Los homenajes ofrecidos a Pablo Capanna (1939- ) en estos últimos años están sin dudas asociados a su agotamiento discursivo. Todo lo que publicó como ensayista y crítico no les permite a sus epígonos generar otros ensayos ni otros textos críticos, sino apenas provocar la genuflexión con la esperanza totémica de que ese gesto les traslade algo de su pericia. En ese sentido, así como es difícil dudar de ésta, también es razonable cuestionar la perspectiva que la sostiene. La postura de llamar a su catolicismo ´humanismo cristiano´ es por lo menos ingenua si consideramos los datos que les presentamos a continuación.
La mitología personal de Pablo Capanna incluye una anécdota que le cuenta a Carlos Gardini en revista Minotauro (N° 1, 1983, 2da época), acerca del origen de El sentido de la ciencia-ficción (1966). Hacia mediados de los años sesenta Capanna asiste a un seminario académico sobre experiencia religiosa dictado por Víctor Massuh a quien le presenta como monografía un texto dedicado a H. P. Lovecraft cuando nadie –se ufana- conocía a este heterodoxo. A Massuh le interesa el texto y tiempo después recomienda al joven a una editorial que buscaba publicar un libro sobre ciencia ficción y lo rechazan:
“Yo veo a este señor [Héctor Giovannini, director de Editorial Columba] y le hablo de la posibilidad que me mencionó Massuh [de escribir un libro sobre el género], pero [Giovannini] me dice que lamentablemente el libro lo iba a hacer Borges. Yo guardo mis papeles… Después resultó que Borges tenía mucho trabajo y a los dos o tres meses dijo que no.” (Minotauro N° 1, p. 53)
La distancia entre Borges y un joven profesor es en principio desmedida –uno y otro no parecen comparables ni sustituibles- sin embargo, frente a la negativa del escritor, Capanna toma la posta y redacta el libro en menos de un año.
Es probable que algo de aquel material que no conocemos de Borges se corresponda con los párrafos que le dedica a la ciencia ficción, junto con Esther Zemborain de Torres Duggan, en Introducción a la literatura norteamericana (1967). La comparación rápida entre ambos textos destaca perspectivas opuestas. En esos párrafos, el gnosticismo de Borges celebra, por ejemplo, la ciencia ficción de Alfred Elton Van Vogt y de Lovecraft, mientras que en El sentido de la ciencia-ficción el catolicismo de Capanna cae pesadamente sobre la narrativa de Van Vogt (´mala, embrollada´, indica) e incluso llega a decir que la “obra [de Lovecraft] no pertenece estrictamente al género”.
Años más tarde, en una entrevista motivada por la reedición de aquel libro ahora llamado Ciencia ficción. Utopía y mercado (2007), Capanna modifica la ficción de origen. Omite la competencia, y dice recordar que Leonor –la madre del escritor- se lo leyó a Borges y que éste atacó su tono académico valorando el contenido. “Que Borges dijera que era bastante completo era casi como que dijera que era bueno. Para mí fue un elogio.” (“El futuro llegó hace rato”, Página/12, febrero de 2008)
El factor común entre estas versiones no coincidentes es una paradoja. El heterodoxo Lovecraft es la llave simbólica que le posibilita publicar a Capanna: este, una vez terminado el libro, lo expulsa del género en un gesto arbitrario para la historia de la ciencia ficción. En un sentido semejante, Capanna apela al elogio del gnóstico Borges para justificar su tarea, pero ni entonces ni nunca le reconocerá al autor de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” [1940] el poder de su amplia ciencia ficción hermético-gnóstica. Este silencio –uno de sus mayores yerros intelectuales-, y la expulsión del escritor norteamericano del género, demuestran que su credo católico tenía y tiene para él más peso que la ciencia ficción.
El rechazo al ocultismo y a los esoterismos se advierte en la lectura distorsionada del gnóstico Philip Dick cuyo “…´misticismo´ –herético, para un cristiano como yo- no convencía…” (Capanna, Idios Kosmos, 1995, p. 136). El abordaje condicionado se repite con otros heterodoxos, y parece tratarse de una demarcación de territorio –o de una neutralización- antes que de una interpretación entusiasta.
La línea católica sostiene la producción filosófico-teológica y crítica de Capanna desde el espaldarazo inicial del Víctor Massuh, se advierte en La Tecnarquía (1973), libro que indaga en la civilización técnica, está en los artículos sobre ecología publicados durante los setenta en la revista Criterio, así como en su conferencia “Crisis de la racionalidad. El discurso esquizoide del mundo postindustrial” en el seminario ´¿Adveniente cultura?´ del Consejo Episcopal Latinoamericano (1986), hasta alcanzar Natura. Las derivas históricas (2016), volumen que dice referirse a las versiones de ´naturaleza´ y que es una homilía.
