Escritos Paranoicos / Polosecki – Sálmacis, 2024 – [Presentación de formato E-book, 329 páginas]

Nueva edición, año 2024, corregida y ampliada. Además de los escritos ya conocidos, esta edición incluye “Una traducción imposible”, un texto inédito referido a Polosecki, a su relación con un escritor argentino que se suicidó en medio del desprecio editorial y que hoy es de culto, y a las riesgosas batallas ideológicas de quien se aferra a la bandera heterodoxa. Luego de la imagen de tapa pueden encontrar, el texto de contratapa, el índice y finalmente un video descriptivo con más información.

CONTRATAPA: Los textos reunidos en Escritos Paranoicos / Polosecki, indagan, a partir de la figura de Gustavo Fabián Polosecki [1964-1996], la oscilación y la fusión entre paranoia, locura, anarquismo místico, revolución y el enigmático gesto final suicida. En sus últimos días en el Tigre, Fabián “…estaba muy insistente con el tema de concientizar para una revolución, pero no me sonaba a algo anarco, sino a algo organizado y sistémico…”- comentaba un amigo de Polo, con una particular perspectiva sobre ese objetivo revolucionario. Esta discusión –que está atravesada por el sentido común, la inconsistencia ideológica y las contradicciones- se replica de alguna manera en la biografía de periodistas locales heterodoxos como Enrique Symns a quien Polosecki admiraba, y Salvador Benesdra quien se suicida coincidentemente en 1996. Además de los seis textos recopilados, uno de ellos hasta este momento inédito, el volumen incluye la transcripción de artículos periodísticos con la firma de Polosecki, la lista de sus programas, sus premios, los homenajes y una bibliografía que abarca la producción surgida de la historia de vida de este ícono cibercultural disidente.

ÍNDICE

PRESENTACIÓN / p.  5

POLO MÍSTICO / p.  14

FABIÁN POLOSECKI, MÍSTICA Y ANARQUISMO / p.  32

POLOSECKI. A VEINTE AÑOS DEL SUICIDIO DE UN DISIDENTE / p. 92

EL FANTASMA / p.  108

POLOSECKI & SYMNS CONTRA ESTE SITIO INMUNDO / p.  214

UNA TRADUCCIÓN IMPOSIBLE / p. 226

TRANSCRIPCIONES DE ARTÍCULOS / p.  280

El zorro interminable   

Bob Dylan, Oh Mercy (Cbs)   

Se fue Highlander. ¿Qué quedó?   

ARCHIVO POLOSECKI / p.  287

Periodista / autor / p.  288

Ciclos televisivos / p. 292

Premios / p. 296 

Proyectos inconclusos / p. 296    

Ecos e influencia / p. 296 

Bibliografía / p. 305

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Escritos Paranoicos / Polosecki -Sálmacis, 2024- [Ebook]

Nueva edición año 2024, corregida y ampliada. Incluye “Una traducción imposible”, texto inédito referido a Polosecki, a su relación con un escritor argentino que se suicidó en medio del desprecio editorial y que hoy es de culto, y a las riesgosas batallas ideológicas de quien se aferra a la bandera heterodoxa. Luego de la imagen de tapa pueden encontrar el índice.

CONTRATAPA: Los textos reunidos en Escritos Paranoicos / Polosecki, indagan, a partir de la figura de Gustavo Fabián Polosecki [1964-1996], la oscilación y la fusión entre paranoia, locura, anarquismo místico, revolución y el enigmático gesto final suicida. En sus últimos días en el Tigre, Fabián “…estaba muy insistente con el tema de concientizar para una revolución, pero no me sonaba a algo anarco, sino a algo organizado y sistémico…”- comentaba un amigo de Polo, con una particular perspectiva sobre ese objetivo revolucionario. Esta discusión –que está atravesada por el sentido común, la inconsistencia ideológica y las contradicciones- se replica de alguna manera en la biografía de periodistas locales heterodoxos como Enrique Symns a quien Polosecki admiraba, y Salvador Benesdra quien se suicida coincidentemente en 1996. Además de los seis textos recopilados, uno de ellos hasta este momento inédito, el volumen incluye la transcripción de artículos periodísticos con la firma de Polosecki, la lista de sus programas, sus premios, los homenajes y una bibliografía que abarca la producción surgida de la historia de vida de este ícono cibercultural disidente.

ÍNDICE

PRESENTACIÓN / p.  5

POLO MÍSTICO / p.  14

FABIÁN POLOSECKI, MÍSTICA Y ANARQUISMO / p.  32

POLOSECKI. A VEINTE AÑOS DEL SUICIDIO DE UN DISIDENTE / p. 92

EL FANTASMA / p.  108

POLOSECKI & SYMNS CONTRA ESTE SITIO INMUNDO / p.  214

UNA TRADUCCIÓN IMPOSIBLE / p. 226

TRANSCRIPCIONES DE ARTÍCULOS / p.  280

El zorro interminable   

Bob Dylan, Oh Mercy (Cbs)   

Se fue Highlander. ¿Qué quedó?   

ARCHIVO POLOSECKI / p.  287

Periodista / autor / p.  288

Ciclos televisivos / p. 292

Premios / p. 296 

Proyectos inconclusos / p. 296    

Ecos e influencia / p. 296 

Bibliografía / p. 305

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El tenebroso paraíso que habitamos, según la ciencia ficción gnóstica de John Carpenter: Escape from L.A. [1996]

A tanta gente le disgusta el término o calificativo ´posmoderno´, que su uso es cada vez más esporádico. Este ostracismo poco tiene que ver con su pretendida vaguedad o falta de eficacia. Hacia 1986, en Después de la gran división, Andreas Huyssen sugería que “los cuatro fenómenos… de la cultura posmoderna” eran el imperialismo, las mujeres (el feminismo), la ecología y el encuentro con otras culturas (la diversidad como eje). Esta perspectiva expansiva que ponía el acento en discutir la dominación, aparece hoy borroneada por el apocalipsis neo-tecnológico cuyas raíces imperiales, de todos modos, son indisimulables. Destellos de esa discusión lanza la premonitoria Escape from L.A. [1996], película de ciencia ficción gnóstica que recrea la noche en la que la humanidad finalmente sufre una hecatombe sin retorno.

El éxito de Halloween [1978] parece haber forzado a John Carpenter [Carthage, 1948] a ocupar la celda del cine de terror, incluso contra la evidencia de una amplísima producción fílmica. Sus películas de ciencia ficción son buen ejemplo de esa valía ya que, en conjunto, montan una compleja maquinaria discursiva alrededor del poder y de la política, sostenida por una pulida estética de cine clase B.

   La película Escape from L.A., estrenada en 1996, subraya la mencionada complejidad oscilando, al igual que gran parte de la cultura de masas, entre posiciones conservadoras y miradas críticas, pero añadiéndole en este caso Carpenter un nuevo nudo al ambiguo lazo apocalíptico de su ciencia ficción.

   El film tiene sus orígenes en 1981 cuando Escape from New York pone en escena por primera vez al mítico Snake Plissken (Kurt Russell), personaje con parche en el ojo y serpiente tatuada en el abdomen, héroe de guerra contra el comunismo que había peleado en Leningrado y que luego de convertirse en el militar más joven en recibir una condecoración, la dilapida robando el Tesoro Nacional de los Estados Unidos.

   En aquella aventura de New York, Snake había tenido a su cargo rescatar al presidente. En esta nueva oportunidad, varios años después y con 27 crímenes sobre sus espaldas, recibe la orden de restituir a una díscola integrante de la familia presidencial.

   Estamos en el año 2013. La ciudad de Los Angeles es una isla amurallada que funciona como una prisión a la que son deportados por la policía militar todos los que no cumplan las normas vigentes: “No se fuma, no se bebe, no hay drogas, no hay mujeres a menos que estés casado. No hay armas, no hay lenguaje obsceno, no hay carnes rojas. La tierra de la libertad…”- remata un militar.

   El actual presidente de los Estados Unidos, mientras era candidato, había acusado a la ciudad por su violencia y su corrupción, refiriéndose al puño de Dios, a un nuevo Armagedón, a un castigo divino parecido al de Sodoma y Gomorra que caería sobre Los Angeles tal como sucedió el 23 de agosto de 2000 cuando un terremoto 9.6 en la escala de Richter la destruyó y aisló. Una vez cumplida la profecía, la constitución fue emendada, el cargo de presidente convertido en vitalicio y la capital fue trasladada de Washington DC a Lynchburg, el pueblo del primer mandatario.

   La orden que recibe entonces Snake en esta segunda vuelta por parte de los militares es ir hasta una derruida L.A. plagada de pandillas a recuperar un prototipo capaz de controlar la energía mundial y de desactivar “…un taxi en Buenos Aires, España entero…, el planeta por completo……enviándolo a la edad de piedra”.

   A cambio de la misión, Snake habría de quedar en libertad. En caso de rechazarla, moriría por el virus que le habían inoculado. “Diseñamos virus, Plissken. La ola del futuro. El virus Plutoxin Siete. Genéticamente desarrollado. Colapsa el sistema nervioso. 100% letal. Caerás. Sangrarás…”.

   Snake acepta, pero no parece impresionado. Nunca intenta contagiarle el virus a ningún enemigo ni se crispa sobre su suerte al oír, en el final de su aventura: “El virus Plutoxin Siete no te matará en diez horas, es mentira. Es otra propaganda del gobierno.”

   El mismo estado militarizado que controla la moral, los medios de comunicación y que requiere los servicios de alguien considerado un delincuente para resolver problemas de seguridad internos, dispone de la tecnología suficiente para desarrollar pretendidos virus letales así como también hologramas y entornos virtuales.

   La realidad virtual explica la desaparición del prototipo robado por Utopía, la joven hija del presidente, quien deprimida por la muerte de su hermana, crea un entorno ideal al que hackea y en el que se filtra Cuervo Jones, un revolucionario latinoamericano que la convence de robar el artefacto y de ser su novia. Los rastros de esa irrupción en el entorno les permiten a los funcionarios del gobierno descubrir la conjura.

  El objetivo de Cuervo Jones, miembro de Sendero Luminoso y líder de Justicia Mescalito, es invadir Estados Unidos, con cubanos, colombianos y brasileños como aliados. Con boina y barba, su apariencia es la de un Che Guevara con tonos pastel. Se desplaza por L.A. en un auto descapotable con una bola de boliche en su parte trasera.

   Al enfrentarse con Plissken intenta cazarlo usando un par de boleadoras. Su eslogan, repetido por Utopía, es que la invasión será ´el día cero de un nuevo mundo´. En el bando contrario, hablan de la ´venganza de una sociedad preindustrial´.

   Pero lo que claramente ha encallado en una etapa preindustrial es Hollywood. Los Angeles, afectada por la lluvia ácida y por los rayos UV de un sol que nunca vemos, muestra  aquí y allá las ruinas de Capital Records, de los estudios de la Universal, calles típicas destruidas como Mulholland Drive y Sunset Boulevard. En medio de ese desastre, una clínica al mando de un médico loco busca satisfacer el deseo de los adictos a las cirugías, monstruosos exponentes del desvencijado jet set hollywoodense.

   Si la industria del entretenimiento de L.A. ha perdido su fe, en los Estados Unidos la religión se impone sin matices. El presidente vitalicio es un falso profeta que cuando se siente en peligro se retira a orar. Utopía denomina al gobierno de su padre, ´teocracia corrupta´. La narración está en su conjunto sostenida por una estructura apocalíptica, entre la catástrofe natural y la hecatombe tecnológica. El sesgo religioso es en términos generales cristiano, con un residual hereje. Para una perspectiva amplia como la de Elvio Gandolfo, Carpenter sería un ´incrédulo eficaz´ que usa la religión como herramienta narrativa, aunque lo cree también un marxista a quien ´la caída de esta sociedad lo tendría sin cuidado´. (“John Carpenter: ser fiel a la historia”, El libro de los géneros, 2007, p. 259).

   Sea como fuere, el discurso y la imaginería religiosas son punto de apoyo para revisar la tensión en Escape from L.A. entre una mirada conservadora -no hay opción al imperio, ni revolución posible- y posiciones más abiertas.

   Grupos feministas habían criticado, al momento de su estreno en 1978, que en Halloween el personaje psicótico matara adolescentes mientras mantenían relaciones sexuales, salvándose únicamente la ´chica virgen´. Ese rasgo machista, con aires de moralina religiosa, se superpone a la recurrencia de que en la mayoría de sus películas el hombre es el que lleva la acción –es literalmente el protagonista- si bien, y la salvedad es muy importante, por lo general es una mujer la que lo guía hacia la resolución.

   En particular, Escape from L.A. pareciera estar a medio camino entre esa perspectiva masculinista y una aventura más potente y no tan bien recibida, como el matriarcado marciano que Carpenter recrea en el año 2176 en Ghosts of Mars [2001].

   Snake Plissken es igual a un macho del siglo XX -´se ve tan retro´, dice una militar, mientras otro acota ´¡oh, aquellos buenos viejos tiempos!´- pero como otros héroes carpenterianos es asexuado y su figura se aleja del imaginario de Hollywood.

   En Escape from L.A. uno de los únicos acercamientos potencialmente heterosexuales, acaba rápido y mal. Mientras recorre L.A., Snake se cruza con una joven que promete cuidarlo y leerle el futuro, y a la que él le presta poca atención. En un anticlímax preciso, apenas ella termina de contarle a Plissken que eligió vivir en L.A. porque ´la verdadera cárcel es el Imperio´, un pandillero (o revolucionario) la mata de un disparo. Con un comentario a destiempo Snake le susurra que esa ciudad es un ´paraíso oscuro´ [´dark paradise´].

   Esta rúbrica hereje sale de boca de Plissken, un innegable mesías de signo inverso. Su nombre –´snake´- y su tatuaje en el abdomen remiten a la tradición de los gnósticos ofitas (o naasenos) que consideraban a la serpiente -Satanás- un ser iluminado.

   El mesianismo muestra una de sus caras en la bacanal de despedida de la banda revolucionaria antes de la fallida invasión al continente. Plissken –que ha sido detenido por los guardias- es enviado a un estadio, o circo romano, a una muerte segura. Cuervo Jones, como Poncio Pilatos, le pregunta a la multitud qué hacer. La respuesta es obvia, y Snake se salva gracias a su habilidad y a un temblor de tierra.

   En la batalla final, el motivo mesiánico reaparece. Plissken derrota a Cuervo Jones y logra recuperar el prototipo atacándolo con una flota de parapentes -de nombre Santa Ana- que descienden como ángeles nocturnos lanzando fuego y alquitrán.

   El apoyo aéreo, fundamental para cumplir con éxito la misión la recibe -según la recurrencia antes mencionada- de una mujer que ha mutado.

   Hershe Las Palmas, conocido como Carjack Malone, era un viejo compañero que, como Judas, había traicionado a Snake Plissken mandándolo a la cárcel. Su cambio de nombre está asociado a su nueva identidad. Carjack no existe y sí Hershe, una transexual que lidera en L.A. una pandilla que quiere destruir a Cuervo Jones.

   En la escena de reencuentro para pactar la ayuda, Snake reconoce a Carjack / Hershe –representada por una actriz afro-americana- por su estereotipada voz masculina. Aun así, y para asegurarse de conocerla verdaderamente, le revisa con rapidez, prestancia y algo de morbo la entrepierna donde Carjack acostumbraba a guardar su arma de reserva.

   La relación Plissken / Hershe sintetiza la faceta hereje –gnóstica- por donde se filtra la esperanza de un nuevo vínculo entre dos fuerzas andróginas -una transexual femenina y un macho atípico- en una isla post-apocalíptica. En los aspectos restantes, reina el escepticismo. Snake sentenciará con la misma frase tanto su reencuentro con Hershe como la desconexión final: “mientras más cambian las cosas, más permanecen igual”.

   Plissken devuelve el prototipo. El presidente ordena emitir por cadena televisiva ´la solución final´, es decir, el apagón de los países que están a punto de invadir a los Estados Unidos. Pero el prototipo no funciona, es un artefacto que repite el audio de un ´mapa de las estrellas de Hollywood´. El presidente ordena fusilarlo delante de las cámaras. Las balas traspasan al holograma generado por el aparato que los militares le habían dado al propio Snake para escaparse de L.A. Escondido en las inmediaciones, el verdadero decide desconectarlo todo. Un militar a lo lejos se lamenta: “Presiona ese botón, y 500 años de valioso trabajo habrán terminado. Nuestra tecnología, nuestro estilo de vida, toda nuestra historia. Tendríamos que empezar todo de nuevo.”

