Martinelli, vocero de la OBH, entre los cientos de cadáveres se encontró el Menephilus Calxys, el cual ha sido depositado en una urna de vidrio como prueba al mundo de que, al menos este ejemplar, ya no representa una amenaza para la Humanidad. (HAP). (p. 26). 
    
    Es de lamentar que el concurso El Dinosaurio correspondiente al año 2011 se haya visto obligado a cerrar la categoría de minicuento de ciencia-ficción, un premio que sin dudas era un aliciente para muchas escritoras de probar sus armas en este difícil subgénero. 
    Sin embargo existe otro género narrativo por el que se han sentido atraídas en los últimos años algunas de las narradoras y es la ciencia-ficción asociada a la literatura infantil. Un ejemplo es Janin Ruiz Hernández quien escribe sobre todo novelas y cuentos de fantasía heroica, aunque en los últimos tiempos realiza algunos intentos narrativos de ciencia-ficción, y ha escrito algunos de ellos destinados al público infantil. Otro ejemplo de ciencia-ficción escrita para niños es el de Olga Montes Barrios, quien en el año 2007 publicó un pequeño cuaderno titulado ¿Por qué no nos visitan los extraterrestres? Habría que citar también a una reconocida escritora cubana de literatura infantil como Susana Haug Morales, quien no teme llevar a alguno de sus personajes en un viaje por otros planetas como sucede en su libro Secretos de un caserón con espejuelos. Estas escritoras solo escriben cuentos de ciencia-ficción o incluyen algunos elementos del género de forma muy esporádica, como un recurso más dentro de su producción narrativa y no se consideran a sí mismas escritoras de fantasía científica.     El caso de Yadira Álvarez, Laura Azor y Elaine Vilar es totalmente diferente: ellas sí se consideran a sí mismas escritoras a tiempo completo de fantasía y/o ciencia-ficción. Son integrantes del taller literario Espacio abierto, especializado en el género fantástico, fundado en el año 2009, aunque ya provenían de otros grupos del fandom nacional. 
    Laura Azor, bióloga de profesión, se decanta por lo que se ha dado en llamar en Cuba “ciencia-ficción verde” con temáticas relacionadas a la biología y los ecosistemas alienígenas. Un ejemplo de ello es el magnífico relato “Se aleja el invierno... ”, donde una exploradora espacial queda varada en un planeta y para subsistir se ve obligada a interactuar con una de las especies depredadoras dominantes: 
    
    Pronto llegará la primavera. Los machos ya están entrando en celo y luchando entre ellos. Estoy segura de que puede leerse orgullo y admiración en mis palabras. Son mi familia, y están cambiando rápido. Eran pequeños y frágiles cuando los vi por primera vez. Maya está cavando hoyos por todo el pantano. Son sus genes, le invitan a buscar un nido. Pero no admitirá una competencia como la que yo represento. Casi puedo sentir sus mandíbulas en mi carne. Ese es mi destino, soy su líder. Al menos he podido enseñarle a alejarse de los humanos. Ella lo sabe, los cuidará bien. (p. 42). 
    
    En el año 2009 Elaine Vilar publicó una cuentinovela de tema post-apocalíptico titulada Al límite de los olivos, que recibió mención en el Premio Calendario 2006 de ciencia-ficción:
     
    Al cumplir los diez años, tras la muerte silenciosa de mis padres, fui trasladada del Continente Viejo a una de las pocas Casas de Amparo en Caribdis. Vagamente rememoro las impresiones terribles del viaje. El contacto con la realidad marcó para siempre el espíritu de la criatura que una vez fui. Todo cuanto ocurría a mi alrededor se me antojaba descomunal y amenazante. Mi madre y sus cuentos de hadas, sus leyendas sobre la Tierra idílica no eran más que un pantano donde se acumulaban el hambre y la sed de los exiliados, y el peso aplastante de la certeza. Quizás, ella nunca supo nada, pero yo cargué con su legado. (p. 14) 
    
    Con una clara influencia de sus antecesoras Daína Chaviano y Chely Lima, y con hartas lecturas de novelas de fantasía épica, las historias de Elaine Vilar, como sucedía con las de Chaviano, son una mixtura feliz de ciencia-ficción con elementos mágicos, fantasía heroica y mitos celtas. Las historias de estas tres autoras, muy heterogéneas en cuanto a temáticas, tienen una gran calidad y resultan bastante interesantes, sobre todo en el tratamiento de los personajes, principalmente femeninos, casi siempre protagonistas. 
    También integrantes del taller Espacio abierto, aunque todavía con obras incipientes se encuentran Victoria Isabel Pérez Plana, Claudia Alejandra Damiani y Grisel Antelo Martínez. A través del concurso de ciencia-ficción de la revista Juventud Técnica se han dado a conocer otras autoras como Maylín Lozano García, Gretel Valdivia y Lidia Soca Medina, quien cuenta con varias menciones recibidas en años consecutivos. 
    A manera de resumen, podrían establecerse ciertas características específicas que, a lo largo de la historia del género en la isla, han definido y diferencian la ciencia-ficción cubana escrita por mujeres de la elaborada por sus homólogos masculinos. En el aspecto formal, un mayor cuidado del lenguaje, voluntad de estilo con recursos a lo poético, y gran precisión a la hora de describir los ambientes y caracteres. Mayor profundización en la psicología de los personajes, sobre todo los femeninos y los infantiles. El aspecto especulativo, científico o tecnológico del argumento no es lo más importante en comparación con los conflictos e interrelaciones sociales, familiares o de pareja. 
    Estas han sido algunas de las características que hemos notado en la obra de las escritoras cubanas de ciencia-ficción. Es muy probable que en el futuro cercano aparezcan nuevas autoras con libros publicados, ya sea de novelas o cuentos. Lo que sí parece innegable es que la ciencia-ficción, como género literario, ha ido evolucionando con los años y ya no tiene, al menos en nuestro país, ese “estigma” de una literatura escrita solo por hombres y centrada por ello en ciertas formas escriturales e intereses específicos. Nuestras escritoras de ciencia-ficción nos permiten ampliar ese espectro que va desde los temas escogidos, el tratamiento de las relaciones entre los personajes, sus conflictos y la manera de resolverlos, hasta la psicología y la manera de enfocar los sentimientos humanos que, una vez que aprendemos a escuchar todo lo que tienen que decirnos, resultan menos simplistas y mucho más enriquecedores. 

