Brasil, un sutil y delicado apartheid

“Os pequenos querem ser grandes, os grandes querem ser maiores, os maiores não sei, nem eles sabem o que querem ser.ˮ 

Antônio Vieira [Lisboa 1608 – Salvador de Bahia 1697]

“Resta algo da ditadura em nossa democracia que surge na forma do Estado de exceção e expõe uma indistinção entre o democrático e o autoritário no Estado de direito.ˮ

Edson Teles, “Entre justiça e violência: Estado de exceção nas democracias do Brasil e da África do Sulˮ, O que resta da ditadura: a exceção brasileira [2010]

Este lunes cuatro de agosto [04-08-2013] a las 22 hs., Bruno Torturra, periodista, y Pablo Capilé, productor cultural, visitarán el programa de análisis y debate ´Roda Viva´ transmitido por la TV Cultura (Brasil). Torturra y Capilé son el dúo al comando de esa nueva forma de hacer periodismo que se despertó durante las protestas en Brasil y que es conocida como Mídia Ninja [Narrativas Independentes, Jornalismo e Ação].

Mídia Ninja llega a la televisión en el momento de más profunda (falsa) calma del descontento social brasilero. TV Cultura –el espacio elegido- está, podría afirmar, en las antípodas de Rede Globo. ´Roda Viva´ fue el programa que primero acogió a los representantes de Passe Livre allá por fines de junio, cuando todo se incendiaba. Ese programa sentó, también, en el centro del escenario a Slavoj Zizek que andaba por Brasil vendiendo su nuevo libro sobre Hegel y que dio una hora y media de memorables respuestas. [09-07-2013]

Una de las frases estrellas de Zizek, aquella noche, se resume en la siguiente hipótesis: la revolución (o las revueltas) sucede no cuando el descontento es generalizado con todo el mundo en la miseria, la ruina, etc., sino cuando se ha generado una expectativa sobre una eventual mejora social y esa promesa no se cumple.

Nada parece describir mejor la situación local.

En los primeros días del 2012, mientras preparaba mis libros para mudarme a Brasil, leía religiosa e ingenuamente diarios on-line como para ponerme a tono con ´las noticias´, por ejemplo, la Folha. Con preferencia durante los fines de semana aparecían en primer plano dos indicaciones psicodélicas: el mapa con el aumento de la violencia ´delictiva´ en las grandes ciudades (aka São Paulo); el absurdo contador –o clasificador- de clase social.

El juego era así: usted completaba con una serie de variables económicas y de empleo unos casilleros y el sistema le devolvía a qué clase social pertenecía o creía pertenecer. Adivine. Adivinó. El resultado, como en un horóscopo, era siempre positivo, siempre más arriba, siempre en ascenso. Un paulista anfitrión durante algunos días en mi paso por Sampa, hace un par de meses, me contó que había realizado el test con el salario mínimo, sin casa propia, sin auto, sin electrodomésticos y el resultado había sido -¡claro que adivinó!- clase media.

Si revisan la web ahora verán que las noticias sobre números y ascensos y menos pobreza y más clase media y un extenso etcétera, pululan por los buscadores según entiendo con una dosis considerable de verosimilitud. El discurso del ascenso de clase social –en un país en el que, desde una mirada intuitiva, es difícil encontrar la clase media– pertenece al carro de la victoria del PT (en la sucesión Lula, Dilma) y ha sido tomado como bandera tanto por los trabajadores como por ese grupo de la pequeña burguesía cuyo horror máximo es ser confundido con ´los pobres´, con ´los negros´, con ´o povão´.

Los tecnócratas –que incluye a gran parte de los investigadores sociales y a los periodistas- han dividido al país en cinco castas: A, B, C, D, E. Se habla de cada una de ellas como si fueran entidades animadas. ´Hoy en día la clase C quiere, busca, desea…´; ´lo que las clases A y B reclaman´ y así por delante. Ese sistema de castas que plantea la vida social casi como si fuera un juego virtual en el que hay que avanzar de nivel, responde a una variable fundamental en la comprensión de la sociedad brasilera: su intrínseca e histórica organización jerárquica basada en el simple principio de domesticación que usted, si visita este país por más tiempo del que insumen unas alienadas vacaciones, puede tener todavía el placer de experimentar al oír o al intuir la pregunta marca-territorio –¿sabe usted con quién está hablando? (Lectura recomendada Roberto DaMatta, Carnavais, malandros, heróis, 1979).

Con orígenes en la época de la colonia y con eje en la esclavitud (siglos XVII al XIX), hoy esa jerarquía –que no es más que la opresión y la dominación simbólica y económica sobre ´el otro´- aparece cristalizada por la pervivencia de la sombra de la dictadura que se instaló en 1964 que comenzó a irse en 1979 y que, según los libros oficiales, parece haber terminado en 1989 –momento en el que toma el poder Collor de Mello, un esperpéntico producto neoliberal del marketing televisivo.