   Plissken desestima la frase del funcionario e introduce la clave pretendidamente diabólica -666- desactivando el mundo y salvándole de paso la vida a Utopía atada a una silla eléctrica. Con un fósforo, lo que suponemos que es la mano de Snake enciende un cigarrillo ´American Spirit´ y alguien sopla. En la más absoluta oscuridad, una voz anuncia: ´Bienvenidxs a la raza humana´ [“Welcome to the human race”].

   Imposible saber quién emite –o registra- el anuncio del reseteo de la humanidad en ese inaudito punto cero sin tecnología activa. Sí podemos reconocer que con esa oscura fábula Carpenter nos recuerda una vez más que, desde hace siglos, una de las fuentes críticas más potentes de la ciencia ficción es la vertiente gnóstica.///

* La versión inicial del escrito es de 2010 y pueden descargarla aquí

Queso de lágrimas de artista. Pandemia y biotecnología [19/5/2020]

La tecnología 5G, en el eje de mentidas y desmentidas sobre sus efectos inmediatos, presenta otra cara no menos compleja a largo plazo, favoreciendo el desarrollo exponencial de la bioingeniería, ¿solución universal pospandemia o vehículo ideal hacia un sombrío futuro transhumano?

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Las intervenciones críticas referidas a las consecuencias de la pandemia provocada por la Covid-19 son innumerables. Una parte importante se concentró en las tensiones relacionadas con el poder político y su reajuste. A fines de febrero, el grupo comunista Chuang alertaba sobre la “crisis secular del capitalismo”, refiriéndose a “un desastre ecológico y microbiológico generalizado” que redundaría en ´un estado perpetuo de crisis y atomización´ [“Contagio social: guerra de clases microbiológica en China”, 26/02/2020]. Una de las voces que amplió esa perspectiva fue la de Paul B. Preciado quien, partiendo de la actual redefinición de la biopolítica -las tecnologías del poder operando sobre cuerpos y subjetividades en contexto de pandemia-, apuntó a la radicalización de una ´gestión biotecnológica´ en el marco más amplio de ´nueva gestión semiótico-técnica digital´ centrado en la biovigilancia [“Aprendiendo del virus”, El País, 28/03/2020]. Este análisis, publicado por un medio corporativo, estaba de todos modos pasos atrás de la cruda llaneza del blog ´Contra Toda Nocividad´ que ese mismo día de marzo hacía público su suelto -“El coronavirus como excusa para imponer la virtualización de la vida y el transhumanismo” [28/20/2020] cuyo lema principal -´lxs nuevxs diosxs del mundo [son] lxs biotecnólogxs´- es aquí y ahora el fermento.

Meses antes de la explosión de la Covid-19 en Wuhan (China), se encendieron las alarmas acerca de la peligrosidad de la nueva tecnología de la comunicación e información conocida como 5G, en reemplazo de la actual 4G, denunciando las pésimas consecuencias para la salud y para el ambiente en general. Los dos argumentos principales apuntaban a la proliferación exponencial de satélites rodeando al planeta y a la red de nuevas antenas para garantizar la conectividad que adoptará la frecuencia de las operadoras de televisión.

   Los publicistas de las compañías impulsoras de la tecnología 5G desmintieron las acusaciones o trabajaron para silenciarlas. Argumentaron lo obvio: el daño no podía ser demostrado [Amit Shagra, “Is 5G Technology Really Dangerous?”, 23/10/2019 – Davidson Institute of Science Education dependiente de Weizmann Institute of Science, Rehovot].

   Al día de hoy la discusión se ha convertido en una trampa a la que es mejor evitar para concentrarse en otras aristas referidas a la relación de la nueva tecnología 5G con una situación claramente excepcional. Esta perspectiva implica reconocer que esa tecnología es fundamental en la consolidación de proyectos del futuro próximo -internet de las cosas, hiper-conectividad (ciber-vigilancia), inteligencia artificial, robótica, bioingeniería; comprender que esos proyectos responden a un reajuste de intereses corporativos de amplísimo espectro; y ponerle nombres y anécdotas al asunto.

   Remontémonos al año 1984. En una de las primeras charlas, sino en la primera charla TED [por Tecnología, Entretenimiento y Diseño] de la que se tenga noticias, el gurú digitalista Nicholas Negroponte [1943- ] presenta al mundo de los negocios la pantalla táctil. Este galardón fue para él una llave de oro a la que luego sumó su poder acumulado al comando del Laboratorio de Medios del MIT [Massachusetts Institute of Technology], su capacidad para generar un best-seller como Ser Digital [Being Digital, 1995] y su aventura tercermundista imponiendo la millonaria empresa ´una computadora por niño´ (en Argentina, Conectar Igualdad), entre muchas otras iniciativas, creando así la ilusión de ser un visionario al que es importante prestarle atención.

   Podríamos ilustrar su sagacidad corporativa y su imaginación desbordada, recordando por ejemplo que en Ser digital preveía no solo un futuro repleto de hologramas domésticos         -“En algún momento del próximo milenio, nuestros nietos o bisnietos mirarán un partido de fútbol (si es que aún se llama así), corriendo la mesa ratona  (si es que aún se llama así) y haciendo que jugadores de veinte centímetros desarrollen el partido en el living (si es que aún se llama así)…” [Ser digital, “RV 20/20”, p. 128]- sino que además discutía la conveniencia o no de transmitir información codificada en bits, por medio del aire o de fibra óptica. Las ventajas de esta última –decía en 1995 con una acidez hoy de mal gusto- eran exponenciales en relación al éter, incluso si a éste se le añadían “…sectores del espectro [aéreo] que antes se evitaban, aunque más no fuese porque esas frecuencias pueden dejar fritos a los inocentes pajaritos…” [Ser digital, pág. 32].

   Las especulaciones sobre la conectividad en la aldea digital fueron disolviéndose en el aire y mutando, hasta que veinticinco años después de ese mal chiste, y al tiempo que comenzaba a operar la tecnología 5G en España, durante el mes de junio de 2019, en una entrevista para el diario El País, el gurú sorprende distanciándose del alboroto general. Dice Negroponte: “El 5G no es tan importante como lo están vendiendo. Es solo un cambio incremental sobre el 4G. El hito fue el 3G…”. Para nombrar lo nuevo, lo ´rompedor´, habrá que pensar en la lejana fusión nuclear o con mucha mayor certeza en la revolución de la bioingeniería: “Tendremos humanos genéticamente modificados y corregiremos los errores de la naturaleza.” Los objetivos serán prolongar la vida y la juventud; hacer andar a los discapacitados; “eliminar las enfermedades raras” [El País, 20/06/2019].

   Esta nueva obsesión no era aleatoria ni momentánea. En un video del año 2016, en el canal de YouTube ´El futuro es apasionante´ -gestionado por la empresa Vodafone y por el diario El País-, asistimos a su defensa de la posibilidad de que en poco tiempo la educación surja de la ingesta de píldoras con nanorobots que se trasladarán por el torrente sanguíneo hasta alcanzar los capilares que conectan las neuronas, colocando saberes (idiomas, artistas, ciencias, destrezas), recuerdos, sensaciones, imágenes, incluso sabores, olores. Aseguraba además –un entusiasmado Nicholas- que esas nuevas tecnologías permitirían producir a gran escala alimentos sin necesidad de suelo, agua o animales. “Necesitaremos nada –aire- para obtener vegetales y carne.”

   Pero ¿qué deberíamos entender por biotecnología?

   Entre las probables respuestas la más ajustada a esta historia es la de Christina Agapakis, directora creativa de Gingko Bioworks, e involuntaria discípula de Negroponte. Según cuenta Agapakis en el video promoción ´Hackear bacterias para fabricar cualquier cosa´, disponible en el mismo canal ´El futuro es apasionante´, Gingko Bioworks es una compañía dedicada al diseño de organismos y para eso trabajan a nivel celular replicando el ADN (de lo que sus clientes deseen reproducir) en microbios, bacterias, fermentos, intentando que esos micro-organismos sean capaces de producir cuero, seda, tinturas, pigmentos, etc. El objetivo estético-empresarial que persigue esta compañía fundada por cinco egresados del MIT no es ya ´ser digital´, sino ´ser material´, poder recrear la realidad.

   Esas búsquedas experimentales tienen instancias idílicas, como recuperar el olor de flores extintas, y altamente extrañas como la faceta creativa de la joven Agapakis quien a partir de la información genética de las lágrimas del artista Olafur Eliasson fermentó queso –pero ni siquiera esos malabares ocultan las contraindicaciones de la manipulación genética.

   La bioingeniería opera en conjunto sobre alimentos, medicamentos y pesticidas. En este  sentido, Agapakis recuerda que Gingko Bioworks se asoció con Bayer para generar bacterias capaces de producir nitrógeno en la raíz de las plantas, volviendo obsoleto el fertilizante. Si es posible, la alteración habrá ocurrido gracias a la manipulación genética de la semilla y a la co-presencia de otra multinacional –Monsanto- a la que la afabilísima directora creativa nunca nombra.

   La cuestionada magia biotech- sustenta la agroindustria, modelo de explotación con un prontuario tan frondoso que algunos incluso le achacan ser uno de los vectores de la actual pandemia. En el lejano 1992, Edgardo Lander marcaba ya los peligros de la investigación biotecnológica transnacional en la producción de alimentos y medicamentos, indicando que no existían límites claros “…cuando se trata de manipulación genética destinada a curar enfermedades, o [a responder] a determinadas normas sociales de cómo deberían ser los seres humanos…” [La ciencia y la tecnología como asuntos políticos. Límites de la democracia en la sociedad tecnológica. Editorial Nueva Sociedad, Venezuela].

   La biotecnología es uno de los pilares de ese ideal transhumanista y transgénico que tiende a una fusión más eficiente de organismos vivos con la nueva fuente tecnológica que permite modificar y manipularlo todo. Esto significa que los anhelos transhumanistas aproximan dos mundos: las tecnologías biomoleculares atentas al ADN de las cosas, y las nuevas tecnologías de la comunicación que trafican el ADN de la información, los bits.

   En la trama de la nueva gestión biotecnológica que acabamos de esbozar, la tecnología 5G es un factor funcional tan importante como otros. “La extensión planetaria de Internet, la generalización de tecnologías informáticas móviles, el uso de la inteligencia artificial y de algoritmos en el análisis de big data y el desarrollo de dispositivos globales de vigilancia informática a través de satélite…” [Paul B. Preciado, “Aprendiendo del virus”] conforman el marco de excepción para un evento tan singular y peligroso que rompió las normas, incluyendo las de la experimentación.

   La pandemia puso a los departamentos de biotecnología de las universidades en movimiento con el fin de acelerar testeos o pruebas de diverso tipo y lanzó a las empresas de biotecnología a nivel global a ofrecer medicamentos que habían desarrollado o a especular con la posibilidad de encontrar la vacuna contra el virus.

   Si nos referimos a la vacuna, lo primero que debemos saber acerca de las empresas de biotecnología es que muchas son de gestión mixta público-privada (quebrando la distancia con las universidades a las que entrevera seriamente en cuestiones éticas), algunas cotizan en las bolsas más importantes del mundo y la mayoría realizan pruebas en animales.

    De los ochenta proyectos en marcha para encontrar la vacuna, la mayor parte utiliza la bioingeniería y apenas el 5% aplica el viejo método de inactivación del virus. El dato curioso –que tal vez aplaque el optimismo de Negroponte- es que la versión candidata a funcionar fue desarrollada por Sinovac Biotech, mediante el método antiguo de inactivar para inocular y generar anticuerpos (por ahora en macacos Rhesus).

   Las impresionantes corporaciones biotecnológicas son dueñas por supuesto de los fármacos –y los profármacos-, como el ´Remdesivir´, un antiviral desarrollado por Gilead Sciences, efectivo contra el ébola y que frente a la Covid-19 por momentos parece funcionar; o el ´Alfa 2B´, desarrollado en conjunto por Cuba y China, que equilibra en el organismo la producción de interferones, moléculas relacionadas con las citoquinas que son proteínas encargadas de enviar señales para que las células respondan, reparando tejidos o generando reacciones inmunológicas, y que han ocasionado las letales ´tormentas´, una inflamación exagerada frente al nuevo virus que lleva al colapso.

   Otro de los medicamentos utilizados contra la Covid-19 también había demostrado éxito con enfermedades como el ébola. Se trata de REGN-EB3, un biofármaco desarrollado por Regeneron Pharmaceuticals, compañía que más allá de la eficacia de sus medicamentos, resulta interesante por un galardón obtenido meses antes de la pandemia.

  Según un artículo publicado por un economista a inicios de 2019, a lo largo del 2018, Regeneron había recibido el visto bueno de asesores de la bolsa de valores de New York que recomendaban, a potenciales inversores, comprar esas acciones a bajo precio con la expectativa de multiplicar a futuro lo invertido. ¿Cuál era el potencial? Entre otros aspectos, el articulo indicaba que los asesores sabían que Regeneron desarrollaba ´investigaciones y tratamientos en base a citoquinas´, y esto era por supuesto muy importante [“Regeneron Pharmaceuticals le apuesta a la biotecnología” http://www.hyenukchu.com 26/01/2019].

   ¿Cadena irracional de conexiones? ¿Conclusiones apresuradas? ¿Oscurantismo argumentativo frente a quienes habrán de salvarnos? Todo puede ser, incluso aceptar sin chistar el halo de santidad que la urgencia le dio a las compañías de bioingeniería, más ´rompedoras´ que las de la nueva tecnología 5G. Como intuía el antaño gurú digitalista, lxs nuevxs diosxs, lxs biotecnólogxs, fermentan el actual apocalipsis en sus probetas mutantes.///

{Puede leer el texto publicado originalmente en Revista Colofón aquí}

Postales del infierno. Reseña de ´No somos una banda´ (1991) de Orlando Espósito

No somos una banda´, la primera novela de Orlando Espósito (Banfield, 1946), fue publicada por Editorial Grupo Cero a comienzos de 1991. El oficio de escritor en la vida de Espósito estuvo entrelazado con lo profesional entre impresoras, computadoras y una chacra sureña. Sus apuestas narrativas subsiguientes lo condujeron desde la Argentina post-apocalíptica a la novela negra (´El fantasma verde´, ´Los secuestradores´, ´Dejad a los niños venir´) y a relatos publicados en blogs. Con ´escenas de gran realismo en una pesadilla que no da tregua´ y a partir de un interrogante fatal -´¿cómo reaccionaría cada uno de nosotros, sin otra ley que el instinto y la lucha por la propia subsistencia?´-intentamos quitarle el polvo a este singular destello de la ciencia ficción local.

Ciento veintidós páginas. Veintisiete capítulos. Una contratapa: “´No somos una banda´ es una visión estremecedora de lo que podría haber sucedido en nuestro país; tal vez, de lo que está aún por suceder. ¿A qué extremos de salvajismo y barbarie somos capaces de llegar sometidos a presiones extremas? ¿Cómo reaccionaría cada uno de nosotros, sin otra ley que el instinto y la lucha por la propia subsistencia? ¿Qué es lo que queda de un Estado, cuando la ineficacia y la corrupción de sus dirigentes alcanzan su máxima expresión? Un país sumergido en el caos, habitado por seres en los que la civilización es apenas un recuerdo, se transforma en un mundo distinto que todos hemos temido e imaginado alguna vez. Un mundo en el que todo ha cambiado: la vida, el sexo, el amor…”.

   Y por supuesto la situación económica. La cesación de pago de la deuda de los países del Tercer Mundo han llevado al globo al borde del colapso, menos en Argentina donde el colapso ocurrió. Devastado por la hiperinflación desde hace tres años, el país naufraga sin gobierno, sin ejército y sin ley, y con su territorio reducido a la mitad por las invasiones de Chile, Brasil e Inglaterra. “Después de todo –sugiere el protagonista- era un lejano país del fondo del hemisferio, notorio… por su ingobernabilidad. Bárbaros disimulados bajo una fina capa de esmalte para quienes la democracia y las modernas nociones de Estado eran… un exceso…” [II].