Bibliografía 
Azor Hernández, Laura. “Se aleja el invierno... ”. Qubit, boletín digital de literatura y pensamiento ciberpunk 46 (mayo 2010): 35-42. 
Barceló, Viana. “Efecto Mariposa”. Qubit, boletín digital de literatura y pensamiento ciberpunk 45 (abril 2010): 35-37. 
Chaviano, Daína. Los mundos que amo. La Habana: Ediciones Unión, 1980. 
Chaviano, Daína. Amoroso planeta. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1983. 
Chaviano, Daína. Historias de hadas para adultos. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1986. 
Chaviano, Daína. Fábulas de una abuela extraterrestre. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1988. 
Chaviano, Daína. El abrevadero de los dinosaurios. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1990. 
Enríquez Piñeiro, Anabel. Nada que declarar. La Habana: Casa Editora Abril, 2006. (Premio Calendario de ciencia-ficción 2005). 
Haug Morales, Susana. Secretos de un caserón con espejuelos. La Habana: Editorial Unión, 2002. 
Henríquez, Bruno, ed. Polvo en el viento. Antología de la ciencia ficción cubana. Buenos Aires: Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1999. 
Lima, Chely, y Alberto Serret. Espacio abierto. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1983. 
Luis Ruiz, Maité. “Aférrate a los sueños”. Polvo en el viento. Antología de la ciencia ficción cubana. Ed. Bruno Henríquez. Buenos Aires: Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1999. 35-43. 
Man Valderá, Duchy. “Electric geisha”. Qubit, boletín digital de literatura y pensamiento ciberpunk 45 (abril 2010): 13-14. 
Medina, Jamila. “Magic Room”. Qubit, boletín digital de literatura y pensamiento ciberpunk, 46 (mayo 2010): 16-19. 
Mila, Yeny. “Menephilus Calxys en Sajari”. Qubit, boletín digital de literatura y pensamiento ciberpunk 46 (mayo 2010): 26. 
Montes Barrios, Olga. ¿Por qué no nos visitan los extraterrestres? La Habana: Editorial Unicornio. 2007. 
Picart Baluja, Gina. La poza del ángel. La Habana: Ediciones Unión, 1994. 
Picart Baluja, Gina. El druida. La Habana: Ediciones Extramuros, 2000. 
Reloba, Juan Carlos, ed. Contactos (antología). La Habana: Editorial Gente Nueva, 1988. 
Sardiñas de la Paz, Haydee. Crónicas del mañana. 50 años de cuentos cubanos de ciencia ficción. La Habana, 2009. 
Varona, Mariela. “Anna Lidia Vega Serova lee un cuento erótico en el patio de un museo colonial”. La gaceta de Cuba 1 (enero-febrero de 2002): 3-6. 
Varona, Mariela. Cable a tierra. La Habana: Unión, 2003. 
Vera, María Felicia. Recurso extremo. La Habana: Editora Abril, 1988. 
Vilar Madruga, Elaine. Al límite de los olivos. La Habana: Ediciones Extramuros, 2009. 

Raúl Aguiar - Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, La Habana, Cuba

La Tecnarquía de Capanna. Tecno- catolicismo y ciencia ficción

DURANTE agosto de 2016 ´Revista Colofón´ publicó, en tres partes, la extensa reseña ´La Tecnarquía (1973) de Capanna, un libro ignorado´. Esta versión condensa aquella propuesta inicial.

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1.- Los inicios

Estamos próximos a que se cumpla medio siglo desde que Pablo Capanna, entreverado con el rumor de fondo de Vietnam, la Guerra Fría, los hippies y la incipiente informática, concibiera La Tecnarquía, un extraño volumen que funciona como nudo invisible de una historia sureña de la reflexión sobre la técnica y razón principal de esta retro-reseña.
Capanna nace en Italia en 1939. Diez años después recala en la Argentina. En 1966 debuta como crítico con su hoy famoso El sentido de la ciencia-ficción, previamente “concertado con el editor”, escrito en poco menos de un mes, en medio de una huelga y “con una aceptable difusión”. Al año siguiente traduce y anota Los viajes de Marco Polo.
A inicios de la década del setenta, mientras trabaja como profesor universitario de filosofía, le da forma a un libro que le “…demandó varios años de trabajo y reflexión…”. Luego de deambular por las editoriales locales, La Tecnarquía aparece en Barcelona en 1973 “…gracias al interés que puso en él un colega que tenía un hijo trabajando en Barral… A la Argentina llegaron unos pocos ejemplares, y poco después la legendaria Barral quebró.” (P. Capanna, “Las editoriales pueden llegar a ponerse groseras”, Revista Colofón, 13/12/2015). De modo paradójico, los coletazos de la marea hippie arrastraron al dueño de la editorial a la India y así en menos de cinco años Capanna pasó de ser el responsable del aplaudido ensayo sobre un género literario en ebullición, a la frialdad del público lector, y sin ver un centavo.
Esa indiferencia alcanza nuestros días. Las escasas referencias le corresponden por lo general al propio autor y cuando aparecen pueden ser tomadas como valiosas pistas, tal es el caso de “Las máquinas…”, artículo dedicado a la vida y a la obra del filósofo de la tecnología, sociólogo y urbanista Lewis Mumford (1895-1990) a quien Capanna presenta recordando la amistad con el escritor escocés Patrick Geddes (1854–1932), inventor de dos palabras: “Una es ´conurbano´… La otra es ´tecnarquía´: un término filosófico… acuñado para definir a la civilización tecnológica, que no tuvo suerte”. Esas dos palabras fueron estrellas de su ´horóscopo sociocultural´: “…hace muchos años que vivo en el conurbano, y fue allí donde escribí… La Tecnarquía… un libro ignorado” y citado cada tanto por algún desprevenido (“Las máquinas…”, ´Futuro´, Página/12, 02/02/2008).