Retornemos a editorial Columba. Hacia marzo de 1966, fecha de la ´Nota Preliminar´ que lo encabeza, El sentido de la ciencia-ficción está terminado; en octubre de ese mismo año lo imprimen. La conexión con Massuh y la posterior redacción se inicia al menos en 1965. Mientras preparan la impresión, a mediados de 1966, ocurre el golpe de Estado que lleva al poder a Onganía; un mes después sucede contra la UBA la violenta intervención conocida como ´La noche de los bastones largos´ (29/07/1966). Con estas condiciones, el intelectual católico Massuh acepta dirigir el Departamento de Filosofía, hecho que lo marca y que se proyecta hacia una nueva instancia cuando, durante la última dictadura cívico-militar, se convierte en embajador ante la Unesco donde llega a ocupar cargos directivos (1978-1983).
Es difícil determinar si estos claroscuros empañan la tarea intelectual de Massuh y, por extensión, la de Capanna. Tal vez podríamos aceptar el mal de época para el primero y en lo que respecta al divulgador ítalo-argentino comprender que tanto su crítica de ciencia ficción como su saga filosófica están basadas en una matriz teológica –tecno-católica- y dejar que cada uno saque sus conclusiones.
Sin embargo, tenemos algunos otros datos a mano.
Entre los antecedentes mencionados por Capanna para uno de sus últimos libros, Natura (2016), están, por un lado, los artículos sobre ecología de los años setenta en la revista católica Criterio (“…que suele expresar de modo informal el punto de vista del episcopado” [1] y que mantuvo a partir de 1976 una posición compleja, reclamando la intervención del ejército para detener a los grupos revolucionarios, pero rechazando la violencia extrema [2]); y, por el otro, ´el librito sobre la New Age´, es decir, El mito de la Nueva Era. Vino viejo en odres descartables (Ediciones Paulinas, 1993), pequeño volumen que ataca una y otra vez a las espiritualidades no-católicas.
Ese librito es amigo de otro del mismo año, a cargo de otra editorial católica, Claretiana, llamado Contactos extraterrestres, volumen con 64 páginas, tapa verde, blanca y roja.
Contactos extraterrestres fue publicado dentro de ´la serie Tercer Milenio dirigida por Monseñor Héctor Aguer, obispo Auxiliar de Buenos Aires´. En el pie de imprenta el censor Aguer da su ´nihil obstat´: “nada obsta a la Fe y Moral católicas para su publicación”. Y el ´imprimatur´, la autorización de impresión, recae en manos del Monseñor Doctor Eduardo Mirás, vicario general del arzobispado de Buenos Aires.
La contratapa advierte:
“Frente a los múltiples planteos que presenta esta nueva corriente cultural denominada ´New Age´ o ´Era de Acuario´, es necesario poner en claro las ideas que exponen los seguidores de esta forma de ver la vida y… dar un enfoque cristiano crítico a la visión filosófica que éstas sustentan. Con la presentación de esta colección ´Tercer Milenio´, dirigida por Mons. Héctor Aguer, se pretende desarrollar y a la vez esclarecer en sus distintas publicaciones, la perspectiva cristiana para esta cantidad de corrientes seudo religiosas apoyadas en estas ideas y que han llevado a numerosas personas por caminos verdaderamente peligrosos.”
No es aquí lugar para desandar la leyenda negra de Monseñor Aguer, que fue expuesta en detalle en el libro de P. Morosi y A. Lavaselli, El último cruzado (2018). Tal vez sea suficiente indicar -como muestra- que a inicios de los años setenta, mientras estaba dentro de la parroquia La Redonda del barrio de Belgrano, jóvenes feligreses agrupaban bajo el nombre Triple A, a los sacerdotes Aguer, Amado y Aloisio (p. 41).