   El ´linchamiento del Congreso´ fue el punto de no retorno de la revuelta: “Retengo una confusa cronología de los hechos que condujeron a la catástrofe: Los primeros saqueos a supermercados, los cortes de luz programados…, las farmacias sin medicamentos, los discursos oficiales teñidos de sorpresa y preocupación. Nadie se dio cuenta de que algo estaba empezando.” Bandas, o mejor, grupos armados se dedicaron a la depredación. “Comenzó la escasez de alimentos. Se quebró la cadena de producción y distribución. Sobrevinieron los despidos en masa. Los obreros tomaron las fábricas pero nada tenían que fabricar.” Desaparecieron la electricidad y el gas, y emergieron la ira, los rostros enrojecidos y los puños blandiendo armas. “Nada quedó a salvo de la ira, y todos los árboles, todos los postes, todos los monumentos, fueron utilizados para colgar a los funcionarios y a los políticos… imposible saber cuántos eran. Algunos más colgados que otros, pero todos colgados… Me estremece el asco y el espanto de aquellos días. El incendio de la Casa Rosada, del banco Hipotecario, de la Catedral…” [V].

  El linchamiento instaló la incertidumbre y el hambre, según su memoria siempre oscilante: “¿Qué fue lo que pasó? Tal vez, algún día, los historiadores y los sociólogos, puedan… elaborar una explicación. Hoy no tengo memoria suficiente para ver, siquiera, el pasado inmediato, y me fatiga pensar en el futuro lejano. Puedo hacer planes para mañana, para pasado mañana, quizá. Es más importante una lata de arvejas… Es más, creo que ya no sabría multiplicar ni dividir. Hasta es probable que no logre recordar las estrofas del Himno Nacional…” [I].

   Pero todavía las recuerda -´Oíd mortales…´, etcétera- y las recordará hasta agotarlas, verso a verso, en el final de cada capítulo impar, como un mantra paradójico que rubrica que las acciones que acabamos de leer sucedieron en una tierra que ya no es aquella que solía llamarse Argentina.  

   Los capítulos pares son para Rita y sus dos hijos, Andrés y Federico, quienes emigraron a Francia en un avión como refugiados cuando todavía era posible abandonar el país. Su perspectiva de exiliada contrapone la salida –“Cuando el avión sobrevoló los suburbios vio las columnas de humo y las llamas color amarillo y ocre que brotaban…, las autopistas cubiertas de automóviles amontonados, inmóviles para siempre, muchedumbres reducidas al tamaño de hormigas marchando…” [II]- con el arribo al campo de refugiados en suelo europeo: “La escalerilla daba a una zona demarcada por un vallado tras el cual montaban guardia los soldados… Grandes lámparas de mercurio encandilaban a los recién llegados. Uno tras otro debían ingresar en una casilla donde eran sopleteados con un polvo blanco que olía a DDT. Luego, entraban en el hangar donde cumplían la cuarentena. Un hombre protegido con un barbijo y guantes quirúrgicos les entregaba una ficha que debían completar con datos personales” [IV]. Detrás del olor a desinfectante quedaban la identidad y la pertenencia a un país que había perdido la confianza, la solidaridad y la idea de comunidad, sumido en el ´sálvese quien pueda´.

    Rita sufría con sus hijos trabajando en Francia como sirvienta y pensando cada día en la posibilidad de volver y de reencontrarse con su marido, el narrador de los capítulos impares quien desde la desolada Buenos Aires creía que su familia estaba en Brasil o en España.

   La falta de comunicación era total. La solución estaba muy lejos o en manos ajenas: “…las Naciones Unidas habían logrado establecer una zona de seguridad en el aeropuerto de Ezeiza… Los primeros contingentes de cascos azules fueron desbordados por la multitud y las toneladas de víveres, los kilómetros de vendas y los tambores de desinfectante no alcanzaron para frenar la marea humana… Los soldados… tuvieron que disparar para salvaguardar sus propias vidas.” [XV] Rita seguía el curso aproximado de las acciones por los noticieros. Los videos eran filmados por periodistas “…desde gran altura porque la gente les disparaba como si fueran enemigos.” [VIII] Se veían escenas de carnicería vacuna y también humana -si lo ameritaba la presa en disputa.

   Escapar a ese caos era entrar en ´zonas de cuarentena´, ´áreas sanitarias´, ´campos de embarque´ o irse directamente de la ex capital.

   En una escaramuza, el narrador se suma a un grupo cuyo líder, Jorge, era un viejo conocido. Esta comunidad excepcional resistía en un edificio del centro porteño y junto a ellos el protagonista consolida la posibilidad de planificar la huida hacia Uruguay o hacia las provincias. “La mayoría huyó hacia el campo pensando que allí obtendrían más fácil lo necesario para vivir…” [IX]. En la ciudad todo era desconfianza y escasez. De combustible, de leña, de carne fresca (de perros), de fósforos secos. El dinero no servía. Lo más preciado del día tal vez hubiera que robárselo a un muerto.

   El grupo comandado por Jorge había aprendido a cultivar con tachos abiertos por la mitad, a cocinarse y a calentarse con ceniza empapada en kerosén y a aprovechar los sacudones del deseo para intimar bajo condiciones adversas. “Era una mujer distinta de las que yo recordaba –nos cuenta luego de las primeras noches. Era la mujer de los años de la adversidad. Desgreñada, el pelo cortado toscamente… Estuvimos muchas horas tras de la cortina… De los dos brotaba un olor rancio, agrio. Era el olor de nuestras pieles sin jabón ni desodorante, olor humano.” [IX]

   En el mundo exterior, mientras tanto, el asesinato estaba a la orden del día. Era el salvoconducto para sobrevivir. “Desde que se generalizó la revuelta, la gente no soportaba ser comandada por nadie y los líderes terminaban con una bala en la espalda.” [IX] Todos eran enemigos, aunque no tan enemigos si tenían una bendita bala incrustada porque, aunque parezca imposible, un día todo cambió y para peor.

   Aparecieron los primeros muertos ´sin marca de violencia´. “Comprendimos que era la peste que mencionaba la radio. Adoptamos estrictas medidas sanitarias. Colocamos… acaroína en la puerta de entrada. Debíamos hundir las suelas en el líquido desinfectante antes de ingresar… Abandonamos el despojo de cadáveres y hervíamos el agua aunque fuera de lluvia.” [XIII]

   La consigna fue a partir de allí impostergable: “Tenemos que salir de la ciudad…”.  El grupo se preparó entonces para migrar, unos hacia Uruguay, otros hacia Mendoza donde hablaban de un gobierno provisional. Camino al delta se encuentran con otros mundos, “…una aldea de pescadores formada por antiguos vecinos de Vicente López”, pero los guardias los hacen retroceder del ensueño y antes de abandonarlos les enrostran cómo obtenían los alimentos. “El río estaba limpio, se había acabado la mugre”. A escasos kilómetros de la metrópolis pestilente, el pequeño poblado mantenía una vida apacible: “…huertas llenas de almácigos, plantas de tomate y ají, árboles frutales y limoneros… Un par de botes realizaban maniobras de pesca… El río tenía vida, los peces habían sobrevivido al tanino, a las cloacas, al plástico y al petróleo.” [XXIII]

   Aun cuando en los capítulos finales la novela apele a la esperanza colectiva, en conjunto deja el sabor rancio de aquel cóctel explosivo que fue la transición de los experimentos alfonsinistas a los delirios menemistas y que podría resumirse con este amargo recuerdo de Rita: “…somos peores que pordioseros. Nos engañaron. Nos dijeron que el nuestro era el mejor país del mundo, que comíamos más carne que nadie, que éramos los que teníamos mejores profesionales y técnicos.” [VIII] Esa Argentina fragmentada en bandas y bajo un nuevo orden económico era el chisporroteo de una fallida nacionalidad: “Una vez quebrada la delgada protección de la sociedad organizada, no hay peor enemigo para nosotros que nuestros congéneres.” [XXIII]

   La novela de Espósito permanece todavía hoy como un secreto más citado que leído. En 2006 Fernando Reati la incluyó en Postales del porvenir -un análisis de la ´literatura de anticipación´ en Argentina entre 1985-1999- volumen que abordaba otras doce obras: Manual de historia (1985) de Marco Denevi; La Reina del Plata (1988) de Abel Posse; Una sombra ya pronto serás (1990) de Osvaldo Soriano; Las repúblicas (1991) de Angélica Gorodischer; El aire (1992) de Sergio Chefjec; La ciudad ausente (1992) de Ricardo Piglia; Los misterios de Rosario (1994) de César Aira; La muerte como efecto secundario (1997) de Ana María Shua; El oído absoluto (1989/1997) de Marcelo Cohen; Cruz diablo (1997) de Eduardo Blaustein; Planet (1998) de Sergio Bizzio; 2058, en la Corte de Eutopía (1999) de Pablo Urbanyi.

   Todos estos artefactos narrativos ofrecen en su conjunto un muestreo suficientemente amplio de la fuerza no siempre reconocida de la ciencia ficción local –Reati insiste con ´ficción anticipatoria´- para indagar en las transformaciones sociales y culturales que se expandieron como reguero de pólvora al filo del nuevo milenio.

   Novelas como ´No somos una banda´ advierten con lucidez la futura pesadilla en los rescoldos de los años ochenta atizados por los primeros coqueteos del menemismo. Alejado de los grandes imperios tecnológicos, lo que determina la explosión del país austral es un factor poco menos que metafísico: una inédita variable financiera justifica la catástrofe narrativa.

   Un cierto llorisqueo nacionalista por la pérdida de valores y por la disolución de una comunidad supuestamente unida, sugiere la tapa del libro con una lágrima que cae desde un ojo color bandera. Menos sensiblero es el devenir de los personajes y de la propia novela que por sobre todo parecen apuntar a la enjundia de la frase de cabecera que Espósito tomó de los ´Proverbios del infierno´ de William Blake y que engarza justo con este cierre: “Aquel que desea y no actúa, engendra la peste” [´He who desires but acts not, breeds pestilence´].///

{Este texto fue publicado, en una versión por momentos diferente, por Revista Colofón como Postales del infierno}

Más allá de la escuela… ¿y más acá de la industria?

Apuntes surgidos de la lectura del volumen ´Más allá de la escuela. Historias de aprendizaje libre´, compilado por Constanza Monié y Cesilia Roja; Buenos Aires, Orejas de Burro Ediciones, 2018, 198 págs. Quien desee acceder a una reseña, puede encontrarla en la página de Pansophia Project: “Más allá de la escuela. Aprender en libertad, (¿en la escuela?)” [07/09/2018] de Delfina Campetella.

1.-

El 13 de agosto de 2012 podría ser considerado el día de la visibilización de la educación alternativa en Argentina y en América Latina, al haber sido lanzada al ruedo, y en Youtube.com, la película ´La Educación Prohibida´, dirigida por Germán Doin Campos.
´La Educación Prohibida´ fue un éxito. Producida en base a una financiación colectiva con más de setecientos co-productores, logró en poco tiempo millones de reproducciones en distintas plataformas virtuales y en escenarios de la realidad de átomos, remarcando el constante pésimo momento de la educación tradicional y apuntando a la sobrevida de las impostergables ensoñaciones acerca de la posibilidad de educar sin instituciones formales.
La novedad de la película no fue tanto temática –solo en Argentina las experiencias alternativas se remontan por lo menos a mediados del siglo XX- como estratégica, con su decir con ciertos toques pero sin excesivas estridencias que, de otra forma, la hubieran conducido al más furibundo discurso anti-capitalista.
Tal vez sea un dato conocido que uno de los nombres principales referido a la crítica a la educación en las escuelas como modo de adiestramiento y de disciplinamiento para adaptarse al ´sistema´, es el del intelectual austríaco Ivan Illich [1926-2002], pensador acérrimo contra la sociedad industrial y sus instituciones.
En su versión actual, las pedagogías alternativas enfrentan un dilema. Promulgan en general la necesidad de una vuelta de les niñes a la naturaleza para que aprendan en libertad, y sostienen su poder de convencimiento y de difusión en los dudosos pilares de las nuevas tecnologías y, en muchos casos, de los medios tradicionales de comunicación.
Vivimos en este mundo como si nunca Marshall McLuhan hubiera dicho ´el medio es el mensaje´. Recordemos un fragmento de esa incidencia. Las investigaciones para refutar ´el medio es el mensaje´, contra sus propias expectativas acabaron señalando “…una erosión subliminal masiva de nuestra cultura a través del adoctrinamiento del hemisferio derecho por la televisión. En un sentido más amplio, todos los medios electrónicos -como una nueva configuración o fondo- dan importancia sólo al hemisferio derecho… El actual exceso de dislexia y otras dificultades de aprendizaje… puede ser resultado directo de la televisión y otros medios electrónicos…” [M. McLuhan – B. R. Powers. La aldea global].
Tachen televisión. Pongan internet.
¿Es posible –o probable- que la desescolarización derive en desinstitucionalización, es decir, en una transformación profunda, si la comunica una plataforma virtual corporativa?

2.-

´La Educación Prohibida´ produjo rápidamente su propia leyenda negra. Por el lado menos corrosivo, es necesario señalar y recordar el basamento teosófico –desde mi punto de vista, una engañifa- que surge de la alianza productiva, incluso antes de la existencia del proyecto, entre el director Doin Campos y el auto-denominado niño índigo, Matías De Stéfano, un gurú que sugiere haber adquirido conocimientos en espacios distintos al de este planeta y que, entre tantas otras cosas, fue co-productor del documental.
Por el otro lado, algo más complejo, la figura problemática es la del joven hacker Franco Iacomella, ideólogo tanto de la redituable financiación colectiva, como del posterior éxito virtual de ´La Educación Prohibida´ y co-fundador durante la primera parte del año 2013 de ´Reevo´, la amplísima red dedicada al mapeo y a la difusión de experiencias alternativas en el campo de la educación.
Iacomella es un verdadero enigma y sin dudas un alerta sobre el poder manipulador de ciertos sujetos es espacios ideológicos disidentes, disruptivos, anti-capitalistas. En pocos años pasó de ser un supuesto investigador de FLACSO, colaborador de GNU / Linux, asesor de ´Conectar Igualdad´, artífice del exitoso documental… a traidor de sus compañeros en la construcción de un movimiento pretendidamente revolucionario por el impulso de las redes de pares (redes P2P).
A partir agosto / septiembre de 2013, una vez conocida su impostura, Iacomella comienza a ser desactivado de los lugares que frecuentaba e incluso –para citar un ejemplo que dé cuenta de su amplitud- deja de ser informante en temas de nuevas tecnologías del periodista Esteban Magnani, por aquel entonces en Página/12.
Si apeláramos a una ucronía, el propio Franco podría haber firmado junto a Germán Doin Campos el artículo “Desescolarización: una alternativa ancestral que irrumpe en la multidiversidad moderna”, recogido en el reciente volumen ´Más allá de la escuela´, en lugar –tal y como sucede- del firmante Simón Martínez, coordinador activo de Reevo.
Esa ausencia –si se me permite la inferencia- es la evidencia de que algo no salió bien.
Existe escasa información concreta y ningún mea culpa por parte del amplio entorno de acción del joven hacker, que supo de lo sucedido y que siempre prefirió el silencio. El affaire en el que estuvo envuelto Yaco, y que subraya las dificultades del camino anti-sistema, podría funcionar como el puntal para la autocrítica, pero recae en el ocultamiento.
Que el libro compilado por Constanza Monié y Cesilia Roja es de (eventual) tinte anti-capitalista lo rubrica el artículo final, “La lucha por la libertad de aprender”, escrito por Gustavo Esteva, un “intelectual público desprofesionalizado”, uno de los fundadores de la Universidad de la Tierra en Oaxaca, México, y continuador del pensamiento de Ivan Illich quien –como asegura el propio Esteva- escribió “…el epílogo del modo industrial de producción [sentando] las bases de la reconstrucción convivial, para dejar atrás aquel tipo de sociedad”.
En apariencia ese sería el mensaje del libro orquestado por Monié y Roja, y lo que es más importante el mensaje de la educación alternativa en sus infinitas variantes: no queremos ser más esta sociedad / humanidad.
Pero el medio es el mensaje.
Así como ´La Educación Prohibida´ fue financiada colectivamente hasta alcanzar el 108% del total requerido, ´Más allá de la escuela´ usó la plataforma Idea.me -con un método pavloviano de recompensa- y obtuvo el 107% del total a inicios de junio de 2018 (información disponible en el sitio web). Según indica a su vez el libro físico, se imprimieron inmediatamente 400 ejemplares en ´La imprenta ya´, una de las imprentas más populares de los libros de bajo costo, con formato, papel y visual estándares, y se inscribió el volumen en la Cámara del libro mediante de la obtención de un ISBN –para su comercialización en los circuitos oficiales-, con el bálsamo de ser regida la compilación por la licencia de tendencia colaborativa Reconocimiento-Compartir Igual de Creative Commons. En definitiva, educación y aprendizajes libres, retorno a lo natural, creación pretendidamente comunitaria, pero –para indicar un único aspecto- la tecnología de impresión del volumen se recuesta en la industria más tradicional de papel (blanqueado con cloro), tapa plastificada y con tintas variadas, código de barras corporativo, etc.
Acaso ese ´medio´ material físico -el libro- hubiera sido ´el mensaje´ si se hubiera tratado de un objeto (que tendiera a lo) artesanal, con papel reciclado, con niñes interviniéndolo, con un sistema de distribución autogestivo, con todo aquello que les adultes nos dicen que desean para sus crianzas pero que no pueden todavía ponerlo en práctica ni aquí, ni ahora.//