2.- La reflexión marginal y un proyecto político

La Tecnarquía abre la saga filosófica de su producción editorial con lo “que podría haber sido una tesis de doctorado”. Por aquel entonces el crítico se concebía como un outsider escribiendo desde la doble “situación fronteriza” de ´los suburbios (el conurbano), en la periferia del sistema industrial´. Este corrimiento le daba “un punto de vista privilegiado… en una parte del mundo que aún no ha encontrado su camino de realización”. Desde ese espacio limítrofe pretendía además intervenir políticamente. “En un sector del mundo que se abre al cambio estructural, siempre será necesario meditar sobre el sentido que habrá de dar el cambio (tecnológico) deseado.” (p. 8)
Capanna se consideraba en otro sentido marginal por apelar a la ´extra-vagante´ filosofía, desplazada a “la periferia de la cultura”. La filosofía es vista por lo general como útil si entretiene y si genera ingresos. En la unidimensional sociedad tecnárquica, aseguraba, el poder crítico de la filosofía es inadmisible. Las instituciones la han domesticado y al filósofo lo han convertido en profesor (p. 94-97).
Su objetivo por lo tanto es poder investigar sin sostén institucional para poder revisar, criticar y proponer… Pero ¿proponer qué? En concreto, poder pensar una futura sociedad tecnológica con valores. Frente a un estado de cosas desalentador, dice Capanna, un futuro post-tecnárquico requerirá una ´revolución ética´ que lleve: “…a la conciencia social los imperativos morales… [Porque] estar junto a las causas justas, abrir las conciencias a las perspectivas de la liberación, establecer para qué se hace el cambio, qué tipo de hombre nuevo es deseable, es una misión pedagógica que cabe a la filosofía… El intelectual debe comprometerse en la crítica activa de los valores tecnárquicos, negándolos para superarlos.” (p. 251) ¿´Liberación´, ´revolución ética´, ´negación´, ´intelectual comprometido´? Veremos la solidez de esas propuestas.
En sus doscientas cincuenta y cuatro páginas La Tecnarquía intenta “…aprehender el sentido del [proceso tecnológico] que envuelve el planeta entero…”, revisando técnica, trabajo y ocio “en la perspectiva de la sociedad industrial” (p. 7). La misma ambigüedad de indagar en ´el proceso planetario de la técnica´, circunscripto en rigor a los países centrales, roza al método de análisis, el ´ideal fenomenológico´ de buscar la ´esencia´ o el ´modo del ser´ de la civilización tecnárquica (p. 137). Ese método ya era mencionado en su volumen espejo, El sentido de la ciencia-ficción donde aseguraba: “Husserl había puesto como uno de los pasos fundamentales del método fenomenológico la variación ideatoria, procedimiento para aislar esencias mediante la formalización y un ´procedimiento serial de variación´ que permite intuir todas sus posibilidades y aprehender la esencia invariable.”

3.- El sentido de la técnica.

La Tecnarquía consta de tres grandes partes.
La primera -“La dominación de la técnica”- se abre con un interrogante: ¿por qué criticar la técnica de forma radical y hablar de ´humanizarla´, si –por un lado- en el encuentro con el instrumento, está la distinción entre el humano y el animal, y si –por otro lado- durante el Renacimiento, al mismo tiempo que se forja el humanismo con sus anhelos de dominio del mundo, nacen los caminos de la ciencia y de la tecnología?
La tecnología planetaria, para muchos hoy una ´invasión´, e incluso un ´cáncer´, fue un sueño titánico renacentista. Hace cuatro siglos, la distancia entre ciencia y literatura –referencia implícita a la polémica de las ´dos culturas´- no existía. Además, si para algunos intelectuales de los países desarrollados la tecnología es pésima, para los pueblos del Tercer Mundo puede ser instrumento de liberación. “Habrá pues que desentrañar en esta confusión de nociones la distancia que media entre la técnica y la tecnocracia, en una indagación que nos lleve a los fundamentos de la sociedad industrial.” (p. 15) Alcanzar esos ´fundamentos´ requerirá de una indagación ontológica de la tecnocracia (o tecno-burocracia): “…el fin aquí propuesto (es) esclarecer el modo de ser que supone la existencia de la sociedad industrial en todos sus aspectos.” (p. 19)
A partir de la semejanza entre ciencia y técnica modernas, y aceptando que toda intermediación –la de cualquier herramienta- produce alienación, ´apropiarse del mundo a través del trabajo generado por la técnica´ es una forma existencial, un modo de ser propio de este tiempo, que tiene sus raíces en el pasado y que se encamina a su superación.
´Tecnarquía´ –dos términos griegos que reunidos significan el principio de la técnica- remite al ´hacer como principio del ser´, a la actividad transformadora como fundamento, al predominio de la acción sobre lo contemplativo (p. 20). “Es el proceso que resume Toynbee diciendo que el hombre occidental ha reemplazado la religión por la técnica.” (p. 21)
El sagrado trabajo define, entonces, el ser de la civilización tecnárquica.
La ´voluntad de apropiación teórica de la realidad´, según Capanna, se retrotrae a René Descartes (1596-1650) con dos etapas sucesivas: la voluntad de conocer y, en particular, la voluntad de dominio ejercida por técnicas que disuelven cualquier posibilidad de lugares naturales y que hacen que la sociedad se organice en funciones.
La reificación convierte al humano en factor, en ´servir-para´ (p. 25). “La ciencia ya no persigue el conocimiento puro, sino que investiga en función de la técnica… La disolución de la ciencia en una multitud de técnicas se corresponde con la disolución de la teoría en praxis política.” (p. 26) La técnica se vuelve autónoma hasta convertirse en fundamento de sí, en un juego. Si las reglas de ese juego permanecen ocultas e incomprensibles, si la participación es impuesta, será el juego de la alienación; si la técnica es un instrumento de liberación, será un juego para que el humano realice sus más altas posibilidades (p. 26).
Esos modos de convertirse en juego de la técnica, en el marco de una ontología de la era técnica, son consecuencia de su autonomía y escapan a una evaluación ´bueno / malo´.

4.- Los tres rasgos

Tres parecen ser las categorías básicas que definen la civilización tecnárquica.
La primera es ´la alteración planetaria´, o la ´aspiración del humano de dominar el contorno cósmico´. Esta aspiración supone avance, gradualidad y recala en los ritmos de producción y consumo. La sociedad industrial es una tecnarquía del consumo.
La segunda es ´la ideología´, un pensamiento simplista sustentado por la planificación, la puja por el status, el confort y el consumo. En la tecnarquía, “…la verdad del pensamiento se subordina al éxito fáctico”. La actividad técnica es “el origen ontológico” de una ideología intrínseca a un sistema que se dice desinteresado de la ideología formal y que proclama su fin (p. 58-59). El sistema disuelve la controversia y apela al efectismo del ´hacer´. La ´estructura vital de la tecnarquía es totalitaria por su carácter sistemático´ y según Herbert Marcuse (1898-1979): “Totalitaria no es solo una coordinación política terrorista sino también una coordinación económico-técnica no terrorista que opera través de la manipulación de las necesidades…” (p. 52-53).
La sociedad tecnárquica unifica burocratización y militarismo (subordinación al organigrama), una ideología aceptada por casi todos para sobrevivir (p. 62-65). En ese sentido, ´las múltiples técnicas se corresponden con la praxis política´. La política es una ingeniería orquestada por una tecno-burocracia para obtener eficiencia. Si bien ´tecnocracia´ suena despectivo, cuando la impulsó Thorstein Veblen a inicios del siglo XX encarnaba un ideal político (p. 191).
El tercer rasgo es ´la felicidad como adaptación´. “El concepto de adaptación, impuesto por las ciencias humanas, junto con el de confort, representa el paradigma de conducta de la sociedad industrial capitalista. El colectivismo -el comunismo soviético- insiste también en la subordinación…” (p. 73) La civilización industrial cobijaba, durante la Guerra Fría, al capitalismo –Estados Unidos- y a la URSS con un desarrollo diferente pero idénticos sacrificios y costos en vidas para implantarlo (p. 30).
La adaptación del ser humano a sus congéneres ya adaptados ocurre por diversos mecanismos. La educación, que es un ´ajuste´, desplaza el saber humanístico e instala una nebulosa cultura motivadora de consumo (p. 76). La psicología colabora para que el individuo viva sin tensiones. “El psicólogo procederá a adaptar al paciente, disolviendo… aun aquellas tendencias positivas que pueden poner en peligro las bases del sistema.” (p. 74) Las ciencias humanas, engranajes tecnárquicos, colaboran con la organización. La sociología industrial procura eficiencia y no titubea en aplicar técnicas de adiestramiento, como un domador con sus caballos (p. 82-85). Los medios de comunicación emiten opiniones basadas en sondeos. “No interesa educar al público, cultivando las tendencias de superación: el mismo planteamiento de la cuestión, propone la respuesta. Un artefacto tan pintoresco como el Group Thinkometer… nivela las opiniones electrónicamente…” (p. 76)
La mente tecnárquica considera que el individuo adaptado es feliz. Si las ciencias humanas –pedagogía, psicología- liberan las tensiones por causas internas; las tensiones provocadas por el medio urbano se consideran satisfechas con el confort que, sostenido en el progreso técnico y apuntalado por la publicidad, recrea el ideal de placenta (p. 78).
En el universo tecnárquico, las necesidades son sexo, comida, reconocimiento social, distracciones (´novedades´ o ´diversión´ –un término de origen militar), pero ni una palabra acerca de libertad, sentido de la vida, eternidad (p. 79). Este marco hace de la naturaleza humana “una existencia alienada” que no reconoce su particularidad ontológica. Alienación es la pérdida de una humanidad entregada al sistema (p. 81).