Por eso cuando en la contratapa de 1993 se mencionan ´caminos peligrosos´, esos caminos podrían ser para los editores los del comunismo. En La Tecnarquía de 1973 los enemigos del catolicismo eran para Capanna hippies, nihilistas y marxistas. En Natura, editado por la Universidad de Quilmes, le pone otro nombre: “El ateísmo alogénico [Allógenes = gnosticismo] prefiere afirmarse por la vía de la profanación, el sacrilegio, la blasfemia. En el caso de que sea algo más que una provocación hacia los creyentes, es un acto de rebelión contra un Dios cuya existencia niega…” (p. 199)
En Contactos extraterrestres el ataque arrecia contra ambos: “Al igual que los movimientos gnósticos de todos los tiempos, [la New Age] niega la responsabilidad personal, pues sostiene que no hay mala voluntad en ninguno de los actos humanos, sino apenas ignorancia.” (p. 12). En continuidad, afirma que “…el nuevo siglo ya ha comenzado en 1989, como sugiere acertadamente la encíclica Centesimus Annus. El último de los regímenes totalitarios, el que quiso convertirse en la Iglesia del Ateísmo, ha caído sin estrépito, sin que se produjera esa terrible guerra nuclear que temimos…” (p. 37-38)
Al amparo editorial de monseñor Aguer, Capanna ataca a los ateos: comunistas, anarquistas (nihilistas / gnósticos), socialistas, esotéricos, espirituales (hippies), observadores de ovnis. Su ultracatolicismo le hace cometer la falacia de asociar ´gnosticismo / esoterismos / nueva era (era de acuario) / ovnis´ atravesando con la misma bala una filosofía y un producto de la cultura de masas.
La virulencia de Capanna contra los gnósticos -a los que conoce bastante mal- se explica recursivamente por la conexión histórica y conceptual con anarquistas, comunistas y ´hippies´. En el comienzo de la era cristiana, al menos una corriente gnóstica, disidente frente a lo que sería el catolicismo, adoptó una vida comunitaria no jerárquica en la que los roles se intercambiaban, donde las mujeres alcanzaban el mando; eran grupos no urbanos, por lo general vegetarianos, que meditaban y que, basados en la espiritualidad oriental, consideraban a Jesús más un chamán que una divinidad (Elaine Pagels, Los evangelios gnósticos, 1979). Aquellos gnósticos disputaron con los católicos, perdieron y fueron declarados herejes.
La imaginería gnóstica –atenta a mundos concéntricos, dioses abúlicos y torsiones temporales- incide en el desarrollo de la ciencia ficción; de allí que la perspectiva católica de Capanna rechace esta vertiente, argumentando sesgadamente que el género se conecta de forma casi exclusiva con el método científico consolidado a partir de la Revolución industrial. El factor cientificista es el disfraz de su credo católico.
Dicho esto, repregunto: ¿es plausible conectar los puntos sombríos de Massuh, la beligerancia confesional de Aguer y la tarea intelectual de Capanna?
En principio no de modo directo, aunque es necesario considerar que los humores de homilía más que de divulgación disuelven la seriedad de todo el espectro de sus investigaciones. Cuando Capanna ataca, lo hace ciego si el enemigo es el gnosticismo o el marxismo.
Un ejemplo de esto es la figura de un científico invocado en una conferencia de 2019 en la Universidad de Córdoba, “Superhombres y post-humanos” -me refiero a J. B. S. Haldane (1892-1964). Para Capanna, el científico Haldane –que era marxista- sería el primer eslabón de la manipulación genética, entroncando en la actualidad con el transhumanismo (y con la biotecnología). Esta innovación que sin duda podría ser discutida, tenía un matiz racista, según deja entrever el conferencista.
Ahora bien, la exposición de Capanna toma otra dimensión si consideramos que Haldane desarrolló una hipótesis sobre el origen de la vida a partir del paradigma de la acción de los virus, en tanto materia inerte que inmersa en el caldo primordial genera formas de vida. El detalle negativo de esta hipótesis coevolutiva para Capanna es que se trata de una tesis contraria al creacionismo cristiano, y por eso subraya e insiste con la manipulación genética.
Lo insólito es que esta tergiversación respecto de Haldane -y que se repite con otros temas- ocurre frente a un público académico. La responsabilidad del coro se advierte también en el caso de la ciencia ficción. Su erudición parece ser tal que ¿quién sería capaz de contradecirlo?
Contactos extraterrestres fue publicado en mayo de 1993. El imprimatur le fue otorgado por el arzobispado porteño el 28 de diciembre de 1992. Acaso las andanzas por el Río de la Plata de un crítico ultracatólico escudado en su interés por un género popular, mantengan cierto carácter indeterminado entre la atrocidad y el chiste (nada) inocente.//
Notas:
[1] P. Morosi – A. Lavaselli, El último cruzado. Aguer, 2018, p. 87.
[2] Ver este artículo