Referencia de quién escribe aquí

Historia del joven hacker aquí

Odio lúcido. Diario de un nóia

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´Estou apenas, e não sou guiado por nada.´ –  Edson di Carvalho. Nossos mortos [2013]

-18 al 19 de julio de 2013 [9pm – 4am]-
Conocí a João, un domingo. Esa noche estaba además Henrique, joven, morrudo y con su peculiar modo de hacer amigos vendiendo erva, maconha o lo que pidieras.
Días después, a media tarde, a la entrada de la cámara de los vereadores, los ediles, me reencuentro con João. Habló largo -dinero, policía, corrupción. Hablaba y señalaba arriba, reconcentrado.
Jueves 18. Fui por fin a su casa. La milagrosa hospitalidad de un crackeiro.
Me cuenta la historia de la mujer con la que tuvo un hijo. Se siente abandonado. Me cuenta también que fue despedido hace tiempo de un trabajo, por negro. El prejuicio hacia él. De pronto estamos discutiendo sobre los jornalistas asesinados en Brasil. Mezclamos a cada rato. El prejuicio hacia mí y la cobranza por mi incapacidad. Me pierdo, pero no por la maconha, como insiste, sino porque me quedo pensando en qué dice y si tiene coherencia. Entiendo igualmente gran parte, le digo.
Me llama ´Espectro´, alguien que solo vive como reflejo. Ríe sostenido, y repite, ´espectro´. Él es el Anónimo. Su apodo podría también ser el nombre de pila legal que creo conocer por error y sobre el que nunca indagué. João, el Anónimo.
Los moradores de rúa. La vida en la calle. Los centros de día –o de acolhida- para comer y bañarse, o la inmensidad del espacio a la noche cuando deambulan ciegos, el albergue municipal, o las rondas de busca y rebusca por la avenida Andaló.
João odia al sistema de salud que sólo le da dinero y estatus al médico –dice- cualquiera sea su función, mientras los moradores ficam na sua, repite, aunque ya no se enoja.
Vivir de pie, entre la violencia. Odio lúcido. El crackeiro ve la estratificación que premia: dinero, carro, bunda gostosa. Apartheid es esta sociedad brasileña. Su cúspide, dice João, es nada. Por eso hay tantos depresivos arriba que deprimen a los de abajo.
Número de crackeiros en Rio Preto. Muchos. Y de moradores de rúa. Unos mil.
Molequinho crackeiro, pibito viciado. De su boca sabe João de por lo menos tres robos a mujeres: uma namorada novinha y otras dos mayores que lo convidan con crack para cebarlo y a las que después les cae a robar. Unos dieciséis años, el moleque y de familia de policía. Sus tíos, ricos. En la casa de la novia era la atracción. Le hacían sacar la camisa para mostrar el tanquinho, dice João, el pecho a las damas que rodeaban una piscina. Y a la chica le afanaba guita cuando estaba durmiendo, post-coito, remata con el mismo pudor que lo lleva a esconderse para encender la piedra.
Muchas veces a oscuras, él fuma, yo fumo, afuera el centro de Rio Preto.
Al pendejo crackeiro que paseaban en cuero por la casa para que los invitados e invitadas lo vieran y se babearan, se culeaba a la pendeja, su novia, y se la montaba a la madre también, y a las dos les robaba. Le pregunto si no se clavaba al padre que escucharía mal que mal y de rebote las biabas.
No le gusta nada mi pregunta. Se ofende. Hay una tercera cuestión. Me la reservo. Algunos crackeiros ven en esa acción que queda a medio decir una venganza. Otros buscan para dársela por aprovechador y por provocar mala fama. La venganza, la delación, la agresión son más bien chicanas para hundir a algún equis. Es una historia de la que me gustaría saber más, pero hay prioridades.
Primera salida. Regla fundamental. No somos responsables de lo que hace el otro, aunque sea una mierda.
Avenida Bady Bassit. Noche. Caemos a uno de los buracos para dormir donde está un amigo de João con una facada (que no vi) en la cabeza. Sí vi una sigla –SF- que el corte de pelo dibujaba al costado. Según ese amigo significa ´security force´. Insiste con la sigla y con la de los EE.UU. Con su conversa ronca, el nóia de la sigla en la cabeza, al que más adelante conoceré como el Frankie, habla de matar.
Me dice el ´Cara Pálida´. El Anónimo asiente. Está convencido de que necesito ser adiestrado, saber mirar en los recovecos que forman la calle y la noche, apenas interrumpida por el naranja enfermo de los faroles. Otros moradores, en un futuro, me hablarán del ascetismo y del conocimiento de sí que es vivir en la calle.
La primera salida nocturna deja a João cansado y agresivo. Al día siguiente me dirá que la familia le enseñó a ser educado. No podía decirme que me fuera.
En la vuelta de todas formas me cuenta su antiguo deseo de estudiar policía, casi un secreto. Aplicó para la PM [Polícia Militar] y falló en un test psicológico. Antes me había dicho que a los 18 había estudiado inglés y otros idiomas. Pensaba formarse para salir de la nóia. Es un fracaso, así lo dice, que le duele.
Paranoia y enigma. Me dice João que si lo pienso bien, así como los EE.UU. infiltran guerrillas, al ser yo puesto acá en Brasil meses antes de que comiencen las revueltas en las que nos conocimos… ´Ou você acredita no acaso?´ Diversos caminos vacíos para un lugar común. Soledad, descrédito, falta de conexiones o conexiones equivocadas.
Me pregunta cómo llegué a Brasil. Le digo ´oea´. Sonríe por lo bajo interminables segundos. Después es carcajada y silencio. La sala vacía, la ventana a la calle por la que entra la única luz de la casa en ese momento y también el fresco.
Muchas veces me lo aclaró. No me da ninguna historia. Habla. Retengo. Pongo lo mío.

-19 al 20 de julio de 2013 [2pm – 1am]-
Me ligó a las 11am. Hablamos a las 2.30pm. Ahora parece que me va a ayudar a escribir y que me va a sugerir ideas. A la noche no porque está la señora de al lado a la que le molesta el ruido. El asunto era nomás que quería consumir.
Es de las pocas veces que lo veo con crack. Al llegar me dijo que esperara, que estaba en el baño. Fumó a escondidas en la pieza. Más tarde preparó un poco mientras yo comía lasaña que había llevado. Estaba loco y tranquilo.
Pusimos una lamparita en la sala principal sin luz. A la casa se entra por ahí. Hay tres sofás desvencijados todos ocupados con revistas apiladas -para disfrazar.
João fuma por la mágua, por estar maguado. Cuando se siente solo y rechazado, piensa ´vai se fuder, vou fumar todo´. Ayer me contó más del hijo al que no ve.
João nació en Sampa y vivió hasta 2008 o 2009 antes de mudarse a Rio Preto. En 1996 o 1997 comenzó con el crack, previo paso por la cocaína. En aquella época, compraba en una boca conocida por la pureza como ´cem por cento´ (digamos, la bolsita de polvo puro a R$ 10).
Una mujer en Sampa y otra menina local a la que conoció a unas cuadras, por la rúa Marino. Crackeira que lo usó, según él, para consumir sin pagar. Después se fue con los nóias de la plaza de al lado de la biblioteca –lo que ahora es a praça de graça-, la antigua cracolandia de Rio Preto.
Hoy recién vi en la heladera un papelito con fecha del 19 de septiembre de 2012. Tiene dos frases, una escrita por él, otra por la menina gostosa. Frase do João: ´Não é saudável ajustar-se a uma sociedade que está doente.´ Frase da menina: ´As pessoas gostam de você proporcionalmente ao que parecem…´ (Em esta frase -me diz- falha a concordância).
Segunda salida nocturna y de ronda.
Le presté um diezão para la dosis. Bajamos por una calle perpendicular a la del centro y llegamos a la avenida Andaló. En la esquina esa no había piedra. Subimos hasta el puente que cruza y que une Independencia con la avenida Potirendaba. Le conté que conocía ese posto de gasolina. Pasé por ahí, semanas atrás, arriba de la catraca São Francisco.
La ciudad está vacía, sórdida.
La plaza a la que estamos yendo a comprar queda tres o cuatro cuadras para adentro de la Potirendaba. La referencia, en una zona siempre en penumbras, es la escuela. El recorrido total es de cincuenta cuadras. Caminamos. Dentro del barrio nos mantenemos yirando. Los dealers corren de un lado al otro. Mi presencia los hace desconfiar. No ser del barrio es un problema. Ser gringo es un problema inaudito.
Aparece un señor de unos cincuenta años que se queja. Cómo puede ser –creí entender Cecilio de nombre- trabajar toda la semana para llegar al viernes y tener que andar corriendo moleques -pendejos- que se escapan y que no quieren dar el bagulho, a pedra. Ciertamente son esquivos. Cecilio es albañil, pedreiro, trabaja con lajas y, según dice, lo hace para un empresario rico y dentro de un condominio importante.
Los punteros tienen un intrincado sistema de control. Algunos rajan mientras los vigías pasan la información, cuadra a cuadra, vía celular de los movimientos de los visitantes. (Las chicas que venden dosis son magníficas a la vista.) João se enoja y me reta porque hablo muy alto. Siempre cree que hablo alto y que doy información. Puede que tenga razón.
Si me mando la cagada, él no me defiende, ni se arriesga. Lo sabemos. Pero si la cosa se pone pesada porque sí, ahí se ve. La segunda salida fueron dos horas de caminata. Abandonamos una zona de calles con nombres portugueses -Lisboa, Estoril- con canchas y con casitas ordenadas que conviven con la droga fuerte. Por la zona vi también una creche –un jardín. A la ocupación de la cámara de vereadores fue varias veces una trabajadora social; tal vez trabaje ahí. No es tan lejos del centro.
Volvimos más rápido. João dice cosas que quería decirme ayer, me habla de la encuesta artesanal que hizo sobre la ocupación de la cámara. Muchos estaban en contra. La idea de representación que tiene el brasilero es no de igual a igual sino de idealización, dice. No explica más aunque muchas veces no hace falta. ´Se es ser humano hasta ser político´, había dicho João en los días de la ocupación. João como DaMatta ve que el punto, en esta sociedad, es poner el pie sobre el otro: ¿sabe usted con quién está hablando?
La idea de subordinación lo vuelve loco. Es la misma que usa al agredirme, al tratarme de estúpido y de sin memoria. En algún momento sabré que quería ponerme de testigo inventado en un juicio que el propio João le seguía a un supermercado por echarle encima los guardias de seguridad bajo sospecha de ser él un carterista.
El crack es peripatético. Da mucha energía, se anda y se anda. Produce infinitos pensamientos, y paranoia, según me cuenta y lo advierto. Al final, en la vuelta, João se asustó de una barca de poli y se adelantó. En la puerta de su casa nos separamos. Estaba apurado por entrar a fumar. La piedra le dura poco. Lento es el ritual que, hoy vi, tiene muchos pasos. Después sale a caminar solo por horas.
A nóia.
Um nóia.
Nego maluco.

-20 de julio de 2013 [4pm – 6pm]-
Como anoche le había prestado dez contas pra o rolé, a eso de las 4pm me convidó a comer. Le había prometido ir a la feria de verduras para ver cómo trabajaba. Engripado, me levanté tarde. Por la fumata, él también. Cuando llegó a su puesto, estaba ocupado por otro. Pasó por algunos restaurantes, consiguió marmitex y me invitó. En alguna caminata, algo vio. Remarcó que tal vez la policía estuviera persiguiéndolo. Con el paso de los días se ha mostrado más paranoico. Quiere contarme menos. Fui claro desde el comienzo. Le dije que no quería decepcionarlo.
Intenté por dos veces que me dijera cómo sucedió, en la ocupación, lo del menininho crackeiro, entre el viernes y el sábado pasados. Ya me había dicho alguna cosa sobre la actuación de Marilia que no lo había cuidado bien al pibito, etc. Pero no conozco la historia base y él -me dice enojado- se cansa de repetir. El problema no es repetir sino completar historias que empieza y que deja.
João me cuenta su idea de ir a ver a un vereador para pasarle info. Dije que no. Luego me dirá que reflexionó sobre eso. Estaba mal.
En una tevé pequeña colgada de un rincón miramos un partido de un descendido Palmeiras, equipo al que seguía cuando vivía en São Paulo. Me explica (ese es su tono) que no hay que idealizar a los moradores de rúa. Todos en la escala social son bandidos: cada cual busca aprovecharse del otro y cagarlo. Por eso, aunque en el fondo la acción contra el menino de la ocupación haya sido ruim, el error era querer protegerlo.
Entre los moradores de rúa hay asesinos, violentos, locos, crackeiros, personas que eligen esa vida y todos quieren sobrevivir. En medio de esa explicación, vuelve a la historia de cuando lo echaron de la fábrica -o empresa- en la que trabajaba. Ahí perdió todo. Lo rajaron por negro. Esa es su mayor mágua. Está revoltado frente a la injusticia.
La nóia.
Quiere volver a ocupar un lugar social: trabajador con dinero y familia. Le digo que me parece que la sociedad brasilera funciona así y que, en todo caso, podría desear otra cosa. Pero no me escucha cuando le hablo de contradicciones.
Es Testigo de Jehová -a primera vista no parece un dedicado practicante. Iba a una iglesia del barrio. Dejó de ir. Lo habrán discriminado por fumón.
Maconha / crack. A la primera la odia y, además, la relaciona conmigo. Dice que me olvido por usarla. Defiende al crack. Da más lucidez.
Le pedí que me acompañara al barrio Santo Antonio, buraco de los buracos en Rio Preto, pero ahí no tiene entrada. Está peleado con algún foda y lo creen de la policía. Uno prometió matarlo. Me dijo que fuera con el gordito de la toma -Henrique.
Esa misma tarde del partido de Palmeiras, hablamos del rap de los ochenta en Sampa. El inicio en las catacumbas paulistas de lo que hoy virou chic. Me contó también de su adicción a navegar y a hacer amigos virtuales. Por una hora rondamos la computadora.
Antes de despedirnos, me dijo que más tarde, cerca del albergue –Bady Bassit e Independencia- podía ver los cachorros quentes, las saladas de fruta y los refrescos, todo eso que les dan a los pobres moradores rejuntados, a la espera.
Fui y me quedé en la esquina del Banco do Brasil.
Los del dormidero cercano al banco, los del otro dormidero cerca de Vila Dioniso (un bar), más los del albergue, cuento unos 20 moradores de rúa. Como mucho, Rio Preto debe tener unos 100, pero está el mito de los miles.
Los negocios cierran a las 6pm. Antes de las 8pm, sus techos o sus aleritos de ingreso, se pueblan de futuros durmientes. Muchos dejan los trapos disimulados entre los arbustos. Otros nunca duermen y hacen base y deambulan.
Estoy en una pilastra del banco. La espera termina. Llegan tres autos de alta gama. Los baúles largan viandas (comida, bebida, postre). Suelen también repartir ropas. Blancos de clase acomodada que pertenecen a iglesias evangélicas. Esa dádiva es su militancia.
João me había tirado el dato de la repartija para ver qué hago.
Volví a encontrarme al Frankie y esta vez me apodó Renato Ruso.
Al acercarme al grupo que recibía los lanches, esas limosnas, me ofrecieron uno. Dije no. La invitación era ya alimento. Estaba satisfecho.