5.- Ocio espurio del adaptado

La segunda parte del libro -“Ontología del trabajo y de la técnica”- está dedicada a la relación ´técnica / trabajo / ocio´. La argumentación apunta a desmontar la asociación ´técnica / máquina´, válida para un momento histórico anterior. La civilización tecnárquica es un medio natural de segundo grado que excede lo maquínico (p. 144).
La dominación de la técnica transforma al mundo que, a su vez, transforma al humano. Es la “…historia ontológica de la técnica que se vuelve autónoma y trasciende al mundo del trabajo para abarcar la totalidad de la existencia.” (p. 145) Esta autonomía de la técnica causa alienación y plantea una contradicción que Capanna no resuelve –o no advierte.
Afirma, por un lado, que desde el Renacimiento “…el hombre está puesto en el mundo para transformarlo y dominarlo, en cuanto sujeto racional.” Por otro lado reconoce: “No vemos aún qué movió al hombre occidental a desarrollar una civilización fundada en la técnica ni por qué esa civilización pudo volverse planetaria.” (p. 145) Y remata: “La era que llamamos Moderna -considerada en función de la tecnarquía- es una prehistoria. La matematización de la ciencia, la cuantificación de las cualidades, la conversión del arte en técnica racional, son pasos de una transformación que conduce al hombre a alienarse en la acción, a la tecnarquía.” (p. 151)
Si la preponderancia de la tecnocracia y de la dominación de la técnica es parte de la racionalidad de la historia, en contraposición Capanna sostiene en esos pasajes que el animal racional que es el humano decidió, sin motivo aparente, embarcarse en una empresa basada en el hacer, en la acción cuyo resultado final es su alienación, su reducción a ´factor de producción´. El ser humano tecnárquico está “…dispuesto a ser usado con el máximo de rendimiento. Por ello, más que de reificación (conversión en objeto o en cosa), en la tecnarquía es posible hablar de ´utilización´, conversión en instrumento.” (p. 158)
Este ataque a la humanidad derivaría en un sin sentido que excede el mundo del trabajo: “El hecho de que el hombre actual no sepa qué hacer con el ocio, mientras no sea entretenerse o cultivar un hobby, revela su indigencia ontológica, la vaciedad a que lo reduce el sistema tecnárquico.” (p. 174)
En la supuesta ´civilización del ocio´, éste ni siquiera ha sido abordado como problema y se lo transfiere al plano del consumo. Contra eso arrecian los disidentes que niegan las diversiones ofrecidas por el sistema y escandalizan con su ocio orgiástico (p. 172).
Como recordará Capanna, en la tecnocracia anidan ocultos el nihilismo y la guerra total.

6.- Tecnólogos: tecnolatría fascista / mecanoclastas / tecnarquía totalitaria

La tercera parte -“Fundamentación y prospectiva”- revisa las corrientes intelectuales que pensaron la dominación de la técnica para intentar prever sus derivas: “Luego de haber bosquejado las estructuras ontológicas de la tecnarquía (primera parte) e investigado su origen en relación a la esencia del acto laboral (segunda parte), se plantea el problema de su sentido; esta consideración implica reflexionar sobre el futuro de la tecnarquía y las perspectivas de un mundo post-tecnárquico.” (p. 179)
Capanna divide a los tecnólogos en facciones. Hay un ala derecha -tecnolatría fascista- “que ve en la técnica el instrumento más eficaz para consolidar las relaciones de dominio y represión”. (Habría que preguntarse si la diferencia entre la tecnolatría fascista y la tecnarquía sin más es la densidad de la represión porque –recordemos- ésta tiene al igual que aquella el ´trabajo´ como esencia y es también totalitaria). Hay un centro, asociado a la ´tecnocracia´ de Veblen: la técnica posibilita ´racionalizar las contradicciones sociales´. Hay un ala izquierda que considera a la técnica un medio de realización y liberación humanas: socialistas utópicos, marxistas. Y existe una tendencia romántica que “si bien atribuye a la técnica todos los males sociales… realiza una verdadera crítica humanista”. Esta tendencia incluye el individualismo de Henry Thoreau, la no violencia gandhiana y los ´mecanoclastas´ que proponen destruir esa encarnación del mal.
A inicios del siglo XIX, los destructores de máquinas fueron artesanos que advirtieron en la técnica la disolución de su modo de vida y la instalación de un orden y de una disciplina masivas para la explotación, la producción de ´cosas´ y de enormes deshechos. “Al no poder enfrentar a los burgueses, el odio se vuelve hacia las máquinas, en una reacción semejante a la que engendró el antisemitismo –asegura Capanna tendenciosamente. El obrero que luchaba contra las máquinas trataba de volver a… su posición de artesano integrado en un sistema corporativo. Los comienzos de la mecanoclasia teórica, que no está tan extinguida como podría creerse, son paralelos a los del romanticismo y constituyen en realidad meras variantes de éste… Sus más recientes manifestaciones se dan en la nostalgia rural, identificada por Kingsley Amis en la literatura fantástica (New Maps of Hell, 1960) y en muchas fases del movimiento gandhiano” (p. 210).
Estas cuatro tendencias no incluyen a tecnólogos más complejos como Martin Heidegger (1889-1976), entre la tecnolatría fascista y la mecanoclasia, y Marcuse que no niega la tecnología, pero que es anti-tecnárquico, anti-urbano y quien mediante el marxismo y el humanismo cuestiona su tendencia totalitaria (p. 179-180).
Sopesadas la mayor parte de las tendencias, el capítulo final del libro -“Más allá de la tecnarquía”- sondea conclusiones sobre el futuro de la civilización tecnárquica.
Capanna –como indiqué- no considera que exista un buen y un mal uso de la técnica. La sociedad industrial asocia técnica con trabajo, producción, consumo, economía, poder y, por lo tanto, no se la puede modificar con un uso diferente. “La gran cuestión está precisamente en hallar una técnica que nos permita administrar en sentido humanista el poder puesto en nuestras manos por la tecnología.” El objetivo es “…cambiar la intencionalidad, lo cual significa sacar a la luz una nueva faceta del ser del hombre.” Es una transformación ética que aspira a la plenitud humana y a una existencia con nuevos valores, origen de otras tecnologías. Una técnica liberadora dependerá de un ´humanismo maduro´ (p. 241), de la ´madurez del ser humano´ (p. 246).
La insistencia en la idea de ´madurez´ sugiere que el ´nuevo hombre para una nueva tecnología´ surgirá de una impronta confesional. Ni destruir las máquinas, ni volver a la vida pastoril, ni el desenfreno por el poder. La serenidad, la valentía y la autenticidad son virtudes necesarias para el cambio de dirección de la técnica -como lo advierte el teólogo católico Romano Guardini, citado en las últimas páginas del libro por un Capanna que resulta al fin de cuentas un intelectual comprometido en la defensa de una fe institucional.