El humus de esa formación social históricamente jerárquica, sumado al conservadurismo irracional y destructivo de la dictadura, sumado al discurso ´progresista´, sobre todo desde los medios, que fogonea sin parar la salida de la ya a esta altura poco deseada clase C para pasar, ascender (¿?) a las clases A y B genera un estado tal de susceptibilidad que cualquier ente que no sea blanco caucásico, con acento de los estados centrales (Minas Gerais, Rio de Janeiro, São Paulo, Paraná) y con bastante dinero, es poco menos que nada en esta sociedad.

Desconozco y no me interesa, en este momento, ahondar en los criterios que se utilizan para determinar la pertenencia o no a cada clase. (Al respecto pueden leer, si les apetece, esta nota, y no olviden dar una mirada a los comentarios de los lectores anteriores y de paso ¡prueben suerte en ´la rueda de la fortuna´ de las clases sociales!) Como pueden ver ahí, el factor desequilibrante es el económico centrado en el consumo de bienes materiales. Un segundo grupo de rasgos responde al nivel educativo con el aliciente que para la sociedad –en puntos- significa lo mismo tener dos televisores que haber cursado por algún período de tiempo en la universidad.

¿Qué se esconde en esa inconsecuencia de cruzar datos del consumo de objetos con el acceso a la educación? Se esconde, en principio, una gran ironía y una gran injusticia.

Más allá del crecimiento de las cifras de las matrículas, más allá de los esfuerzos legales para garantizar porcentajes de ´cuotas de negros´, más allá de los programas de becas, en la actualidad la Universidad pública –el caso más drástico- está destinada solo a blancos pertenecientes a familias con dinero -entiendo que entienden que hay excepciones.

Si uno quisiera comenzar a tomar dimensión del abismo entre ricos y pobres, blancos y negros (repito, con los matices que ustedes sabrán agregar) debe observar la Universidad brasilera. Según los datos otorgados por el Censo 2010, existen 2377 instituciones de Educación Superior de las cuales 2099 son privadas. Esto implica que, en el nivel de los que buscan graduarse, en un país de 190 millones, existen 6,5 millones de estudiantes con la siguiente división: 4,7 millones asisten a las privadas, el millón y medio restante a las públicas. En conclusión, el mítico número del 1 % de la población brasilera que ve cumplido su derecho a la formación superior, no es un mito. Como podrán suponer, quienes concurren a una universidad privada disponen del dinero suficiente para pagarlo y eso implica que pertenecen -casi siempre- a las clases del tope de la pirámide.

En las ciudades capitales de los estados la situación puede variar y, de hecho, varía aunque apenas. En el interior de São Paulo –donde vivo- la universidad estadual, que se sostiene con el dinero aportado por todos los ciudadanos, se las ha ingeniado para conformar un plantel docente y de estudiantes sin (casi) ningún brasilero negro y con una notoria escasez de estudiantes de las clases sociales menos favorecidas. (En el colmo de la perversión, muchas de las personas a las que el sistema les tiene prohibido de forma implícita o explícita el ingreso a la universidad para estudiar, son –sin embargo- contratadas para trabajar en la seguridad, en la limpieza, en el mantenimiento, etc.- dándole a todo el ambiente un tufillo de distopía inconfundible). La diversidad étnica estaría representada, en todo caso, por alumnos negros extranjeros quienes, por otro lado, son discriminados en sordina justamente por ser un tipo de extranjero no demasiado bien visto ni valorado.

Es casi imposible demostrar lo que afirmo. Conozco a una persona negra con sus raíces africanas intactas, con su cultura siempre presente, con su conversación diferente, con todo su ser negro que año tras año ve como la oportunidad efectiva de entrar a estudiar a la Universidad se le frustra. ¿Cómo demostrar que la evalúan para dejarla fuera? ¿Qué otras herramientas que no sea la justicia podría uno usar aún a sabiendas de que eso –aquí- es cavarse la tumba en vida y con las puntas de los dedos?

Desde hace tiempo intento convencerla de contar su historia. Al día de hoy, sus promesas me hacen pensar que nunca voy a obtener ese testimonio. El año pasado en un episodio confuso, un profesor de una universidad pública frente al pedido por parte de esta persona de una charla de consulta estrictamente académica, le respondió con un chiste en el que le sugería que se sentara para esperarlo como en el pasado esperaba su tormento el esclavo.

A los pocos días la Universidad –en una neurosis que alcanza el cinismo- festejaba el ´Día de la conciencia negra´ [20 de noviembre]. La persona que había sido vejada por el comentario de ese profesor se acercó a las autoridades y les comunicó el caso. La invitaron con un café. La escucharon hablar un rato. El profesor sigue hoy cobrando su salario.