-03 de agosto de 2013 [6am – 9pm]-
Este sábado nos vimos. Pasé por la casa a visitarlo y salimos a dar una vuelta. Desde la última entrada que registré en el diario, hubo encuentros más breves.
Un viernes -después del fin de la ocupación y de una semana complicado por la garganta- fui a la casa. Hacía frío. Lo acompañé hasta una iglesia pasando la Andaló, cerca de la plaza de la Higuera donde suele parar el Hippie y donde escuché de boca de Zé la historia de la expulsión de los negros de un barrio décadas atrás, hoy residencial, el Boa Vista.
João quería mostrarme otras maneras de cómo la clase alta alienta a la caridad. En la ida y la vuelta de la iglesia –salón de recepción, mesas con manteles, platos finos y hasta banderines de cumpleaños para los veinte o treinta necesarios famélicos- el Anónimo repasó mis acciones en las salidas previas, mi falta de experiencia, mi poca viveza.
Me fui rápido. Dejamos por la mitad la charla sobre Rio Preto. El Anónimo cree que algo del pasado caipira y de las fazendas que hay desparramadas por toda la zona llevaron a una relación rústica entre las personas. Si sumamos a esto el dinero, es explosivo. Lo compara con la apertura de las personas de Sampa, a la que extraña.
Eso fue un viernes.
El sábado 03 deambulamos y llegamos al centro, a la zona de la iglesia principal, la catedral. Atardece. En un buteco, barcito de la esquina está el Hippie escuchando Marley en una rockola, borracho de cerveza y pinga, y fumado. Baila.
Cruzamos de ahí a la plaza.
Aparece la gente de la rúa, todos se conocen entre sí. Éramos el Hippie, el Anónimo, el Frankie, el chico de bermudas azules y otros dos. Mala onda. Unos colombianos andaban merodeando –no entendí si en la calle o en la plaza. Agitados por el asunto ´gringo´ pasaron a hablar de Argentina, de cómo es, de cómo se habla, según había desparramado el Hippie que había vivido en Uruguay, casado con una local, y viajado por Argentina.
Esto, por momentos.
El Frankie -el que tenía ´SF´ dibujado en la cabeza- contaba que le habían pegado y que quería comprar un arma para matar. Lo decía así: quiero matar, como se desea un caramelo. Parece inofensivo. Habló del accidente en una moto –mostró la cicatriz en la pierna- y de cómo pasó sus días en el hospital cumpliendo años. Mezclaba. Insistía con que le habían dicho nazi porque estaba rapado a los costados. La vestimenta es importante. Según el Frankie, se viste mejor ahora, que está en la calle, que antes. Al de bermudas azules lo llaman ´mendigo-boy´, es decir, ´mendigo playboy´, usa las mejores ropas posibles y le gusta hacerlo.
Hablaron del Comando Vermelho y de otra organización criminosa. Son el verdadero Estado, las únicas organizaciones que hacen sentido y a las que deberían responder. El código de Comando Vermelho son la ´c´ y la ´v´ formadas con los dedos índice y pulgar de una mano, índice y medio de la otra. Es un tema que pone serios a todos.
Salimos de la plaza ya de noche. El Hippie –escabio y pesado- me pidió una mochila porque no tenía dónde poner las artesanías que vendía. Bajamos desde la plaza hasta la avenida Bady Bassit e Independencia. Como era sábado había mucha gente –llegué a contar más de 25. Nos quedamos dos horas hablando.
Ahora, desde adentro. Estoy sentado, y miro la caravana de autos y de motos de alta cilindrada custodiada por la policía que pasea. Bocinazos. Aceleradas. Faquius a los moradores. Tema de ronda. El desprecio les duele más que la falta de hogar.
Pararon luego algunos autos con pocas cosas. Bajó un señor gordo que parecía de una iglesia, aunque no sé. El Anónimo habló del dinero que se pone tres veces, en los impuestos, en el pago a los trabajadores (médicos, asistentes), en la dádiva.
Universal justificación del presupuesto: el personal estatal aburrido se violenta contra los moradores de rúa porque sí.
Anónimo remarca siempre dónde comienza la violencia, quién la genera, cómo se la ve desde el otro lado, que es su lado. Una cosa es hablar desde la cámara de vereadores, otra es estar a la intemperie. Durante la janta de ese sábado, en una camioneta negra, pasa uno de los operadores que semanas atrás estuvo en la ocupación -donde conocí al Anónimo. Espías, vigilantes, informantes. En Rio Preto casi nada permanece fuera de control.
Días más tarde, escribo rápido, hoy es 07, le llevé al Hippie, a la plaza de la Higuera, una mochila. Una forma de pago por lo que implica hablar con él. Me cuenta historias y no soy sincero si no aporto. No le importa que yo tome nota. Me promete que me va a devolver la guita de la mochila con artesanías. Hablamos del albergue. Reconoció la mala vibra del lugar y la policía municipal que hincha las pelotas. Por una cosa, por otra, el Hippie anda high cada día. Fui cerca de las 6pm y se iba para la Bady Bassit a comer.
A las cobras hay que matarlas desde pequeñas, no dejarlas crecer –eso repetía João. Era su lema. El Frankie firmaría. El Hippie sonriente diría también que sí y pediría otro trago de erva, de maconha, de pinga, de cachaça, de cerveza o de crack, qué importa.
Sólo importa la nóia.
La nóia es la lucidez que odia.

Rio Preto, 18 julio al 07 de agosto de 2013//

Publicado originalmente en Revista Colofón

*Dibujo: Lucas Iranzi

Mambo y revolución (a partir de Kaczynski)

MAMBO Y REVOLUCIÓN

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En La sociedad industrial y su futuro [1995], manifiesto que le dio a Kaczynski la fama que lo llevó a la cárcel, el intelectual-terrorista asegura que ´la baja autoestima, las tendencias depresivas y el derrotismo´, arduos problemas en nuestra sociedad, son particularmente notables en los adherentes al ´izquierdismo´, activistas y militantes. El Unabomber considera que la militancia es una ´actividad sustitutoria´ ofrecida por el Sistema a personas sobresocializadas que han perdido el control directo sobre su vida, su subsistencia y la de su familia (vivienda, comida, seguridad). El activismo le parece, en definitiva, la práctica de un refinado hobby para evitar el aburrimiento, la depresión y, por supuesto, la revolución.

Es posible distinguir, al menos, dos tipos de revolucionarios: aquel con sus marcados conflictos internos, y el ´verdadero´ revolucionario que atiende ´a la única finalidad de eliminar la tecnología moderna´. Por el bien y la pervivencia de estos se preocupa el Unabomber y les aconseja tener muchos hijos para engrosar sus filas ya que, en promedio, ´los niños tienden a sostener actitudes sociales similares a las de sus padres´. “Mucha de la gente que está inclinada a rebelarse contra el sistema industrial está también preocupada sobre el problema de la población, por lo tanto creen oportuno tener pocos o ningún niño. De este modo, pueden estar cediendo el mundo a gente que mantiene o al menos acepta el sistema industrial. Para asegurar la resistencia de la próxima generación de revolucionarios la actual debe reproducirse abundantemente.” Kaczynski lanza esta sugerencia demográfica a los disidentes del sistema industrial porque es consciente de que el aparato comunicacional -del bando que sea- dirige y atrae las personas hacia el primer tipo de militancia, la ´mambeada´ que se caracteriza por la ´psiquis afectada´ de sus adeptos.

Años después, en “El truco más ingenioso del sistema”, Kaczynski señala a los profesores universitarios como particulares funcionarios de ese aparato destinado a estandarizar las demandas sociales, y a alejarlas de una verdadera acción revolucionaria. La dinámica es la establecida anteriormente. El Sistema genera sensaciones pésimas y luego otorga objetivos artificiales, o pre-moldeados en las instituciones, para alivianarlas: “Mucha gente de hoy en día se siente débil e impotente (…el Sistema nos hace débiles e impotentes), y por ello se identifican de forma obsesiva con las víctimas, con el débil y con el oprimido. Esto es en parte la razón por la que, los asuntos de persecuciones, tales como el racismo, el sexismo, la homofobia o el neocolonialismo, se han convertido en asuntos estándar del activista.”

El truco logra aturdir a candidatos a rebeldes y a revolucionarios que creen estar agitando aguas desestabilizadoras mientras plantean reformas útiles a un Sistema que previsor se ha encargado de organizar esa agenda contra la violencia racial, de género, de orientación sexual, de religión, etc. “El truco más ingenioso del Sistema consiste en encauzar hacia estas modestas reformas los impulsos rebeldes, que, de otro modo, podrían llevar a la acción revolucionaria.” Las reformas son ´modestas´ porque ya fueron, en el pasado, revolucionarias. Al día de hoy, los rebeldes funcionan como antenas que marcan los desajustes que el Sistema debe corregir si quiere subsistir y perpetuarse.

El siguiente ejemplo, extenso y crudo, es ilustrativo. Kaczynski está hablando de la actitud manipuladora de los medios de comunicación (otra pata del aparato contra la revolución verdadera), y entonces dice: “Cuando el redactor [de un medio de comunicación] se fija en las radicales feministas ve que algunas de sus propuestas más extremas serían peligrosas para el Sistema, pero también ve que las feministas albergan una parte muy útil. La participación de la mujer en el mundo tecnológico y empresarial las integra mejor… a ellas y a sus familias… El énfasis que ponen las feministas en acabar con la violencia doméstica y las violaciones también responde a las necesidades del Sistema, ya que el maltrato y las violaciones, como otras formas de violencia, son peligrosas para él. Quizá más importante aún, el redactor reconoce la nimiedad e insignificancia del trabajo doméstico moderno, y ve que el aislamiento social del ama de casa moderna puede desencadenar frustración en muchas mujeres; frustración que causará problemas, a no ser que se les permita recurrir a la salida de desarrollar una carrera en el mundo técnico y empresarial. Incluso si el redactor es del tipo machote, que personalmente se siente más cómodo con la mujer en una posición subordinada, sabe que el feminismo, al menos en una forma relativamente moderada, es bueno para el Sistema.” Y el redactor, cuya opinión no le importa a nadie, dice eso.

Slavoj Žižek, intelectual esloveno mucho más popular que el matemático descendiente de polacos, ensaya una interpretación semejante. Žižek parte de la idea de que el ciberespacio y las tecnologías digitales provocaron lo que él denomina ´la retirada del gran Otro´, que traducido sería la suspensión de la Autoridad provocada por la aparición de Internet. Esto quiere decir que el ciberespacio vuelve imposible diferenciar entre ´realidad, apariencia, simulacro´ porque –entiéndalo de modo general- no existe instancia final de decisión que establezca la función simbólica de la Ley. Slavoj bien sabe que Internet está repleto de controles y de policías. Su análisis apunta a un asunto diferente, a los efectos del ciberespacio en la subjetividad. Como si se tratara de una divinidad indolente, el gran Otro que da sentido está en retirada, instalando la sospecha y abriendo la puerta a los reclamos.

Una de las paradojas que genera esa situación, dice Žižek, es la llamada ´cultura de la queja y la lógica subyacente del resentimiento´. La gente –él habla del ´sujeto´- en lugar de asumir alegremente la inexistencia de la Autoridad, la culpa por su fracaso o por su impotencia como si el gran Otro fuera culpable de no existir. Cuanto más se acusa al Otro por la situación –cuanto más queja hay- más se depende de él. La cultura de la queja es una nueva forma de histeria. Es una demanda imposible que desea ser rechazada, pues la gente -el sujeto- funda su propia existencia en esa demanda. “Hay una diferencia insuperable entre la lógica de la queja y el verdadero acto ´radical´ (´revolucionario´) que, en lugar de quejarse al Otro y esperar que actúe, es decir, en lugar de desplazar al Otro la necesidad de actuar, suspende el marco legal existente y realiza por sí mismo el acto… ¿Qué tiene de malo, pues, que se quejen los auténticos desfavorecidos? Precisamente que, en lugar de cuestionar la posición del Otro, se siguen dirigiendo a él: al traducir sus demandas en una queja legalista, confirman al Otro en su posición, en el mismo gesto de atacarlo.” [“¿Es posible atravesar la fantasía en el ciberespacio?”, Lacrimae Rerum, 2005] Despojado de su retórica psi, es un argumento conocido y efectivo. Si una dependencia estatal o privada no interviene en una agresión, discriminación, etc., la solución no es reclamar, sino atacar esa dependencia como fuente del problema. Una constante demanda solo le da entidad al origen del error. La autoridad que pretendo encaminar se fortalece y en mí el resentimiento.

A diferencia del menos conciliador Ted, Slavoj es reticente a dar ejemplos. Habla de avasallamientos sobre ´minorías étnicas o sexuales´ que podrían olvidar la queja y apelar a la autonomía sin que un truco ajeno los distraiga de agarrar, ir y hacer la revolución.

El germen de la idea del ´ingenioso truco´ nace de una frase que coloca Kaczynski al inicio de su artículo: “El supremo lujo de esta civilización de la necesidad es concederme lo superfluo de una rebelión estéril y de una sonrisa condescendiente.” Este pasaje de La edad de la técnica o el riesgo del siglo [1954] indica que para Jacques Ellul, a quien visitaremos en breve, como para el ex matemático que lo cita, la civilización tecnológica es como el gran Otro, receptor de quejas. Las discusiones la mejoran.

El francés Ellul dedica tres volúmenes a pensar la revolución en el marco de la sociedad tecnológica. En Autopsia de la revolución [1969] fecha el nacimiento de aquel mito a fines del siglo XVIII, con la Revolución Francesa. Una vez superado Mayo de 1968, Ellul asegura que ´la revolución necesaria´, contra el Estado y contra la Técnica, requerirá cortar con todo ese pasado revolucionario ya que la sociedad tecnificada arrasó con los valores que permitirían un planteo radical. El segundo libro, ¿Es posible la revolución? [1972], acrecienta ese pesimismo latente. Ellul reconoce que ignora por dónde ha de salirse del aparente sosiego. “El hombre tranquilo, seguro de que la técnica le proporcionará cuanto pueda desear, no ve la razón para hacer otro esfuerzo que no sea el facilitar este desarrollo técnico, ni por qué habría que lanzarse a una aventura incierta y dudosa.” Completa la tríada Changer de revolution [1982], signado por un amor pasajero hacia la informatización y la automatización como vía a un socialismo libertario y descentralizado. Poco tiempo después reniega de ese desatino, según el artículo de José Ardillo que sigo, “Jacques Ellul y la revolución necesaria” [revista Ekintza Zuzena n. 36, 2010].

Esta es una nueva instancia. Nos encontramos ahora con intelectuales que no cejan de hablar de la ´revolución´. Carl Mitcham –en la página 78 de ¿Qué es la filosofía de la tecnología? [1989]- recuerda que con el ramillete de libros sobre técnica y revolución, Jacques Ellul –quien se citaba a sí mismo cometiendo errores porque despreciaba los detalles, desliza con cizaña- quería reproducir con su incesante obra, en el siglo XX, la tarea analítica emprendida por Marx. “Yo [Ellul] estaba seguro… de que si Marx viviera en 1940 no estudiarla economía o las estructuras capitalistas, sino la técnica. Entonces empecé a estudiar la técnica utilizando un método lo más similar posible al que Marx utilizó un siglo antes para estudiar el capitalismo.” Esto era lo que nos faltaba: un caso de mesianismo intelectual resuelto en una sesión espiritista para obtener métodos de análisis. Nada extraño.

La revolución y la afección que puede provocar un rumor apocalíptico van de la mano.