7.- Tecno-humanismo católico y conservador versus tecnócratas y hippies

La extrañeza de La Tecnarquía nace del cruce entre una pretendida descripción distanciada de la civilización tecnárquica (también cuestionada), una impugnación de los disidentes (con concesiones) y una matriz católica para un futuro tecnológico más humano.
Desde su extravagante marginalidad filosófica, Capanna analiza el andamiaje y los embates, oscilando entre la validación paralizante -todo se reduce a la acción, todos somos seres tecnárquicos- y la crítica voluntaria o involuntaria hacia un sistema delirante. Esta crítica se detecta, por ejemplo, en la alienación del obrero que, cada vez que abandona su trabajo, “aquello con que se encuentra no es su identidad, sino un fantasma” (p. 173). El trabajador acepta el ocio sin conocerse, ni percibirse a sí mismo: “…si pensamos las horas de trabajo… como mal necesario, no lograremos la pacificación de la existencia, sino por el contrario seguirá acentuándose su tendencia esquizoide.” (p. 247)
Capanna cree probable que “…el tiempo de la tecnarquía toque su fin, o (que) por lo menos haya pasado el momento de su culminación” (p. 41). El nuevo momento histórico ha alcanzado el clímax de guerra nuclear, armas biológicas, desarrollo genético, desequilibrio ecológico. Este aparente punto fatal está marcado por un ´hastío cultural que va dominando a la sociedad´ al tiempo que cada vez más grupos abandonan “…ideales antes indiscutidos: trabajo, bienestar, propiedad”.
Los sectores desafectados son fuerzas anti-urbanas relacionadas con el neoanarquismo y el movimiento estudiantil (p. 39). El modo de ser tecnárquico, basado en tener a cambio de subordinación, es negado por los jóvenes quienes, a pesar de sus capas geológicas de saber universal, ven en la universidad una “fábrica de expertos”, reaccionan contra ´lo poco que les ofrece´ y contra los intentos de manipulación. “Insatisfechos con el plan de adaptarse a una sociedad que detestan y que a menudo es detestable, las generaciones jóvenes pretenden con análogo criterio técnico, adaptar la sociedad a ellas.” (p. 77-78)
Los románticos neoanarquistas que quieren ´volver a la naturaleza´ tienen nombre: “El estilo de vida hippie significa un rechazo de las formas de la sociedad de consumo… atacando las raíces del sistema industrial…” (p. 37) Los hippies recrean una vida pastoril, en comunidades pequeñas como ´los primeros cristianos´, apelando a las drogas, en un giro religioso místico que evoca la violencia dionisíaca. Aun cuando ese movimiento viva de sobras y de sustancias tecnárquicas, potencialmente ´encierra un orden distinto´ (p. 38).
En aras de su reformismo, Capanna llega incluso a evaluar estrategias contraculturales: ´hacer / no hacer / qué hacer´; ´violencia / no violencia / ´violencia dependiendo de…´; ´consumir / no consumir / consumir responsablemente´. “El confort, forma de posesión, es una posibilidad abierta a toda sociedad industrial, puesto que antepone el hacer al ser. Oponerle una actitud ascética, centrada en el rechazo de la acción y el desapego por los bienes materiales, también trae su contrapartida negativa en cuanto… consagra la injusticia social: la pobreza libremente elegida no resuelve la miseria ajena…” (p. 49).
Entre una sociedad tecnárquica detestable y esquizoide (¿no respondía a la racionalidad de la historia?) y los disidentes que aciertan con sus críticas, pero que repiten de otra forma la estructura negada, Capanna adopta una excéntrica tercera posición sostenida por su ideario católico que destila un conservadurismo que recubre el planteo de La Tecnarquía.
Veamos algunos pasajes significativos.
La ´civilización tecnárquica´ es planetaria e incluye en su totalización comunidades arcaicas, culturas subdesarrolladas, sociedades preindustriales “asumiendo sintéticamente el pasado de la humanidad” (p. 29). Este régimen de vida supone en consecuencia la ´explotación colonial´. Una de las incógnitas es por supuesto entender cómo se realizará bajo esas condiciones el Tercer Mundo donde aún no se logró la ´dominación de la técnica´ y “donde…se halla la mayor parte del género humano”. A su vez, la naturalización de la explotación coincide con la fusión ´industrialización / militarismo´. “Al igual que el burócrata, el militar es un funcionario. En los países del Tercer Mundo, se siente identificado con el Estado mismo, exigiendo periódicamente el poder civil.” (p. 65)
Otra voltereta acrítica –al ilustrar la ´alteración planetaria´- subraya su conservadurismo: “La idea de conquista y dominación de la naturaleza aparece en relación con la sujeción de la mujer; no debemos olvidar que la técnica ha crecido en la sociedad occidental… masculina… y la natura es una potencia femenina…” (p. 46) Cita más adelante a Mumford sobre la relación entre instrumentos (masculinos) y material (femenino) propios de la acción técnica, como el arado y la tierra (p. 137).
Estas metáforas saturadas ideológicamente de alguna manera precisan el alcance de su proyecto filosófico, por momentos, ciertamente ambiguo.
El ´humanismo maduro´ -es decir, católico- habría de originar nuevos objetivos para una nueva tecnología que reajuste la ecuación ´sexo / amor´: “Quizá las bases del amor maduro, que habrán de constituir las pautas de una etapa post-tecnárquica, se están echando… en la relación dialogal de tantas parejas que han superado la revolución freudiana, la estimulación simbólica y la experimentación desesperada, integrando el sexo al amor y aprendiendo… a compenetrarse en el plano existencial.” (p. 114)
Desde su atalaya católico, Capanna teje y desteje alianzas. Discute con la civilización industrial que redujo lo erótico a lo sexual abstracto, haciendo que el placer pueda ser estimulado por ejemplo con electricidad -la exageración resume una explicación que toca a la pornografía. Ataca además el placer de los disidentes. “En los movimientos ´subterráneos´ (underground) se aboga por una cierta ´revolución sexual´, distinta de la freudiana… Se predica la liberación de todos los tabúes, y una sexualidad orgiástica, de caracteres ´místicos´, que incluye… formas grupales o alternativas de sexualidad, aceptación de todas las posibilidades, aun las aberrantes, como homosexualidad, sadismo y autoerotismo. Se embarcan en una búsqueda anárquica…” (p. 113).
Aberrantes y anarquizantes le parecían sin dudas los movimientos políticos alternativos, pero no por apelar al sexo como último componente natural en el mundo tecnológico (los underground y el catolicismo maduro están ´más allá de la revolución freudiana´), ni por las drogas de diseño (propias de la trama tecnárquica), sino por las raíces religiosas orientales de los rebeldes: “Si llegan… a superar la droga, lograrán dar testimonio de un orden distinto y más humano… aunque es dudoso que su revolución se oriente y canalice, centrada como está en la simple negación.” (p. 114)
Esa ´simple negación es por supuesto teológico-política.