¿Cuál es la relación de Mídia Ninja con toda esa locura racista que atraviesa la sociedad brasilera? Ninguna. Ninja nació como una forma de enfrentarse a los medios hegemónicos de comunicación eje de los discursos xenófobos y que, por su énfasis en el ascenso económico, disparan el sentimiento fascista de gran parte de la población.

Aun así, en pequeños detalles -que supongo surgen más de los seguidores y de los adeptos que de los propios Ninjas en acción- aparecen contradicciones. Representan ´la voz del pueblo´ (ese viejo recurso de las elites brasileras, según DaMatta, de ´hablar en lugar de´) y aparecen fascinados por la posibilidad de ser reconocidos por el periodismo tradicional. TV Cultura podría ser considerado, como dije, un espacio alternativo dentro del concierto mediático, pero sus panelistas provienen de medios de comunicación hegemónicos y nada plurales.

Una situación híbrida semejante ocurrió cuando durante las protestas de junio el hackeo de la cuenta de twitter de Ninja –que le impidió transmitir on-line- llegó a los oídos y a las páginas del diario New York Times con la resultante de una agitada celebración virtual vernácula.

En el colmo del descuido para un medio de comunicación alternativo –cuya novedad, de todas formas, lo disculpa- un Ninja –uno de los varios- en una transmisión de protestas que estaban siendo observadas por miles de personas de Brasil y otras tantas de América latina de habla hispana realizó ao vivo chistes sobre ´los gringos´ (´los extranjeros´) que no entendían nada de lo que estaba pasando. Los reclamos de mayor pluralidad en las redes sociales se hicieron oír.

La jerarquía y el gueto, incluso entre personas que buscan quebrar parámetros opresivos, son comunes en estas tierras.

El Anónimo, un amigo de los márgenes, me bautizó ´el Espectro´. Soy invisible. No existo. Ser extranjero, sin ser de Estados Unidos o de algún respetable país europeo que no se llame Portugal, es poco menos que una desgracia. Y si ese extranjero es argentino, es la peste. En cualquier charla uno debe dar por perdido los primeros diez o quince minutos en los que –el guion corresponde a O Globo y a las empresas de publicidad- los chistes recorren todas las miserias y las desgracias de ser aryenchino. En medio de la Ocupación de la Câmara dos vereadores en Rio Preto, relato una entre cientos de anécdotas posibles, alguien que participaba del movimiento, después de mi presentación, se me quedó mirando mientras repetía: ´sí, sí, argentino, argentino, como Messi y Tévez que juegan bien al fútbol, pero tienen esos ojitos tan de mogólicos, ¿no?´ En otro momento me hubiera peleado. En otro contexto lo hubiera increpado. En este contexto, en el que creo poder entender qué es lo que sucede, no.

En la historia personal del Anónimo está la eterna sospecha –para él convertida en ´com certeza´- de que la desgracia en su vida comenzó el día que fue echado del trabajo sin mayores explicaciones –punto de inflexión para perder familia y todo lo demás- por ser negro. Oí su narración por lo menos tres veces. Y siempre remarca que de entre todas las opciones, por no ser blanco, él fue la primera, la ineludible. Para el Anónimo, el brasilero blanco y con dinero es directamente un ´nazi´.

El Anónimo sabe, y concuerda conmigo, que, en el interior del rico São Paulo, la diferencia entre un negro y un extranjero es nada.

  Símbolo BOPE, policía militar de exterminio

Todo el asunto, por supuesto, debe ser tomado con cuidado. Existen varios niveles. El primero responde a los blancos y ricos (clases A y B) quienes tienen toda la renta y manejan espacios simbólicos como los medios de comunicación y las universidades cuyos discursos –en lo básico, no se diferencian. (Fue patético ver cómo muchos profesores universitarios se garantizaban el trabajo futuro de tecnócratas en la televisión enarbolando las opiniones que querían ser oídas, es decir, que eran pagadas para ser dichas durante las protestas de junio).

En ellos, en la elite económica, pervive con mayor fuerza el deseo de la jerarquía y en ellos anida con mucha claridad el discurso genocida de la dictadura contra todo lo que sea diferente: negro, gay, extranjero, comunista, nordestino, favelado, y siguen las categorías.

Sin embargo, el mundo donde viven no es de fantasía. La Constitución de 1988 –de transición a la democracia- es un gran negociado de los grupos políticos entrantes con los militares salientes para evitar el juicio contra estos últimos y mantener la amnistía y, lo que es peor, para dejar abierta por artículo constitucional (número 142) la posibilidad legal de que esas fuerzas intervengan si la seguridad nacional lo considera necesario. Esta es la historia de cómo la Constitución brasilera garantiza la legalidad de un golpe de estado. Un libro ineludible para entender esto es O que resta da ditadura: a exceção brasileira [2010].