Indiferente a la francofilia que subraya el origen con la toma de la Bastilla, Norman Cohn retrotrae en cuatro siglos el nacimiento del ´mito de la revolución´. En su libro En pos del Milenio [1957] se pregunta. “¿Cuándo dejó la gente de imaginar una sociedad sin distinciones de status o de riqueza como una Edad de Oro irremediablemente perdida en el remoto pasado y empezó a pensar en ella como un estado pre-ordenado para el futuro inmediato?” Y nos responde: “Por lo que podemos conocer a través de las fuentes de que disponemos, este nuevo mito social nació en los turbulentos años cercanos a 1380.” Las revueltas campesinas medievales plagadas de matices apocalípticos iniciaban a fines del siglo XIV, según Cohn, una dinámica que hoy continúa.

Eso tiene cierta lógica. El austríaco Ivan Illich, historiador y teólogo hereje como el francés Ellul, admiraba la sagacidad del citado Mitcham porque le había permitido comprender que (la idea de) ´herramienta´ o ´instrumento´ nacen con sus beneficios y con todos sus problemas entre los siglos XII y XIV, momento en el que también comienza a cuajar el sistema jurídico y las instituciones que nos rodean. Illich no lo dice así en Ríos al norte del futuro [2005] de donde tomo la referencia, pero si acertamos a reunir esos dos inicios, es lógico pensar que aquel ´mito de la revolución´ floreció después de que la ´era de la técnica´ y de que el Estado moderno prendieran, es decir, de que la civilización tecnológica con el capitalismo en su vientre diera sus microscópicos brotes.

¿Y el mambo? Obra y gracia de la Santa Madre. Los revolucionarios milenaristas, surgidos en muchos casos de la Iglesia, bebiendo de los primitivos herejes cristianos y entreverados con pobres, marginales, descastados y delincuentes, compusieron el magma cáustico del ´anarquismo místico´. Lo inaudito -no para el lector que vio a Žižek y su lacaniano ´gran Otro´- es que Cohn se interesa por ese movimiento político revulsivo durante años, y al acometer su interpretación, los psicoanaliza: “Desde el punto de vista de la psicología profunda… todos los místicos empiezan su aventura mística con una profunda introversión en el curso de la cual viven, como adultos, una reactivación de las deformantes fantasías de la infancia. Después… son posibles dos caminos. Puede darse el caso de que un místico salga de su experiencia de introversión… con una personalidad más integrada, con un campo más amplio de simpatía y más libre de las ilusiones que pudiera tener acerca de sí mismo y de sus semejantes. Pero también puede suceder que el místico introduzca dentro de sí las gigantescas imágenes de los padres en sus aspectos omnipotentes, más agresivos y destructivos; así emerge como un megalómano nihilista.”

El siglo XIII ve surgir al ´anarquismo místico´ entre los adeptos medievales al Espíritu Libre quienes, a la vez que niegan cualquier sujeción a la ley, coquetean con la auto-divinización. Esta tradición –sintetizada de modo independiente por Hakim Bey en “La religión anarquista” [2009]- se extiende hasta la actualidad fusionándose con el anarquismo esotérico y primitivista que en los años sesenta prendió, con sus variantes, en las comunas hippies que apelaron para allanar la vía mística a las drogas psicodélicas.

Por ese primitivismo navegó Kaczynski a quien, apenas le pusieron las manos encima, lo catalogaron de enfermo, de esquizofrénico, de megalómano nihilista, pero no de revolucionario. ´Terrorista´ y ´lobo solitario´ facilitaron la condena y el prejuicio social. Ricardo Piglia resaltó esa finta de manual ´contra el disidente´ en El camino de Ida [2013], novela en la que Kaczynski es Thomas Munk, el Monje: “…ya sabe cómo son las cosas aquí –le dice un investigador a Emilio Renzi, interesado por los sabotajes- más de un individuo metido en algo así y hay que hablar de política. Aislado, lo convierten en un caso clínico.”

De la clínica a la política es un sendero que también recorrió el Unabomber, estrellándose en la contradicción. Los ´revolucionarios víctimas de los trucos´ son notablemente depresivos, como lo es todo el espectro del izquierdismo. Sin embargo, la ´depresión´, una enfermedad y un diagnóstico sistémico, puede ser vista justamente como un recurso para disolver en la clínica las posturas disidentes, tal como lo experimentó el propio Kaczynski quien, por su parte, lo sugiere en el manifiesto, por lo menos, en dos oportunidades: i) “El concepto de ´salud mental´… está definido porque el comportamiento de una persona esté de acuerdo con las necesidades del sistema… sin mostrar signos de tensión.” ii): “Nuestra sociedad tiende a considerar como ´enfermedad´ cualquier forma de pensamiento o comportamiento inconveniente…”. Es en este ideológico fuego cruzado que mambo y revolución muestran su exponencial y legendario entrevero.

La célebre dupla reaparece hace algunos años por una disputa académica entre Toni Negri -pensador de izquierda y uno de los autores de Imperio [2000]- y el filósofo surcoreano, con base en Alemania, Byung-Chun Han quien, en su artículo “¿Por qué hoy no es posible la revolución?” [El País, 2014], recupera el ensueño de Internet y de las nuevas tecnologías como reverdecer revolucionario de la comunidad y del compartir -de la cultura libre y abierta, de la economía solidaria-, y lo destruye. “Hoy no hay ninguna multitud cooperante, interconectada, capaz de convertirse en una masa protestante y revolucionaria global.” Y amplía: “La ideología de la comunidad o de lo común realizado en colaboración lleva a la capitalización total de la comunidad… El capitalismo llega a su plenitud en el momento en que el comunismo se vende como mercancía. El comunismo como mercancía: esto es el fin de la revolución.” El panorama es apocalíptico: “La soledad del autoempleado aislado, separado, constituye el modo de producción presente… La competencia total… destruye la solidaridad y el sentido de comunidad. No se forma una masa revolucionaria con individuos agotados, depresivos, aislados.” Y remata con el azote suicida que diezma la posibilidad del cataclismo social y político: “Uno emplea violencia contra sí mismo, en lugar de querer cambiar la sociedad. La agresión hacia el exterior que tendría como resultado una revolución cede ante la autoagresión.”

Mi única prevención frente al análisis de Byung es que a todas luces los ´agotados, depresivos y aislados´ no conforman ningún movimiento revolucionario, pero son capaces de convertirse en ´revolucionarios´. El ´fin de la revolución´ no es ni remotamente el fin de los revolucionarios. Kaczynski lo decía de otro modo. La tensión y el malestar que provoca la organización social son liberados en el teatro, el estadio, el cine, yoga, el consumo o la plaza en la que se ejerce el derecho a la militancia. Eso es el comunismo como mercancía. En este nuevo mundo en el que revolucionarios profesionales arman el circo que será atestado por revolucionarios que buscan con ansias despuntar su hobby, el sueño de la revolución parece acabado.

En fin. Esta galería de afecciones ajenas que rescaté, conduce a mi propia afección de la que mi archivo es síntoma. Esta acumulación quiso contar, sin que nadie me lo haya pedido, por qué siempre escribo sobre lo mismo, por qué recurro siempre a los mismos autores y a los mismos fragmentos. Está clarísimo. Si no estuviera tan afectado, me olvidaría de toda esa lata de los libros sobre la revolución y sobre la sociedad tecnológica, y en algún patio saturado de verde, alejado de la ciudad, atento al avance de la huerta, envuelto por el aullido del viento o de los perros, repetiría como un mantra bajo el tibio sol el bello verso de Pizarnik: “No hay por donde respirar y tú hablas del soplo de los dioses.” Entre la asfixia y el soplo divino, el antídoto. Ese mantra aquí y ahora me permite imaginar que Alejandra, ignorante de quien se retiró a las montañas para armar bombas, cartas y manifiesto, concibió un mundo libre y se lanzó, sin asfixia, ni divino soplo, ni mambo, ni revolución a buscarlo.

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{Publicado originalmente en Revista Colofón.}

John y Paula Zerzan: ¿Quién mató a Ned Ludd? [1976]

Christian Ferrer decía en 1996 que pocos recordaban a ´los destructores de máquinas´… pero dos décadas antes de esa afirmación:

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JOHN Y PAULA ZERZAN ¿QUIÉN MATÓ A NED LUDD? [1976]

En Inglaterra, primera nación industrial, la primera y más importante empresa del capital que iniciaba sus pasos en el ramo textil, surgió el movimiento revolucionario ampliamente extendido entre 1810 y 1820, conocido bajo el nombre de luddismo. La lucha contra el levantamiento de los ludditas -y su derrota- fue de gran importancia para la evolución ulterior de la sociedad moderna. La destrucción de las máquinas, arma esencial, anuncia estos sucesos a lo largo del siglo XVIII. Pero, este levantamiento no fue exclusivo de los obreros del textil ni de Inglaterra. Los obreros agrícolas, los mineros, los molineros y muchos otros coincidieron en la destrucción de las máquinas, a menudo en contra de lo que se suele denominar sus propios ´intereses económicos´. De igual modo, como recuerda Fulop Miller, los obreros de Eurpen y Aix la Chapelle destruyeron las importantes fábricas de Cockerill, los tejedores de Schmollen y Crimmitschau arrasaron las fábricas de estas ciudades y muchos otros hicieron lo mismo en los comienzos de la revolución industrial.

Ahora bien, fueron los obreros ingleses del ramo textil -calceteros, tejedores, hilanderos y demás- quienes iniciaron un movimiento tal que, como Thompson escribe, ´la simple violencia revolucionaria rara vez ha estado tan extendida en la historia inglesa´, afirmación que seguramente está por debajo de la realidad. Ese levantamiento ha sido caracterizado como ciego, desorganizado, reaccionario, limitado e ineficaz, pero espontánea durante un tiempo, esa rebelión contra el nuevo orden económico tuvo éxito y fines revolucionarios. El Times del 2 de febrero de 1812 describe ´la aparición de una guerra abierta´ en Inglaterra más encarnizada en las zonas más desarrolladas y particularmente en el centro y norte. El comandante Wood escribe el 17 de junio de 1812 a Fitzwilliam, miembro del gobierno, que ´salvo lugares determinados que están ocupados por soldados, el país está prácticamente en manos de los rebeldes´. Los ludditas fueron irresistibles en varias etapas de la segunda década del siglo y desarrollaron una conciencia propia y una moral elevada. Como escriben Cole y Postgate, ´la verdad es que no se podía detener a los ludditas; las tropas corrían en todas direcciones, impotentes, ridiculizadas por el silencio y la confabulación de los trabajadores´. Un examen posterior de partes de prensa, cartas y octavillas demuestra que la insurrección estaba orientada: ´todos los nobles y los tiranos deben ser derrocados´, declara una octavilla distribuida en Leeds. Los preparativos para una revolución general explícita eran evidentes, por ejemplo en Yorkshire y Lancashire, ya en 1812.

Se destruyeron enormes cantidades de bienes, entre los que se contaban numerosísimos telares para hacer medias que habían sido readaptados para una producción de calidad inferior. El movimiento extrajo su nombre del joven Ned Ludd, que, antes de producir las chapuzas que se le solicitaban, destrozó el telar a martillazos. Controlar los instrumentos de producción o destruirlos; esta idea exaltaba la imaginación popular y proporcionaba a los ludditas un apoyo unánime. Hobsbawn afirma que ´los que destrozaban las máquinas encontraban una simpatía desbordante en todas las capas de la población´, lo que para Churchill, en 1813, suponía ´la inexistencia total de medios para mantener el orden público´. Los obreros que destrozaban telares llevaron a cabo una ofensiva importante en 1812 y hubo que oponerles efectivos cada vez más numerosos, que llegaron a sobrepasar en número a las tropas que Wellington tuvo a sus órdenes contra Napoleón. Pero el ejército no sólo era débil por estar disperso, sino que además no era seguro, pues se sospechaba que simpatizaba con el enemigo a causa de la presencia de muchos ludditas enrolados en sus filas. Además, apenas se podía contar con los magistrados y los policías locales. El empleo sistemático de espías era ineficaz frente a la solidaridad del pueblo. Como era de suponer, la milicia voluntaria regida por el Watch and Ward Act (Ley de Guarda y Tutela) sólo servía para ´armar a los que eran más violentos en su desacuerdo´ (según Hammonds), así que bajo el gobierno de Peel se instituyó el sistema moderno de policía profesional.

Intervenciones de esta naturaleza apenas bastaron teniendo en cuenta el camino seguido por el luddismo, que a cada acontecimiento parecía más revolucionario. Cole y Postgate, por ejemplo, describieron a los ludditas posteriores a 1815 como más radicales que sus predecesores y llegaron a la conclusión de que ´se ponían en contra del sistema de fábricas en general´. Thompson observa también que incluso en 1819 todavía parecía abierta la vía a una insurrección general victoriosa.

Contra lo que Mathias llamaba ´la tentativa de destruir la nueva sociedad´, hacía falta un arma mucho más cercana al punto de producción y especialmente la búsqueda de una aceptación del orden fundamental a través del sindicalismo. Aunque esté claro que la ascensión del sindicalismo fue consecuencia tanto del luddismo como de la creación de una policía moderna, debemos también comprender que antes de las sublevaciones ludditas había existido entre los obreros textiles y otros una tradición, por mucho tiempo tolerada, de sindicalismo. De ahí, como Morton y Tate señalan casi en solitario, que la destrucción de las máquinas en este período no pueda considerarse como la explosión desesperanzada de los obreros faltos de otra salida. A pesar de las Combinations Acts, que fueron una prohibición reforzada de los sindicatos entre 1799 y 1824, el luddismo no se movió en el vacío, sino que durante cierto tiempo se opuso eficazmente a un aparato sindical extensivo que buscaba un compromiso con el capital. La elección entre ambos era posible y los sindicatos fueron dejados de lado en provecho de una organización directa de los trabajadores que servía a sus fines radicales.

Durante el período en cuestión, se consideraba al sindicalismo como fundamentalmente distinto del luddismo y, por ello, era estimulado con la esperanza de que absorbiera la autonomía de los ludditas. Contrariamente a las disposiciones de las Combinations Acts, en ocasiones los sindicatos eran considerados legales por los tribunales y cuando los sindicalistas eran perseguidos sólo recibían castigos ligeros o no los recibían, mientras que los ludditas fueron ahorcados. Algunos miembros del Parlamento acusaban a los propietarios del desbarajuste social de no utilizar la vía sindical para resolverlo. Esto no quiere decir que los objetivos de los sindicatos y su control fueran claros y definidos como hoy, pero la indispensable función de los sindicatos frente al capital se clarificaba, iluminada por la crisis existente y por la necesidad que se experimentaba de tener aliados para la pacificación de los trabajadores. Los diputados de los condados de las Midlands presionaban a Gravenor Henson, líder del sindicato de la corporación de tejedores, para que combatiera el luddismo, como si tal cosa fuera necesaria. Su método de estímulo de la represión era, naturalmente, su infatigable propaganda en pro de la fuerza del sindicato. El comité sindical de la corporación de tejedores, según el estudio de Church sobre Nottingham, ´daba a los trabajadores instrucciones precisas de no estropear los telares´. Y el sindicato de Nottingham, la principal fuerza del sindicato general industrial, se oponía también al luddismo y no empleó nunca la violencia.

Si bien los sindicatos apenas fueron aliados de los ludditas, puede decirse que fueron el estadio siguiente al luddismo en el sentido de que el sindicalismo tuvo una participación esencial en su derrota por medio de las divisiones, la confusión y el agotamiento de energías que produjeron los sindicatos. El sindicalismo reemplazó al luddismo del mismo modo que salvó a los empresarios de los insultos de los niños en plena calle y del poder directo de los productores. El reconocimiento pleno de los sindicatos por la anulación en 1824 y 1825 de las Combinations Acts ´tuvo un efecto moderado sobre el descontento popular´, en palabras de Darvall. La campaña en pro de su anulación, llevada a cabo por Place y Hume, triunfó fácilmente en el Parlamento, sin modificar y con el testimonio favorable tanto de patronos como de sindicalistas, con sólo la oposición de un puñado de reaccionarios. De hecho, mientras entre los argumentos conservadores de Place y Hume figuraba la predicción de un número menor de huelgas después de la anulación, muchos patronos comprendían el papel catártico y pacificador de las huelgas y apenas se conmovieron ante la ola de huelgas que siguió a la anulación. El decreto de anulación relegaba al sindicalismo, por supuesto, a sus tradicionales tareas marginales referidas a los salarios y el tiempo de trabajo. Una legalidad de la cual deriva la presencia universal de cláusulas sobre los ´derechos de dirección´ en los convenios colectivos laborales de hoy.
La campaña de mitad de la década de 1830 contra los sindicatos llevada a cabo por algunos patronos sólo subrayó, a su manera, el papel central de los sindicatos: esta campaña era posible porque los sindicatos habían conseguido romper el radicalismo de los obreros del período anterior, que recurrían a la acción directa. Lecky tenía, pues, toda la razón al decir un poco más tarde ´que no cabía la menor duda de que los sindicatos más grandes, más ricos y mejor organizados habían hecho mucho en favor de la disminución de conflictos de trabajo´; del mismo modo, los Webbs reconocieron que en el siglo XIX hubo muchas más revueltas laborales mientras el sindicalismo no constituyó una regla.