8.- La sagrada Red post-tecnárquica

La disputa en el plano erótico –´civilización / placer´- se traslada al plano religioso.
Resumamos. La técnica –que nace al calor del elán místico (Bergson)- ocupa el lugar de la religión en la tecnarquía (Toynbee), uno de cuyos fundamentos es la espiritualidad de la ´disciplina maquínica´ (Veblen); el antídoto, ante una técnica convertida en ´ídolo´, no es ir contra el sistema sino replegarse en el ascetismo (G. Marcel).
Pero para Capanna, la civilización tecnárquica, de extrema pobreza espiritual, es irreligiosa. “La superstición, el sincretismo, la indiferencia o el reformismo social son las formas espurias con las cuales se pretende colmar este vacío a la espera de una nueva experiencia de lo sagrado que inevitablemente habrá de superar a la tecnarquía” (p. 94).
La superstición parece apuntar hacia la relación ´magia / técnica´ en la civilización industrial y que es extrema en la arcaizante tecnolatría del nazismo. El sincretismo es un dardo a las versiones místicas de los disidentes. El reformismo social roza su tecno-humanismo confesional. Son formas espurias porque la ´nueva experiencia de lo sagrado´ sería una humanización de la tecnología apuntalada por valores católicos. “Teniendo los peligros a la vista… podemos cimentar una fe madura en el destino del hombre.” (p. 252)
Este plano religioso habilita una segunda lectura de la especulación futurista.
Tres características definen al hombre tecnárquico: ´disponibilidad, eficiencia, imagen´. Acerca de las dos primeras algo fue apuntado. Resta la tercera.
La ´tecnología de dominio´, que configura al ser tecnárquico, implica la persuasión: “Aquí entra en juego el concepto de imagen… uno de los más interesantes conceptos que han desarrollado las ciencias humanas empresarias, uno de los puntos críticos del sistema, un resquicio por donde muestra sus coyunturas ideológicas.” La personalidad adaptada debe “crear una buena imagen sin preocuparse de la realidad”. El ser humano tecnárquico evalúa a los demás a través de imágenes y ´se conoce a sí mismo por la imagen forjada para vender su personalidad´. “El crecimiento de la imagen es correlativo con la difusión de la comunicación ´icónica´ (Marshall McLuhan). La imagen desplaza a la realidad personal y adquiere mayor realidad…” (p. 88-89).
En sus lecturas, Capanna era por aquel entonces testigo de la transformación de la civilización tecnárquica en manos de lo icónico (imagen sobre realidad) y alcanzó a advertir una ´nueva experiencia de lo sagrado´ encarnada en la cibernética, la actual Red.
Dice sobre el futuro post-tecnárquico: “Si la tecnología maquinista significó ante todo concentración, hipertrofia urbana, una nueva tecnología, basada quizás en las comunicaciones y la cibernética, pueda llevarnos a la dispersión y favorecer la recreación de la comunidad básica. El rechazo de los valores subyacentes al sistema industrial no es un rechazo de la tecnología, sino una tentativa de asumir su control. Nos encontramos alienados por haber creído neutro al sistema industrial y dejarnos dominar pasivamente por sus formas. La planificación debe abarcar las metas humanistas y el poder democrático de decisión para lograrlas.” (p. 250)
El interrogante principal para la etapa post-tecnárquica es cómo será la reforma moral, si todos los seres, incluidos los disidentes, son tecnárquicos. Capanna guarda silencio, y con su tecno-humanismo católico reclama pequeños grupos interconectados que mantienen en una aldea global no belicosa la tecnología bajo control. Es una versión sin drogas ni orgías de las comunidades hippies.
Ese entramado hippie / yonqui / místico –núcleo de la polémica reforma / revolución- es clave para revisar su mirada sobre la ciencia ficción.