En el límite entre la clase medio-alta y la clase media y media-baja aparece todo un grupo de ciudadanos progresistas que accedieron a algún estudio superior y que niegan y que enfrentan el proyecto nazi e higienista de la elite. En ese exacto lugar se evidencia la mayor contradicción y a eso me refiero en mi crítica a ciertas posturas de algunos militantes de los movimientos sociales brasileros. Ellos establecen su lucha de tal forma frente a los poderosos que, en última instancia, las batallas que se inician ahí acaban por ser la guerra, y esa guerra –observada desde afuera- parece ser solo el deseo de ocupar el lugar simbólico de dinero y de poder que no ocupan en el presente. Tienen buenas intenciones, pero su relación con los verdaderos necesitados en esta historia –los que están en el fondo de la estructura social- está cortada.

Incluso en los partidos de izquierda puede verse claramente ese divorcio. Nadie mejor que ellos para tener la perspectiva de qué se necesita en Brasil: la inclusión de los desfavorecidos en la lucha de los obreros. Sin embargo, el divorcio es patente y casi insalvable. Nuevamente aparece la formación universitaria como una barrera –la mayoría de los militantes no son trabajadores sino estudiantes- y, desde la base social, quien estudia es objeto de toda la desconfianza posible. Ese grupo de líderes está accediendo a un bien al que ellos nunca accederán y el corte es, por ahora, insalvable. Aunque parezca una locura, pero es comprensible, en muchos, demasiados contextos, ser universitario es un estigma, es vida de playboy -desde los márgenes, un ´otário´.

Los movimientos sociales en Brasil y Midia Ninja son, entonces, ejemplos palpables de la paradoja: existe una voluntad de acabar con la desigualdad social y de quebrar ese invisible apartheid que espolvorea todas las relaciones humanas, pero la mirada todavía está dirigida, con un poco de obnubilación, hacia arriba y no hacia abajo.

Si la lucha no es solo para defender la prebenda de los blancos que están quedando fuera del reparto de la torta simbólica de dinero y de poder, en consecuencia, debería apuntar a buscar tres salidas mínimas de democratización: apertura de las universidades (fin del vestibular, el filtro inicial que escoge a los pocos estudiantes agraciados), fin de la amnistía legal y apertura de los juicios a los militares (modificar la Constitución para cortar el poder militar implícito), ley de medios de comunicación (ir contra los monopolios).

Con un país con la universidad para el 1 %, la televisión para el 99 % y con la base legal de una Constitución que defiende un estado cuasi-militarizado –en el libro O que resta da ditadura los autores indican que las torturas durante la democracia aumentaron en relación con las décadas anteriores y que, por ende, es necesario hablar de ´semi-democracia´-, la referencia al apartheid es algo más que una mera figura retórica tomada de la historia reciente para establecer una analogía impactante.

Edson Teles –en el artículo que cito como epígrafe- compara el estado de excepción en la democracia de Brasil y en la de África del Sur –donde Mandela luchó a brazo partido para salir con los menores traumas posibles del apartheid– sin decir nunca de forma explícita que los rasgos de una podrían ser válidos para describir a la otra. El argumento que Teles presenta, pero no hilvana, es que el estado de excepción –que permite el control del soberano sobre la vida, rasgo clave del mencionado apartheid- surge de un lugar indeterminado entre la política y lo jurídico de tal forma que su presencia puede darse incluso durante un proceso democrático permitiendo que el autoritarismo –aun cuando lo jurídico no lo demuestre- permanezca por acción u omisión de la propia política.

Es indudable que en los últimos diez años, en muchos aspectos, la vida de los ciudadanos brasileros mejoró. Es cierto que, en los últimos meses, todo aquello que queda por mejorar impulsó un cambio de actitud y politizó a la sociedad. Es cierto que parece nacer ahí, a largo plazo, un proyecto distinto de país. Es cierto que Mídia Ninja es una parte del oxígeno para ese largo plazo. El problema es que, tal como están las cosas, una enorme porción de ciudadanos –y tiene toda la pinta de ser la de siempre- está quedando fuera de la discusión.

Con muchas ganas entrego estas vanas palabras para que el futuro las niegue y las convierta en polvo. Habré sido ciego. Habré cometido un exabrupto. Habré sido un irracional aryenchino que no entiende nada de nada.

Y estaré contento.

Por ahora, como Espectro, veo otra cosa.

[De Las crónicas del Espectro – SJRP – SP – BR – 03-08-2013]

Dedicado al Hippie, al Anónimo, al Frankie