Pero volviendo a los ludditas, no contamos al respecto más que algunos relatos en primera persona y una tradición prácticamente secreta, porque se proyectaron a sí mismos en sus actos y no en una ideología. Pero ¿esto es todo? Stearns, quizá el comentarista más cercano a los hechos, escribió: ´los ludditas desarrollaron una doctrina basada en las supuestas virtudes de los métodos manuales´. Les llama con condescendencia ´los miserables retrasados´, y algo de verdad hay en esta afirmación. El ataque de los ludditas no estaba ocasionado por la introducción de máquinas nuevas, como suele creerse, puesto que no hay ninguna evidencia de ello en 1811 y 1812, cuando el luddismo comenzó a actuar. La destrucción se practicaba sobre todo contra los nuevos métodos de producción chapucera, dictados para hacer funcionar las nuevas máquinas. No era un ataque contra la producción sobre bases económicas, sino, ante todo, la respuesta violenta de los obreros textiles (pronto secundados por otros) a las tentativas de degradación en forma de un trabajo inferior: baratijas y piezas montadas a las apuradas fueron por lo general las causas principales.

Las ofensivas ludditas generalmente correspondieron a períodos de depresión económica; el motivo es que los patronos aprovecharon en ocasiones tales períodos para introducir nuevos métodos de producción. Pero también es cierto que no todos los períodos de pobreza engendraron luddismo, pues este aparecía en zonas no especialmente empobrecidas. Leicestershire, por ejemplo, fue el peor punto en los malos momentos, era una zona productora de manufacturas laneras de la mejor calidad y fue un poderoso núcleo luddita.

Preguntarse qué podía tener de radical un movimiento que al parecer ´se limitaba´ a pedir el abandono de las labores fraudulentas es no captar la íntima verdad de un supuesto acertado, que ambas partes asumieron: la relación entre la destrucción de maquinaria y la sedición. Como si la lucha del productor por la integridad de su trabajo vital pudiera llevarse a cabo sin poner en tela de juicio el capitalismo entero. La petición del abandono de labores fraudulentas supone un desastre y, en la medida en que se exija, una batalla de derrota total o victoria total. Y esto afecta al núcleo de las relaciones capitalistas y a su dinámica.

Otro aspecto del fenómeno luddita considerado con condescendencia, a base de ignorarlo por completo, es el aspecto organizativo. Los ludditas, como ya sabemos, golpeaban salvaje y ciegamente, mientras que sólo los sindicatos proporcionaban formas de organización a los trabajadores. Pero, de hecho, los ludditas se organizaron local e incluso federalmente agrupando a los obreros de todos los ramos con una coordinación sorprendente. Evitando cualquier estructura alienante, su organización no era formal ni permanente. Su tradición de revuelta carecía de núcleo y prevaleció durante largo tiempo a modo de ´código no escrito´; la suya era una comunidad no manipulable, una organización que se sustentaba en sí misma. Todo lo cual, desde luego, resultó esencial para la aparición del luddismo y para su enraizamiento. En la práctica, ´ningún nivel de actividad de los magistrados ni la ampliación de los contingentes militares extirpó el luddismo. Todos sus ataques revelaban un plan y un método´, constata Thompson, que da crédito también a su ´altiva seguridad y a sus comunicaciones´. Un oficial de la armada comprendió en Yorkshire que poseían ´un nivel extraordinario de acuerdo y de organización´. William Cobbett comentaba en 1812, en relación con un informe al gobierno: ´Y tal es la circunstancia que más ha de inquietar al gobierno. No se pueden encontrar agitadores. Es un movimiento del pueblo mismo´.

No obstante, y a pesar de las afirmaciones de Cobbett, los líderes ludditas colaboraron con las autoridades. No se trataba de un movimiento totalmente igualitario, aunque estuvieran más cerca de ello de lo que cabe suponer sopesando su interés por evitar el liderazgo y el corto número de quienes lo soslayaron. Como es natural, el ´refinamiento político´ surgió por entonces más eficazmente de entre los líderes, del mismo modo que a partir de ellos se desarrollaron en algunos casos los cuadros sindicales.

En los tiempos ´pre-políticos´ de los ludditas -como en nuestros tiempos ´post-políticos´- el pueblo detestaba a los dirigentes. La muerte de Pitt, en 1806, les alegró; y, todavía en mayor medida el asesinato de Perceval en 1812. Tales manifestaciones ante la muerte de los primeros ministros evidencian la debilidad de las mediaciones entre dirigentes y dirigidos, la falta de integración entre ambos. La definición política de los trabajadores era, desde luego, menos importante que su definición o integración industrial por la vía sindical; por tal motivo aquella sobrevino lentamente. De todos modos, hubo una poderosa arma pacificadora: los intensos esfuerzos realizados para interesar al pueblo en las actividades jurídicas, con vistas a ampliar la base electoral del Parlamento. Cobbett, considerado el más enérgico panfletista de la historia inglesa, animó a muchos a unirse a los Hampdon Clubs en pro de la reforma electoral y se caracterizó también, en palabras de Davis, por su ´condena sin paliativos de los ludditas´. Los efectos perniciosos de esta campaña de reforma y división pueden medirse hasta cierto punto comparando las enérgicas manifestaciones previas antigubernamentales de los Gordon Riots (1780) y los atropellos al rey en Londres (1795) con masacres y fiascos como los levantamientos de Pentridge y Peterloo, más o menos coincidentes con la derrota del luddismo, poco antes de 1820.

Volviendo, para concluir, a mecanismos más fundamentales, confrontaremos de nuevo los problemas del trabajo y el sindicalismo. Este último ha de reconocerse que llegó a ser permanente debido al divorcio invariable entre los trabajadores y el control de los medios de producción; y, como hemos visto, el sindicalismo contribuyó sustancialmente a este divorcio. Algunos, entre los que se cuentan, claro está, los marxistas, vieron esta derrota y sus formas y la victoria del sistema fabril como salidas inevitables y deseables, por más que tuvieran que admitir que una parte significativa de la dirección de las operaciones industriales, incluso en la actualidad, depende de la realización del trabajo. Un siglo después de Marx, Galbraith considera que el mantenimiento del sistema de productividad en contra del de creatividad reside en la básica renuncia sindical a toda reivindicación relacionada con el trabajo. Mas el trabajo, según todos los ideólogos, es un área inmune a la falsificación. Las actividades laborales son impenetrables a intromisiones de la ideología y de sus formas como la mediación y la representación. Así, los ideólogos ignoran el incesante y universal reclamo luddita del control del proceso productivo. En consecuencia, la lucha de clases es algo totalmente diferente para el trabajador que para el ideólogo.

En los primeros tiempos del movimiento de las Trade Unions hubo altas dosis de democracia. Por ejemplo, estaba muy extendida la práctica de nombrar delegados por rotación o sorteo. Pero no puede considerarse democrática la derrota que sostiene el éxito de los sindicatos, derrota que hacía de éstos una organización cómplice, una caricatura de la comunidad. A este nivel no se podía disimular que el sindicalismo era el agente de la aceptación y mantenimiento de un mundo grotesco.

El balance marxiano considera que la productividad es el bien supremo. Los izquierdistas ignoran la verdadera historia de los ludditas (el final del poder real de los trabajadores) llegando, por increíble que parezca, a considerar que los sindicatos es lo mejor que pueden desear los trabajadores desprotegidos. El oportunismo y el elitismo de todas las internacionales, así como la historia del izquierdismo, abocan finalmente al fascismo cuando las represiones acumuladas dan su fruto: cuando el fascismo puede apelar con resultados positivos a los trabajadores presentándose como dispersador de inhibiciones, como ´socialismo de acción´, etc.; en resumen, como revolucionario. Ha de quedar bien claro cuánto se perdió con el luddismo y qué terrible anti-historia empezaba entonces.

Hay quienes vuelven a fijar la etiqueta de ´época de transición´ a la creciente crisis actual, esperando que todo se resuelva con otra derrota de los ludditas. Vemos hoy la misma necesidad de reforzar la disciplina en el trabajo, como en los viejos tiempos, e idéntica conciencia popular del sentido del progreso. Pero es probable que hoy podamos reconocer a nuestros enemigos con mayor claridad de modo que esta vez la transición esté en manos de los creadores.//

{Fuente / Realicé algunas modificaciones de estilo para una lectura fluida}

Christian Ferrer. Los destructores de máquinas [1996]

“Los destructores de máquinas. In memoriam”

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El código sangriento

Desde muy antiguo la horca ha sido un castigo ignominioso. Si se medita sobre su familiaridad estructural con la picota comprendemos porque está ubicada en el escalón más alto reservado a la denigración de una persona. A ella sólo accedían los bajos estratos sociales delincuentes o refractarios: a quien no plegaba las rodillas se le doblaba la cerviz por la fuerza. Algunos ajusticiados famosos de la época moderna fueron mártires: a Parsons, Spies y a sus compañeros de patíbulo los recordamos tenuemente cada 1° de mayo. Pero pocos recuerdan el nombre de James Towle, quien en 1816 fue el último “destructor de máquinas” a quien se le quebró la nuca. Cayó por el pozo de la horca gritando un himno luddita hasta que sus cuerdas vocales se cerraron en un sólo nudo. Un cortejo fúnebre de tres mil personas entonó el final del himno en su lugar, a capella. Tres años antes, en catorce cadalsos alineados se habían balanceado otros tantos acusados de practicar el “luddismo”, apodo de un nuevo crimen recientemente legalizado. Por aquel tiempo existían decenas de delitos tipificados cuyos autores entraban al reino de los cielos pasando por el ojo de una soga. Por asesinato, por adulterio, por robo, por blasfemia, por disidencia política, muchos eran los actos por los cuales podía perderse el hilo de la vida. En 1830 un niño de sólo nueve años se le ahorcó por haber robado unas tizas de colores, y así hasta 1870 cuando un decreto humanitario acomodó a todos ellos en solo cuatro categorías. A las duras leyes que a todos contemplaban se la conoció comp “The Bloody Code”. Pero el luddismo se constituyó en un insólito delito capital: desde 1812, maltratar una máquina en Inglaterra costaría el pellejo.

En verdad pocos recuerdan a los ludditas, a los “ludds”, título con el que se reconocían en ellos. De vez en cuando, estampas de aquella sublevación popular que se hiciera famosa a causa de la destrucción de máquinas han sido retomada por tecnócratas neoliberales o por historiadores progresistas y exhibidas como muestra ejemplar del absurdo político: “reivindicaciones reaccionarias”, “etapa artesanal de la conciencia laboralista”, “revuelta obrera textil empañada por tintes campesinos”. En fin, nada que se acerque a la verdad. Unos y otros se han repartido en partes alícuotas la condena del movimiento luddita, rechazo que en el primer caso es interesado y en el segundo fruto de la ignorancia y el prejuicio. La imagen que a diestra y siniestra se cuenta de los ludditas es la de una tumultuosa horda simiesca de seudocampesinos iracundos que golpean y aplastan las flores de hierro donde libaban las abejas del progreso. En suma: el cartel rutero que señala el linde de la última rebelión medieval. Allá, una paleontología; aquí un bestiario.

Ned Ludd, fantasma

Todo comenzó un 12 de abril de 1811. Durante la noche, trescientos cincuenta hombres, mujeres y niños arremetieron contra una fábrica de hilados de Nottinghamshire destruyendo los grandes telares a golpes de maza y prendiendo fuego a las instalaciones. Lo que alli ocurrió pronto seria folklore popular. La fábrica pertenecía a William Cartwright, fabricante de hilados de mala calidad pero pertrechado de nueva maquinaria. La fábrica, en si misma, era por aquellos años un hongo nuevo en el paisaje: lo habitual era el trabajo cumplido en pequeños talleres. Otros setenta telares fueron destrozados esa misma noche en otros pueblos de las cercanías. El incendio y el haz de mazas se desplazó luego hacia los condados vecinos de Derby, Lancashire y York, corazón de la Inglaterra de principios del siglo XIX y centro de gravedad de la Revolución Industrial. El reguero que había partido del pueblo de Arnold se expandió sin control por el centro de Inglaterra durante dos años perseguido por un ejército de diez mil soldados al mando del General Thomas Maitland. ¿Diez mil soldados? Wellington mandaba sobre bastantes menos cuando inició sus movimientos contra Napoleón desde Portugal. ¿Más que contra Francia? Tiene sentido: Francia estaba en el aire de las inmediaciones y de las intimidaciones; pero no era la Francia Napoleónica el fantasma que recorría la corte inglesa, sino la Asamblearia. Sólo un cuarto de siglo había corrido desde el Año I de la Revolución. Diez mil. El número es índice de lo muy difícil que fue acabar con los ludditas. Quizás
porque los miembros del movimiento se confundían con la comunidad. En un doble sentido: contaban con el apoyo de la población, eran la población. Maitland y sus soldados buscaron desesperadamente a Ned Ludd, su líder. Pero no lo encontraron. Jamás podrían haberlo encontrado, porque Ned Ludd nunca existió: fue un nombre propio pergeñado por los pobladores para despistar a Maitland. Otros líderes que firmaron cartas burlonas, amenazantes o peticiones se apellidaban “Mr. Fistol”, “Lady Ludd”, “Peter Plush” (Felpa), “General Justice”. “No King”, “King Ludd” y “Joe Firebrand” (el incendiario). Algún remitente aclaraba que el sello de correos había sido estampado en los cercanos “Bosques de Sherwood”. Una mitología incipiente se superponía a otra más antigua. Los hombres de Maitland se vieron obligados a recurrir a espías, agentes provocadores e infiltrados, que hasta entonces constituían un recurso poco esencial de la logística utilizada en casos de guerra exterior. He aquí una reorganización temprana de la fuerza policial, a la cual ahora llamamos “inteligencia”. Si a los acontecimientos que lograron tener en vilo al país y al Parlamento se los devoró el incinerador de la historia, es justamente porque el objetivo de los ludditas no era político sino social y moral: no querían el poder sino poder desviar la dinámica de la industrialización acelerada. Una ambición imposible. Apenas quedaron testimonios: algunas canciones, actas de juicios, informes de autoridades militares o de espías, noticias periodísticas, 100.000 libras de pérdidas, una sesión del Parlamento dedicada a ellos, poco más. Y los hechos: dos años de lucha social violenta, mil cien máquinas destruidas, un ejército dedicado a “pacificar” las regiones sublevadas, cinco o seis fábricas quemadas, quince ludditas muertos, trece confinados en Australia, otros catorce ahogados ante las murallas del Castillo de York, y algunos coletazos finales. ¿Por qué sabemos tan poco sobre las intenciones ludditas y sobre su organización? La
propia fantasmagoría de Ned Ludd lo explica: aquella fue una sublevación sin líderes, sin organización centralizada, sin libros capitales y con un objetivo quimérico: discutir de igual a igual con los nuevos industriales. Pero ninguna sublevación “espontánea”, ninguna huelga “salvaje”, ningún “estallido” de violencia popular salta de un repollo. Lleva años de incubación, generaciones transmitiéndose una herencia de maltrato, poblaciones enteras macerando saberes de resistencia: a veces, siglos enteros se vierten en un sólo día. La espoleta, generalmente, la saca el adversario. Hacia 1810, el alza de precios, la pérdida de mercados a causa de la guerra y un complot de los nuevos industriales y de los distribuidores de productos textiles de Londres para que éstos no compren mercadería a los talleres de las pequeñas aldeas textiles encendió la mecha. Por otra parte, las reuniones políticas y la libertad de letra impresa habían sido prohibidas con la excusa de la guerra contra Napoleón y la ley prohibía emigrar a los tejedores, aunque se estuvieran muriendo de hambre: Inglaterra no debía entregar su experfise al mundo.