9.- La mirada conservadora sobre la ciencia ficción y un futuro esquizoide

El sentido de la ciencia-ficción y La Tecnarquía coinciden en la preocupación por aprehender el ´sentido´ de un género literario y el ´sentido del proceso tecnológico´. Esta interrelación indica que ambos volúmenes surgieron de la misma investigación y que, por ende, la perspectiva sobre la ciencia ficción se desprende de su tarea filosófica.
El término ´tecnarquía´ fue inventado por el escritor escocés Geddes… pero a inicios de los setenta Capanna ignoraba el dato. Había tomado la palabra de un cuento de ciencia ficción -“En busca de San Aquino”- de Anthony Boucher (1911-1968), según recuerda en “Las editoriales pueden llegar a ponerse groseras” (Revista Colofón, 13/12/2015).
Dice en El sentido de la ciencia-ficción: “…valiosas y significativas espiritualmente resultan otras tentativas de captación de la realidad contemporánea en una dinámica religiosa… [Son] aproximaciones a la civilización mecánica, fundadas en el amor… [como] ´En busca de San Aquino´ (1964) … donde el Papa es perseguido por una tecnocracia atea que envía un sacerdote a buscar los restos de San Aquino [y] descubre que el santo… no era más que una máquina… perfecta, casi una divinidad…” Y allí anticipa su mirada: “Se valora aquí [en el cuento] la razón y la máquina pero no oponiéndolos a Dios sino poniéndolos a su servicio, para extender su reino y liberar al hombre para servirlo. Genuina expresión de una problemática religiosa arraigada en las circunstancias actuales.”
´Una máquina que pone a los hombres al servicio de Dios para que sean libres´, sintetiza de qué modo imaginaba Capanna la post-tecnarquía hacia 1966.
Frente y revés de la misma trama, leídos en intersección, La Tecnarquía y El sentido de la ciencia-ficción adquieren nuevos matices. La reflexión filosófica se inspira en ejemplos de la ciencia ficción y, a su vez, aquella reflexión es el andamiaje epistemológico para indagar el sentido del género. Por si fuera poco, ambos germinan de ideas de Boucher quien facilita el término para el título y le sugiere pensar la ciencia ficción como ´genealogía´.
Los ejemplos de literatura de ciencia ficción que aluden en La Tecnarquía a rasgos de la civilización industrial apuntan a la ecología, el consumismo, los movimientos anti-técnicos y los saberes alternativos como la parapsicología, en particular, usada para aumentar la productividad porque, recuerden, nada fuera del entramado tecnárquico.
Capanna desprecia las novelas de ciencia ficción con tema parapsicológico, circunscribiéndolas a los años cincuenta, acusándolas de transmitir ´fantasías de omnipotencia´ al asociarlas con delirios nazis y al afirmar que ese “…confuso trasfondo ideológico del movimiento Planète… revela… una inclinación hacia la ideología del superhombre.” (p. 90-91) El problema para un católico es entonces el hereje esoterismo.
La revista francesa Planète es una de las causas de la confusión respecto de qué epistemología funciona en el género. Y en El sentido de la ciencia-ficción ese influjo negativo es evidente: “La difusión tardía del género en nuestro medio, combinada con la aparición del ´nuevo humanismo´ marca Planète… han agravado aún más la oscuridad original del nombre. Basándose en el confuso concepto que se tiene de aquel movimiento…, para muchas personas cultas y aun intelectuales, la palabra ´ciencia-ficción´ sugiere una nueva ciencia o… una ciencia oculta.” Y niega la incidencia del nuevo humanismo: “…no existe ninguna vinculación de la s-f (ciencia ficción) con el ocultismo, como algunos inspirados en la extraña alianza entre s-f y ´humanismo del tercer milenio´… parecen insinuar… La ´s´ de la sigla ´s-f´ es suficiente garantía contra la superstición…”.
La ´s´ remite por supuesto al anglosajón science, ´ciencia´. Esa tesis de lectura asocia la ciencia ficción no a la presencia ineludible de un elemento científico en la narración –cada época tiene su definición de cientificidad- sino a la coherencia con que son tratadas las hipótesis científicas, método que tiene su origen en la época de la Revolución Industrial. Pero aun así las heterodoxias son impugnadas de plano en la ciencia ficción.
La discusión de El sentido de la ciencia-ficción y la de La Tecnarquía se solapan: ¿cuál es la epistemología válida para comprender / analizar un género literario, y para organizar la sociedad? Esa proximidad es todavía más importante si consideramos la matriz política de la ciencia ficción que recursivamente es fuente imaginativa para un texto filosófico.
Capanna baraja al menos tres paradigmas de conocimiento con matriz política: i) la ortodoxia tecnárquica eficiente, vacía e inhumana (incluye saberes científicos ortodoxos o asimilados como tales), ii) los paradigmas alternativos de conocimiento, cercanos al sincretismo orientalizante de la huida romántica a la naturaleza de los hippies, iii) el tecno-humanismo con valores morales (católicos) que representa su propuesta reformista.
Este reformismo conservador podría resumirse en expresiones como las siguientes: “La gran cuestión está precisamente en hallar una técnica que nos permita administrar en sentido humanista el poder puesto en nuestras manos por la tecnología.” (p. 243) Y a esto debería sumarse: “Según Bergson, la tecnología moderna se ha desarrollado junto a la mística cristiana, y es una consecuencia de ésta… La función de la civilización técnica sería la de proveer un cuerpo al alma de la humanidad que se autorrealiza…” (p. 202-203)
Pero ese cuerpo que nos da la civilización -en verdad, un segundo cuerpo- es un constructo artificial superpuesto al cuerpo de la naturaleza que sostiene –o que sostenía- a una humanidad cada vez más alejada de cualquier experiencia directa con lo natural.//

Futuros traseros en el Segundo círculo [2013] del infierno

El mundo de la historieta de la que con todo gusto les voy a hablar a continuación está ubicado en nuestro presente, en un arco temporal de más quince / menos cincuenta años -me animo a decirles. De lo contrario, si ese mundo ficcional respondiera a un futuro lejano, el bazar de la industria cultural que despliega en cuadros y viñetas aparecería como lo que finalmente ha de ser, arriesgo: un mero rejunte de desechos.

La historieta que dibujó y coloreó R. Luján en base al guion a cuatro manos de F. Menéndez y A. Zylberberg –publicada por la revista Fierro en 2010 y recopilada en volumen único por la cordobesa Llantodemudo ediciones en 2013- es semejante en sí misma a alguna de las atractivas mutantes que deleitan a los visitantes del prostíbulo intergaláctico Segundo Círculo cuya membresía da título justamente a la novela gráfica.

Explican la mutación series disímiles de indicios que imantan la trama.

En el espacio exterior –algo así como un estar fuera de la legalidad humana o terrestre- orbita una nave que es un puterío con los más variados bichos para satisfacer las fantasías más estrambóticas. (La elefantita hindú Myrna, con su piel azulina y con su trompa/pito se roba, por cierto, las miradas.) Paralelo a ese comercio carnal, trafica el hampa estelar ´gusanillos´, es decir, estupefacientes vía oído para largas ´alucinaciones sexuales´.

El tráfico de mujeres confinadas a la prostitución y el de la droga gusana desde la superficie terrestre hasta el espacio sideral tienen como zona de transición –alcanzo a entender- a ´Puerto de Palos´, un bar. Un nuevo mundo y un viejo mundo, conectados. Podría ser 2492, pero no. Estamos -como les decía- en nuestro presente y ése es un aspecto de la mutación: futuro y pasado, proyección distópica y nostalgia urbana, mezclados.

Gobiernos alicaídos, corporaciones sonrientes, navecilla espacial oculta bajo un tren abandonado en una clausurada estación de Constitución, teletransportador, arma lumínica, parecen ser todos signos futuros y sin embargo –salvedad evidente- los bondis porteños derrochan facha ochentosa y cobran con monedas. En el mundo terrestre de la historieta escasean además las computadoras (apenas vi una), no hay celulares, ni internet. La prosti Mandy –joven, bella, calentona y algo snob- escucha a los Beatles en un reproductor de cds mientras trabaja. Aquí y allá, atrasa. Cuando se dispone a chuparle la pija a un avejentado cliente, éste le confiesa que recluta chicas para un prostíbulo intergaláctico y su respuesta, en esa inicial escena futurista, es a la retranca: ´Entonces yo vendría siendo la princesa Leila´, dice Mandy vistiéndose –al tiempo que arrejunta saliva- de personaje distorsionado de Star Wars.

Si los Beatles aburren desde los sesenta, si esa saga fílmica comienza en 1977 para nunca más terminar, si hay cds, si el bondi y las monedas, es entonces y aproximadamente la Argentina de las décadas del ochenta y del noventa del siglo pasado. Dos noticias periodísticas, en registro documental, cortan el devenir de la historia confirmando de alguna manera la especulación temporal.

Una pertenece a un eventual periódico en papel del barrio de Monserrat y cuenta la desaparición de la chica (Mandy) y de un joven nerd (Ezequiel, el protagonista); la otra presenta al estilo de la revista Caras la vida de Rufus Jarnaz, el cafiolo que regentea el complejo prostibulario sideral.

Como dije, y como mucho, los años noventa. El problema es claramente combinar esos elementos del siglo pasado con el puterío intergaláctico y sus esquejes narrativos.

Y a ese problema lo llamo mutación.

   Todo se inicia con el viejo cliente que desmaya a Mandy, la secuestra y se la lleva a ´Puerto de Palos´ para de allí enviarla a ´Segundo Círculo´ como esclava sexual. Advierte esos manejes un nerd de 16 años que vive con su tía y que acaba de vender una revista de historieta en 150 mangos para pagarle los servicios a la vecinita, a Mandy –de culo realmente atractivo, según el trazo y los primeros planos de Luján- que atiende unos pisos más abajo. Al nerd, Ezequiel, gordito feúcho y gran lector de chatarra industrial, se le suma Alejandro, el vengador y dueño de la navecilla oculta bajo el tren. Socios por accidente, ambos se lanzan hacia el más allá, uno para rescatarla, el otro para cobrarse una deuda.

Alejandro y Ezequiel son una yunta de aventureros que replica a la de los dos guionistas y que recompone a la vez el camino de otros dos célebres viajeros –Dante y Virgilio- a través del ´segundo círculo´ del Infierno –el primigenio- en el que reposan lujuriosas y lujuriosos. Alighieri cuenta eso en la Commedia y a Virgilio lo llama Maestro (quien, aunque pagano, participa de la empresa divina dicen por haber profetizado la venida del quía –ojo al dato.)

Por adictos a la carne del prójimo, en el segundo círculo están condenados, entre tantos, la babilónica Semíramis, la insaciable Cleopatra, la bellísima Helena de Troya y su raptor Paris, el aguerrido Aquiles (fascinado por los dotes de su amigo Patroclo, si bien el Dante calla) y una parejita que se incendió en vida, Paolo con más de cuarenta y Francesca con menos de veinticinco quien se había casado con un equis pero que prefirió comerse al hermano (del equis) luego de una ardorosa tarde en la que dejaron para siempre de leer la no menos tórrida historia entre Lanzarote y la reina Ginebra.

En el Dante -como en la trama de Menéndez / Zylberberg- el deseo y el amor de los personajes nacen de la ficción. Y ése es otro aspecto de una composición mutante. La historieta cruza la inspiración en el mundo del espectáculo con la rancia tradición libresca. Ezequiel lee a Stephen King; sus demiurgos humanos abrevan cartapacios medievales (y con rigor porque, se sabe, el Dante prefiguró con su viaje a la bizarra ciencia ficción).

El canto V de la Commedia termina con un Virgilio impávido frente a la historia de Francesca (al fin y al cabo el poeta romano era puro espíritu) y con Alighieri desmayado, más que impresionado, turbado por el relato de esos placeres carnales. En la historieta vernácula, por su parte, el vengador Alejandro se esfuma aéreo con guita, Mandy, ojete y todo, mientras que el otro componente de la yunta, Ezequiel, aquel adolescente que vivía en un oscuro quinto piso, muere con la explosión del prostíbulo sideral.

La redención de Ezequiel –plenamente sexual- está en las manos y en las patas de la prosti intergaláctica Penélope, mitad humana, mitad araña -bella ella, bello su coño- quien cada vez que merodea el clímax amoroso, agrede e incluso asesina a su compañero. Entre polvo y polvo pagos, en su cubículo Penélope lee novelas de amor: Lo que el viento se llevó, Cumbres borrascosas. Esta figura de mujer-fatal-vuelta-bestia-por-placer me recuerda a la de la atormentada heroína de Cat People [1942], película de J. Tourneur, y por transición a El beso de la mujer araña [1976], novela de M. Puig (quien además en Pubis angelical de 1979 reúne futuro, distopía y reclusión femenina prostibularia estatal).

Mutación mediante, como ustedes pueden prever, el arácnido personaje de historieta entronca literalmente, y por el nombre, con la paciente y mítica esposa de Ulises, guerrero navegante que se toma su tiempito para volver de Troya a Ítaca, mientras Penélope teje y desteje sobre su vientre afiebrado tricotas que desaniman a una larga ristra de pretendientes.

Dante, en la Commedia, no invoca obviamente a la casta Penélope, y sí condena a una recia que comanda el grupo de Paolo y Francesca, la cartaginense Dido. Con final suicida, Dido enloquece por las artes amatorias de Eneas, héroe latino que sigue viaje para fundar Roma y cuya historia cuenta –cómo no- el comparsa Virgilio en la Eneida. Así, podría en mi caso arriesgar, la lasciva Dido es transformada por la historieta vernácula en la mujer / araña Penélope que apura su orgasmo asesino con el nerd Eze hasta que el prostíbulo explota, remedando las llamas de la última ofrenda que la reina realiza antes de clavarse la espada, llamas que amenazan en la noche la tranquilidad citadina.

Es Segundo Círculo una historieta de mutaciones no solo por sus hembras de múltiples coños despiadados, sino también (sobre todo) por sus cruces temporales y sus mixturas entre cultura de masas y masa culturosa. No es nada sencillo adoptar y navegar una identidad –nerd, gay, trans, prosti, cheto, marginal, menor, la que sea- en este mundo engañoso escribiendo solventes manifiestos adyacentes a modo de repulgue para que no se piante el relleno siempre híbrido, siempre a disposición del tirano paladar de turno.

Lo que sí es fácil es acabar encantado por la contemplación y la lectura de Segundo Círculo porque a quién, de vez en cuando, no le gusta darse una vueltita por el infierno.

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Publicado originalmente en Revista Colofón el dia 21 de junio de 2017.