Los ludditas inventaron una logística de urgencia. Ella abarcaba un sistema de delegados y correos humanos que recorrían los cuatro condados, juramentos secretos de lealtad, técnicas de camuflaje, centinelas, organizadores, de robo armas en el campamento enemigo, pintadas en paredes. Y además descollaron en el viejo arte de componer canciones de guerra, a los cuales llamaban himnos. En uno de los pocos que han sido recopilados puede aún escucharse: “Ella tiene brazo / Y aunque sólo tiene uno /Hay magia en ese brazo único / Que crucifica a millones /Destruyamos al Rey Vapor, el Salvaje Moloch”, y en otra: “Noche tras noche, cuando todo está quieto / Y la luna ya ha cruzado la colina /Marchamos a hacer nuestra voluntad / ¡Con hacha, pica y fusil!”. Las mazas que utilizaban los ludditas provenían de la fábrica Enoch. Por eso cantaban “La Gran Enoch irá al frente /Deténgala quien se atreva, deténgala quien pueda / Adelante los hombres gallardos ¡Con hacha, pica y fusil!”. La imagen de la maza trascenderá la breve epopeya luddita. En la iconología anarquista de principios de siglo, hércules sindicalizados suelen estar a punto de aplastar con una gran maza, no ya máquinas, sino el sistema fabril entero. Todos estos blues de la técnica no deben hacer perder de vista que las autoridades no sólo querían aplastar la sublevación popular, también buscaban impedir la organización de sectas obreras, en una época en la cual solamente los industriales estaban unidos. Carbonarios, conjurados, la Mano Negra de Cádiz, sindicalistas revolucionarios: en el siglo pasado la horca fue la horma para muchas intentonas sediciosas.

 “Fair Play”

Ya nadie recuerda lo que significaron en otro tiempo las palabras “precio justo” o “renta decorosa”. Entonces, como ahora, una estrategia de recambio y aceleración tecnológicas y de realineamiento forzado de las poblaciones retorcía los paisajes. Roma se construyó en siete siglos, Manchester y Liverpool en sólo veinte años. Más adelante, en Asia y África se implantarían enclaves en sólo dos semanas. Nadie estaba preparado para un cambio de escala semejante. La mano invisible del mercado es tactilidad distinta del trato pactado en mercados visibles y a la mano. El ingreso inconsulto de nueva maquinaria, la evicción semiobligada de las aldeas y su concentración en nuevas ciudades fabriles, la extensión del principio del lucro indiscriminado y el violento descentramiento de las costumbres fueron caldo de cultivo de la rebelión. Pero el lugar común existió: los ludditas no renegaban de toda tecnología, sino de aquella que representaba un daño moral al común; y su violencia estuvo dirigida no contra las máquinas en sí mismas (obvio: no rompían sus propias y bastante complejas maquinarias) sino contra los símbolos de la nueva economía política triunfante (concentración en fábricas urbanas, maquinaria imposible de adquirir y administrar por las comunidades). Y de todos modos, ni siquiera inventaron la técnica que los hizo famosos: destruir máquinas y atacar la casa del patrón eran tácticas habituales para forzar un aumento de salarios desde hacía cien años al menos. Muy pronto se sabrá que los nuevos engranajes podían ser aferrados por trabajadores cuyas manos eran inexpertas y sus bolsillos estaban vacíos. La violencia fue contra las máquinas, pero la sangre corrió primero por cuenta de los fabricantes. En verdad, lo que alarmó de la actividad luddita fue su nueva modalidad simbólica de la violencia. De modo que una consecuencia inevitable de la rebelión fue un mayor ensamblaje entre grandes industriales y administración estatal: es un pacto que ya no se quebrantará.

Los ludditas aún nos hacen preguntas: ¿Hay límites? ¿Es posible oponerse a la introducción de maquinaria o de procesos laborales cuando estos son dañinos para la comunidad? ¿Importan las consecuencias sociales de la violencia técnica? ¿Existe un espacio de audición para las opiniones comunitarias? ¿Se pueden discutir las nuevas tecnologías de la “globalización” sobre supuestos morales y no solamente sobre consideraciones estadísticas y planificadoras? ¿La novedad y la velocidad operacional son valores? A nadie escapará la actualidad de los temas. Están entre nosotros. El luddismo percibió agudamente el inicio de la era de la técnica, por eso plantearon el “tema de la maquinaria”, que es menos una cuestión técnica que política y moral. Entonces, los fabricantes los squires terratenientes acusaban a los ludditas del crimen de Jacobinismo, hoy los tecnócratas acusan a los críticos del sistema fabril de nostálgicos. Pero los Ludds sabían que no se estaban enfrentando solamente a codiciosos fabricantes de tejidos sino a la violencia técnica de fábrica. Futuro anterior: pensaron la modernidad tecnológica por adelantado.

Epílogos

El 27 de febrero de 1812 fue un día memorable para la historia del capitalismo, pero también para la crónica de las batallas perdidas. Los pobres violentos son tema parlamentario: habitualmente el temario los contempla únicamente cuando se refrendan y limitan conquistas ya conseguidas de hecho, o cuando se liman algunas aristas excesivas de duros paquetes presupuestarios, pero aún más rutinariamente cuando se debaten medidas ejemplares. Ese día Lord Byron ingresa al Parlamento por primera y última vez. Desde Guy Fawkes, quien se empeñó en volarlo por los aires, nadie se había atrevido a ingresar en la Cámara de los Lores con la intención de contradecirles. Durante la sesión, presidida por el Primer Ministro Perceval, se discute la pertinencia del agregado de un inciso
fallante de la pena capital, a la cual se conocerá como “Framebreaking bill”: la pena de muerte por romper una máquina. Es Lords vs. Ludds: cien contra uno. Por aquel entonces Byron trabajaba intensamente en su poema Childe Harold, pero se hizo de un tiempo para visitar las zonas sediciosas a fin de tener una idea propia de la situación. Ya el proyecto de ley había sido aprobado en la Cámara de los Comunes. El futuro primer ministro William Lamb (Guillermo Oveja) votó a favor no sin aconsejar al resto de sus pares hacer lo mismo pues “el miedo a la muerte tiene una influencia poderosa sobre la mente humana”. Lord Byron intenta una defensa admirable pero inútil. En un pasaje de su discurso, al tiempo que trata a los soldados como un ejército de ocupación expone el rechazo que había generado entre la población: “¡Marchas y contramarchas! ¡De Nottingham a Bulwell, de Bulwell a Banford, de Banford a Mansfield! Y cuando al fin los destacamentos llegaban a destino, con todo el orgullo, la pompa y la circunstancia propia de una guerra gloriosa, lo hacían a tiempo sólo para ser espectadores de lo que había sido hecho, para dar fe de la fuga de los responsables, para recoger fragmentos de máquinas rotas y para volver a sus campamentos ante la mofa hecha por las viejas y el abucheo de los niños”. Y agrega una súplica: “¿Es que no hay suficiente sangre en vuestro código legal de modo que sea preciso derramar aún más para que ascienda al cielo y testifique contra ustedes? ¿Y cómo se hará cumplir esta ley? ¿Se colocará una horca en cada pueblo y de cada hombre se hará un espantapájaros?”. Pero nadie lo apoya. Byron se decide a publicar en un periódico un peligroso poema en cuyos últimos versos se leía:

´Algunos vecinos pensaron, sin duda, que era chocante,

Cuando el hambre clama y la pobreza gime,

Que la vida sea valuada menos aún que una mercancía

Y la rotura de un armazón (frame) conduzca a quebrar los huesos.

Si así demostrara ser, espero, por esa señal

(Y quien rehusarla participar de esta esperanza)

Que los esqueletos (frames) de los tontos sean los primeros en ser rotos.

Quienes, cuando se les pregunta por un remedio, recomiendan una soga´.

Quizás Lord Byron sintió simpatía por los ludditas o quizás -dandy al fin y al cabo- detestaba la codicia de los comerciantes, pero seguramente no llegó a darse cuenta de que la nueva ley representaba, en verdad, el parto simbólico capitalismo. El resto de su vida vivirá en el Continente. Un poco antes de abandonar Inglaterra publica un versó ocasional en cuyo colofón se “Down with all the kings but King Ludd”.

En enero de 1813 se cuelga a George Mellor uno de los pocos capitanes ludditas que fueron agarrados, y unos pocos meses después es el turno de otros catorce que habían atacado la propiedad de Joseph Ratcliffe, un poderoso industrial. No había antecedentes en Inglaterra de que tantos hubieran sido hospedados por la horca en un día. También este número es un índice. El gobierno había ofrecido recompensas suculentas en pueblos de origen a cambio de información incriminatoria, pero todos los aldeanos que se presentaron por la retribución dieron información falsa y usaron el dinero para pagar la de los acusados. No obstante, la posibilidad de un juicio justo estaba fuera de cuestión, a pesar de las endebles pruebas en su contra. Los catorce ajusticiados frente a los muros de York se encaminaron hacia su hora suprema entonando un himno religioso (Behold the Savior of Mankind). La mayoría eran metodistas. En cuanto la rebelión se extendió por los cuatro costados de la región textil también se complicó el mosaico de implicados: demócratas seguidores de Tom Paine (llamados “pianistas”), religiosos radicales, algunos de los cuales heredaban el espíritu de las sectas exaltadas del siglo anterior -levellers, ranters, southscottiaw, etc.-, incipientes organizadores de Trade Unions (entre los ludditas apresados no sólo había tejedores sino todo tipo de oficios), emigrantes irlandeses jacobinos. Siempre ocurre: el internacionalismo es viejo y en épocas antiguas se lo conoció bajo el alias de espartaquismo.

Todos los días las ciudades dan de baja a miles y miles de nombres, todos los días se descoyuntan en la memoria las sílabas de incontables apellidos del pasado humano. Sus historias son sacrificadas en oscuros cenotes. Nedd Ludd, Lord Byron, Cartwright, Perceval, Mellor, Maitland, Ogden, Hoyle, ningún nombre debe perderse. El General Maitland fue bien recompensado por sus servicios: se le concedió el título nobiliario de Baronet y nombrado Gobernador de Malta, después Comandante en Jefe del Mar Mediterráneo y después Alto Comisionado para las Islas Jónicas. Antes de irse del todo, aún tuvo tiempo de aplastar una revolución en Cefalonia. Perceval, el Primer Ministro, fue asesinado por un alienado incluso antes de que colgaran al último luddita. William Cartwright continuó con su lucrativa industria y prosperó, y el modelo fabril hizo metástasis. Uno de sus hijos se suicidó nada menos que en medio del Palacio de Cristal durante la Exposición Mundial de productos industriales de 1851, pero tronar de la sala de máquinas en movimiento amortiguó el ruido del disparo. Cuando algunos años después de los acontecimientos murió un espía local -un judas- que se había quedado en las inmediaciones, su tumba fue profanada y el cuerpo exhumado vendido a estudiantes de medicina. Algunos ludditas fueron vistos veinte años más tarde cuando se fundaron en Londres las primeras organizaciones de la clase obrera. Otros que habían sido confinados en tierras raras dejaron alguna huella en Australia y la Polinesia. Itinerarios semejantes pueden ser rastreados después de la Comuna de París y de la Revolución Española. Pero la mayoría de los pobladores de aquellos cuatro condados parecen haber hecho un pacto de anonimato, refrendación de aquellas omertá anterior llamada “Ned Ludd”; en los valles nadie volvió a hablar de su participación en la rebelión. La lección había sido dura y la ley de la tecnología lo era más aún. Quizás de vez en cuando, en alguna taberna, alguna palabra, alguna canción; hilachas que nadie registró. Fueron un aborto de la historia. Nadie aprecia ese tipo de despojos.

Voces

¿Por qué demorarse en la historia de Ned Ludd y de los destructores de máquinas? Sus actos furiosos sobreviven tenuemente en brevísimas notas al pie de página del gran libro autobiográfico de la humanidad y la consistencia de su historia es anónima, muy frágil y casi absurda, lo que a veces promueve la curiosidad pero las más de las veces el desinterés por lo que no amerita dinastía. No es éste un siglo para detenerse: el burgués del pasado podía darse el lujo de recrearse lentamente con un folletín, pero las audiencias de este apenas disponen de un par de horas para hojear la programación televisiva. Vivimos en la época de la taquicardia, como sarcásticamente la de Martínez Estrada. Remontar el curso de la historia a contracorriente a fin de reposar en el ojo de huracanes es tarea que sólo un Orfeo puede arrostrar. Él se abrió paso al mundo de los muertos con melodías que destrabaron cerrojos perfectos. Nosotros solamente podemos guiarnos por los fogonazos espectrales que estallan en viejos libros: soplos agónicos entre harapos lingüísticos. Cualquier otro rastro ya se ha disuelto en los elementos. Pero si los elementos fueran capaces de articular un lenguaje, entonces podrían devolvernos la memoria guardada de todo aquello que ha circulado por su “cuerpo” (por ejemplo, todos los remos que hendieron al agua en todos los tiempos o todas las herraduras que pisaron la tierra, y así).

A su turno, el aire devolvería la totalidad de las voces que han sido lanzadas por las bocas de todos los humanos que han existido desde el comienzo de los tiempos. En verdad, millones son las palabras dichas en cada minuto. Pero ninguna se habría perdido, ni siquiera las de los mudos. Todas ellas habrían quedado registradas en la transparencia atmosférica, cuya relación con la audibilidad humana aún está por investigarse: sería algo así como cuando los dedos de los niños garabatean raudos graffittis o nerviosos corazones en vidrios empañados por el propio aliento. Si se pudiera traducir ese archivo oral a nuestro lenguaje, entonces todas las cosas dichas volverían en un sólo instante componiendo la voz de una runa mayor o la memoria total de la historia. En el viento se han sembrado voces que son conducidas de época en época; y cualquier oído puede cosechar lo que en otros tiempos fue tempestad. El viento es tan buen conductor de las memorias porque lo “dicho fue tan necesario como involuntario, o bien porque a veces nos sentimos más cerca de los muertos que de los vivos. De tantas cosas dichas, yo no puedo ni quiero dejar de escuchar lo que Ben, un viejo luddita, les dijo a unos historiadores locales del Condado de Derby cincuenta años después de los sucesos: “Me amarga tanto que los vecinos de hoy en día malinterpreten las cosas que hicimos nosotros, los ludditas”. ¿Pero cómo podía alguien, entonces, en plena euforia por el progreso, prestar oídos a las verdades ludditas? No había, y no hay aún, audición posible para las profecías de derrotados. La queja de Ben constituyó la última palabra del movimiento luddita, a su vez apagado del quejido de quienes fueron ahorcados en 1813. Y quizás yo haya escrito todo esto con el único fin de escuchar mejor a Ben. Me aferro y tiro de su hilillo de voz como lo haría cualquier semejante que recorriera este laberinto.

{Fin}

Lo que se sabe: “Este texto fue enviado por Christian Ferrer desde Buenos Aires para el Certamen Literario sobre la libertad que convocó el Centre de Documentado Histórico Social. Ateneu Enciclopedia Popular de Barcelona a finales de [1996].” En 2015, la Biblioteca Nacional lo edita en formato libro papel. Ferrer y Horacio González -por ese entonces director de la biblioteca- son amigos. El ensayo es encomiable aunque no siempre igualmente intenso. El tema mantuvo la atención a lo largo del tiempo. Pablo Capanna cita en La Tecnarquía [1973, p. 52]: “Georges Bernanos, en su virulento ensayo sobre la técnica –[La France contre les Robots, 1946]- atribuye a los artesanos destructores de máquinas del siglo XIX la clarividencia de adivinar sus resultados: la instauración del Estado totalitario, la abolición de las libertades comunales, al servicio militar obligatorio, la proletarización, etc.” Capanna utiliza también el término ´mecanoclastas´ y no da por muerta la mecanoclasia. Ferrer es más escéptico, si bien se advierte, por supuesto, una melancólica simpatía.

Otras lecturas: Kaczynski es también un neoludita; y además la postura de les Zerzan.